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La temporada arrancó atravesada. La espina del último partido de Liga en Zorrilla ante el Getafe todavía anda cruzada en la garganta de la familia blanquivioleta. Hay quien no consigue expulsarla ni viendo al equipo en la cima de la clasificación. Cuando un club pierde la categoría, los meses posteriores suelen resultar complejos e inciertos. La inestabilidad que aporta un descenso hace que se tambaleen todos los pilares, con especial incidencia en la masa social y la estructura deportiva. La incertidumbre se hace fuerte y nadie se fía de nadie. Es lógico y humano.
A partir de este escenario y con la sensación de que el cuadro castellano pudo hacer algo más en la batalla final contra el conjunto azulón, la entidad blanquivioleta añadió una pizca de picante al inicio de la travesía por el desierto. Diez días antes del debut en Segunda, los despachos detonaron una bomba de incalculable alcance. Fran Sánchez cerraba por fuera la puerta de su despacho para dejar el pomo en manos de Domingo Catoira, al que el club confirmó 24 horas después de despedir al anterior director deportivo. La versión oficial no se extendió demasiado en el eje argumental para justificar una decisión de tanto calado, a las puertas del inicio del campeonato, y redujo el relato a la decisión del Consejo de Administración, encaminada a buscar un rumbo opuesto en ese punzante camino hacia el retorno a Primera. Por si le faltaban matices al áspero guion que le esperaba al Real Valladolid a partir del 11 de agosto, la salida del máximo responsable de los fichajes y las salidas elevaba aún más ese sentimiento de descontrol que emborronaba la ilusión de los aficionados.
Con la campaña de abonados encarrilada, la tormenta de la dirección deportiva apenas afectó a la masa social del club. La hinchada volvió a romper el tópico que versa sobre la frialdad del fan vallisoletano y regaló al club una nueva demostración de amor incondicional. Fuenteovejuna a pesar de las circunstancias y del sonoro fracaso que supuso no mantener la categoría tras un desenlace infumable en Zorrilla.
Domingo Catoira consiguió abrochar la plantilla con bastantes más sombras que luces y algunas carencias que han obligado a Paulo Pezzolano a reinventarse durante todo el curso. 10 altas y 21 bajas, con Sylla como guinda del mercado de verano en la última bocanada del fax. El técnico llegó a decir a finales de septiembre que el equipo todavía estaba en pretemporada. De hecho, en los primeros compases del curso, el conjunto pucelano sobrevivió a golpe de improvisación, con Cedric, que ya ha desaparecido del vestuario por comportamiento inadecuado (según Pezzolano), como artillero.
Al preparador uruguayo le ha costado más de media temporada darle sentido a su plantilla. Su divorcio con la grada explotó tras el descenso y ha dibujado una línea de desencuentro constante durante todo el curso. Decisiones como mantener en la titularidad a futbolistas que no estaban capacitados para el reto, como John o Henrique; la apuesta por Kenedy, que al cierre del mercado estaba viajando a Grecia y que, de repente, se convirtió en su piedra angular tampoco han ayudado a la fidelización de una hinchada que, a estas alturas de la película, sigue de uñas a pesar de los resultados.
En un ecosistema espinoso, el agotador asunto del escudo tampoco ha ayudado para estabilizar la relación entre parte de la grada y el club. La banda sonora de la temporada, hasta que la entidad blanquivioleta decidió abrir la bellota del referéndum, ha bailado al son de dos grandes éxitos, 'el escudo no se toca' y 'Pezzolano dimisión'. El primer hit se apagó cuando el Real Valladolid matizó su leonino primer referéndum y adaptó la consulta a un contexto más justo y lógico para favorecer la participación y que el sufragio sirviera, realmente, para dar portazo a un asunto que continuaba desangrando la relación entre los fieles y el club. Los hinchas más activos se pusieron las pilas y la margarita dijo sí, como en la canción de Alejandro Sanz. El antiguo emblema volverá al uniforme pucelano al final del presente ejercicio. El segundo single, el de Pezzolano, aún sigue en la lista de los aficionados, que no le perdonan sus vaivenes, el fútbol que practica el equipo, el oscurantismo informativo, sus rocambolescas alineaciones y la falta de empatía que tiene con la tribuna.
Con estos ingredientes en la coctelera y el conjunto blanquivioleta a bordo de una montaña rusa interminable, lo lógico habría sigo que, en este momento del curso, el Real Valladolid ya estuviera de vacaciones, sin aliciente por arriba ni por abajo. Pero como el fútbol no es una ciencia exacta y cuando peor, mejor, que diría Rajoy, pues estamos ante el desenlace de una temporada que puede ser histórica. No tanto por el ascenso, si finalmente se consigue, sino más bien por el camino que se ha dibujado para llegar al epílogo con autodependencia para lograr el objetivo.
Que el Real Valladolid ocupe ahora la zona noble de la tabla es producto también de la irregularidad de una competición, en la que los dos equipos que finalmente asciendan, serán los tuertos en el reino de los ciegos. Bienvenida sea esta situación. En condiciones normales, con un par de equipos fuertes y estables, el cuadro castellano no habría tenido en la mano el botón de eyección directa. Además de la inestabilidad de los adversarios, el Pucela ha encontrado en los resultados un elemento equilibrador de emociones. El fútbol también se resume en eso. Da igual el juego, la incertidumbre, los riesgos y las certezas. No importa que la grada silbe o que el entrenador diga que hay aspectos internos más importantes que conseguir el ascenso. Todo se va al limbo cuando el balón cruza la última frontera, cuando ya no necesitas quince ocasiones para marcar y cuando consigues que tu sistema defensivo parezca la fortaleza infernal que desactiva cualquier conato de revolución por parte del contrario.
Del mismo modo que el zoco veraniego echó el telón con muchas dudas y la plantilla medio coja, el mercado invernal ha entregado a Pezzolano dos fichas imprescindibles para que su planteamiento tenga sentido más allá de la contundencia de los resultados. Los fichajes de Tárrega y Oliveira han entrado como un misil en el renacer deportivo del Real Valladolid. El primero se hizo fuerte desde su llegada. Al segundo le ha costado un poco más. Mérito del técnico uruguayo su descubrimiento como stopper. El brasileño llegó para reforzar el eje de la zaga y ahora es el ancla, el futbolista que corta y juega, que no se complica y que incluso se atreve a sumarse al ataque. Juric estaba en ese papel hasta que Pezzolano le fulminó del once inicial, pero es cierto que las prestaciones del croata no se han traducido en los resultados que ha obtenido el Pucela con Oliveira al frente de las operaciones.
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Las alineaciones de Pezzolano siempre tienen una dosis de picante que no suele dejar a nadie indiferente. También condiciona la impaciencia de la grada su habitual espera al minuto 60 para adaptar sus movimientos tácticos a lo que demanda la batalla. A veces parece más centrado en el big data que en el fútbol real, pero los resultados del último tercio del curso avalan su método. Al menos de momento. Lo que sí ha conseguido es encontrar un once más o menos recurrente, al que normalmente salpica con algunos matices para que su sello no desaparezca. Esta continuidad de piezas clave, la defensa inamovible salvo las permutas entre Boyomo y Javi Sánchez, que será indiscutible si le respetan las lesiones, y el eje del equipo, con Monchu, Oliveira y Meseguer como pilares, hace que los experimentos de las bandas o la vanguardia tengan un impacto menor en el resultado.
Resulta complejo imaginar una trama con tanta miga y con un desenlace tan esperanzador como el que tiene ante sí el Real Valladolid. En condiciones normales, los clubes que abrazan el éxito viven en paz, ponen la mirada en el objetivo y arrancan con unión. El club castellano representa la excepción que confirma la regla. No recuerdo una semana apacible en todo el año. Además de las filias y fobias entre el entrenador, las rachas deportivas de ida y vuelta, el escudo, las altas y las bajas, el Promesas y el sursuncorda, el rol de Ronaldo también se comporta como un elemento distorsionador. Su papel en el club no tiene discusión, pero sus declaraciones a veces comprometen la calma. La última llegó en la rueda de prensa para comunicar la venta del Cruzeiro. En vez de zanjar el debate y confirmar que su proyecto en Valladolid sigue los pasos adecuados, tuvo la ocurrencia de decir que el Pucela sería el siguiente.
Una pizca más de sal para un año convulso que puede destrozar cualquier atisbo de lógica futbolística. El Real Valladolid se ha comportado como Tom Cruise en Misión Imposible. Aunque parezca que está contra las cuerdas, siempre consigue una estrambótica escapatoria para continuar en liza. Al camino del conjunto blanquivioleta le han brotado baches como para destrozar el cárter del todoterreno más robusto, pero ahí sigue, dando botes y con la meta a la vista. Si consigue cruzar la última línea con la sonrisa desabrochada y el traje aseado, siempre recordará la temporada 23/24 como el curso en el que terminó erguido tras su participación en una especie de matrimonio entre el Rally Dakar y la Titan Desert.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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