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José Anselmo Moreno
Viernes, 24 de mayo 2024, 00:07
En la NBA serían los Señores de los Anillos, aquí son de los ascensos, ese contexto en el que nos movemos ahora. Vamos primero con Anuar, un futbolista modesto, de esos que hacen el trabajo sucio, pero trabajo a fin de cuentas. El que siempre estuvo aquí, el que se come los marrones pero te saca de apuros. Solo él atesora tres ascensos como jugador (uno con el filial) y va a por el cuarto.
Le insto a cerrar los ojos y decir qué le viene a la mente sobre su carrera. «Mi padre y mi tío, con quienes vine por primera vez, nunca olvidaré cuando llegué, me viene esa imagen entrando en Pucela», asegura.
Sobre su mejor y peor momento en Valladolid dice que lo más complicado fue la lesión de rodilla, coincidió con un descenso y no pudo ayudar. Lo de mejor lo transforma en plural: «Los ascensos». En cuanto al presente, asegura que el equipo está bien: «Jugaremos mejor o peor, pero todos ayudamos al compañero y somos solidarios, eso también es mérito del entrenador».
Precisamente esa disociación de la afición apoyando a jugadores y recriminando al técnico dice que no es fácil para nadie. «Vemos los recibimientos y es emocionante, pero la tensión de grada y entrenador es complicada porque él nos ha unido, está con nosotros y quiere lo mejor para todos», afirma Anuar.
¿Se ha visto alguna vez fuera del club? Lo tiene claro: «Lo pensé al salir cedido a Grecia y Chipre, pero siempre quise triunfar aquí. Para un canterano no es fácil y en algún momento pensé que igual tenía que irme para crecer, pero siempre pensando volver».
Aquí lleva muchas temporadas. Tal vez lo suyo tenga más mérito, no tiene cualidades deslumbrantes y sí peores cartas para ganar la partida. Dice que cuando sale a un campo es a vaciarse, aunque juegue solo tres minutos, esos cambios ante los que otros arrugan la cara. Y pone un punto de nostalgia a su historia evocando que en 2012 asistió a su primer ascenso como recogepelotas. Lo mismo que Nadal y aquella Copa Davis del 2.000.
Recuerda cuando en una pretemporada enseñó el himno del Pucela a sus compañeros. Anuar es de esos que sienten los latidos de un club como propios. Representa un espíritu de pertenencia cada día más infrecuente. Su sueño es retirarse como capitán, ser de los que explican a los nuevos qué significa ser blanquivioleta.
Y sobre qué le diría ahora a un canterano, se remite a la conversación con Arnu antes de su debut: «Lo llevé aparte y le dije que no tenía que demostrar nada, que jugara sin presión, que la presión era nuestra, que disfrutara».
Como la entrevista va sin guión, hay una respuesta que da pie a volver a enero de 2008, cuando un niño ceutí de 13 años llegó a los Anexos para una prueba. Sus primeros rivales no calzan botas, son la niebla y el frío. Anuar era delantero. Con tres goles en su primer entrenamiento, sorprende por su sacrificio y el don de estar en todas partes. «Te quedas, chaval», le dijo Javi Torres.
Con un lenguaje casi bélico, que contrasta con su bonhomía, Anuar habla de partidos «a vida o muerte», los que quedan por jugarse esta temporada para certificar otro ascenso en su hoja de servicios, ante lo que menciona una de sus palabras recurrentes: orgullo.
Por las vueltas de la vida, tras una lesión de Míchel, acabó llevando la manija del equipo que ascendió en 2018, el mismo equipo al que devolvía balones cuando subió en 2012. Y sigue aquí. Unos ponen la seda y Anuar, lo demás. Tampoco es cojo, ha marcado golazos aunque no tiene modo de celebrarlos. Ni tatuajes, para eso ya tiene la blanquivioleta grabada a fuego.
Sobre sus referentes, menciona dos: Álvaro Rubio y Nafti. El segundo, por identificarse con el trabajo oscuro. «Yo soy un jugador de equipo y tengo claro que se necesitan jugadores así, que mueran por el compañero aunque otros se lleven los aplausos».
Sin embargo, le reconforta cuando le paran por la calle. «Siempre tuve apoyo y me siento afortunado», asegura antes de responder a la pregunta del millón: ¿cuál es tu puesto? Dice que es medio centro, pero cuando Pacheta le puso en banda vio que podía sumar ahí. «Valoro mi polivalencia porque tengo más posibilidades de jugar y ayudo al equipo». Su puesto sería, en suma, jugador del Pucela.
Vamos con Paco Santamaría Uzqueda, otro que no es de estar bajo los focos. Se ha jubilado cuatro veces: como jugador, como árbitro, como empleado de una factoría y como delegado del Pucela. Son 74 años y 28 en el Real Valladolid. Llegó al club tras colgar el silbato en 1995 para sustituir como delegado a otro clásico: Camilo Segoviano.
Excepto el de Palamós (1993), ha vivido todos y cada uno de los últimos ascensos: el espectacular de Mendilibar, el agónico de 2012 con Djukic, el de Sergio tras una salvaje recta final o el inesperado de Pacheta en 2022, con ayuda de resultados ajenos.
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Sobre las diferencias de esos ascensos, nadie como él para comparar, ya que conoció varias propiedades (los Fernández, Lewin, Suárez y Ronaldo). Paco establece los matices partiendo de cómo el club cambió. «Antes era todo más familiar, con menos gente era todo distinto, como más cercano».
Respecto a la foto que guardaría en su cartera si tuviera que escoger una entre esos momentos de alegría se queda con cualquiera del ascenso de Tenerife. «Aquel equipo se veía imbatible y la fiesta fue gorda, hasta el alcalde (León de la Riva) acabó regado con cerveza».
Aunque actualmente se entrega a la familia, su vida es y ha sido el fútbol. Fue jugador (zurdo cerrado) y llegó hasta Tercera en un histórico Venta de Baños. Se «calentaba» con los árbitros, dice. Más que nadie. Luego, con el cambio de rol, se dio cuenta de lo difícil que es arbitrar.
Ahora que sólo es aficionado y va a Zorrilla con su nieto, subraya por encima de todas las aristas del fútbol a la afición. Entre sus funciones estaba llevar camisetas y balones a los jugadores para que firmaran tras entrenarse. Destaca la admiración de los chavales hacia sus ídolos porque «el fútbol es de la gente». Esa frase abrocha la entrevista. Nada que añadir.
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