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Pucela es de Primera». Era el grito que más se escuchaba minutos antes de que el autobús serigrafiado con 'sangre blanquivioleta' asomara el hocico por el estadio José Zorrilla. Sabían que el partido arrancaba dos horas antes de que el árbitro hiciera sonar su silbato. ... Así que bufandas al viento y bengalas violetas para transmitir ese sentimiento a los jugadores.
Y eran gritos al aire sin saber lo que realmente se cocía en el interior del bus. Los cristales tintados del vehículo evitaban que la conexión fuera total. Hasta la Policía, ataviados con vestimenta de antidisturbios, tenían que abrir el paso al autobús. A partir de ahí, la comunión con la plantilla ya fue total. Uno a uno fueron desfilando los jugadores entre un griterío ensordecedor. El puño en alto de El Yamiq era el fiel reflejo. Desde arriba, en una vista privilegiada, Ronaldo no paraba de sonreír. No se le notaba nervioso, pero fue uno más en un recibimiento de Primera.
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Luis Miguel de Pablos
A escasos metros de esa marea blanquivioleta, la Fan Zone era el punto neurálgico de la tarde. Centenares de aficionados del Pucela, junto a algún intruso del Getafe, se quitaban los nervios cerveza en mano. Se era optimista en ese momento, como lo reflejaba el grupo de amigos de Mario de la Riva y Álvaro Olmedo. «Ganamos fácil», señalaban antes de la llegada de los jugadores.
Fue un espacio, el de la Fan Zone, para el divertimento. Los más pequeños disfrutaban con los hinchables y juegos interactivos, mientras que los que peinaban canas se apresuraban para hacer cola al son de grandes éxitos musicales. Había que cargar pilas para lo que se venía después.
Por su parte, algún pito se llevó el equipo de Bordalás a su llegada al estadio. Había que meter presión desde el primer momento, así que los jugadores del Getafe se llevaron algún saludo de hinchas blanquivioletas con el dedo corazón.
Antes de que el protagonismo se centrara en el estadio, el primer aliento cálido de la afición se notó en el hotel Santa Ana. Allí echaron la siesta los jugadores y hasta allí se trasladaron centenares de moteros que hicieron rugir sus motos a la salida de los jugadores y el cuerpo técnico. Había colorido sobre dos ruedas para un viaje hasta el José Zorrilla de media hora. Treinta minutos para escoltar, como verdaderos policías, a la plantilla.
Y todo eso es lo que se vivió en los aledaños del estadio, donde el primer gol de la noche se intentó anotar desde el exterior. La afición respondió.
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Por la mañana, en el corazón de la ciudad la conversación versaba sobre el partido de la tarde. Cierto era que faltaba muchas horas para que el balón rodase, pero en cualquier encuentro de amigos y familiares se hablaba de la importancia del partido. La permanencia estaba en juego, aunque el colorido de las calles no daba señales de la trascendencia de todo lo que estaba en juego. Eso sí, camisetas del Pucela se veían por todos los rincones. En la Feria del Libro, en los entornos de la catedral y hasta para comprar el pan.
Por su parte, la afición del Getafe también se dejó notar, aunque en pequeñas dosis. Los más madrugadores fueron Jorge, Marta, David, Vicente y Alberto. Venían con la intención de disfrutar de la ciudad y su gastronomía. Se recorrieron la Plaza Mayor, Santiago, Acera Recoletos para subir más tarde al estadio. Repartían sonrisas con la afición rival, pero en su mente solo permanecía la salvación de su equipo. «Si nos quedamos los dos equipos en Primera, mejor», concluían.
Mención especial también se merecieron los jugadores del VRAC. Después del título de Liga, bufanda del Pucela en mano, animaron al equipo a la par que festejaban el doblete.
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