El Pucela más mezquino entra en barrena

La sensación que dejó el derbi en El Plantío es que no ha habido parón para el Real Valladolid. Sigue estancado en el mismo punto que hace veinticuatro días. En el mismo rincón en el que se encerró ante el Racing de Ferrol. No hay recursos para complementar el poco o mucho talento que hay. Y aún habiendo talento, empeñarse en ubicarlo de espaldas a tus propios intereses no es el mejor camino para salir del túnel.

Pezzolano volvió a naufragar en el plan de partido, colocando sus piezas al servicio del rival. Y el derbi acabó en faena. Parafraseando al maestro Lera, «fue un constante ay de angustia. Faena de infarto, de vergüenza torera, llevada a sus últimas consecuencias». Los desaciertos con el estoque de cruceta le privaron de un empate que por méritos hubiera hecho justicia, pero que, sin embargo acabaron por premiar sus deméritos de planificación. «La faena no llegó porque no podía llegar a alcanzar altura». Este Real Valladolid, duela o no, es lo que es a día de hoy. Sin cera, mecha ni pólvora para recuperar su condición de aspirante.

Una única duda planeaba el once blanquivioleta minutos antes de remangarse sobre el césped de El Plantío. Con Raúl Moro en la frontera de su plenitud física, y a la vista de que Pezzolano defiende a capa y espada la titularidad de Kenedy por mucho que se empeñe el brasileño en parecer/ser una rémora para sus compañeros, eran Anuar y Montiel los señalados para despejar una 'X' aparentemente insignificante pero que luego se demostraría más relevante. El técnico, muy probablemente respaldado por el resultado logrado en El Sardinero con Anuar en banda izquierda -en el marcador, que no en juego-, apostó por el canterano... y de esa decisión pendió buena parte de la respuesta de un Real Valladolid que jugó cojo, desequilibrado y con las cartas demasiado marcadas en banda izquierda.

Para más inri, la incomprensible baja de Escudero a ultimísima hora -se le incluyó en el once inicial una hora antes del inicio de partido- mermó aún más el potencial blanquivioleta en esa zona del campo. Casual o no, por ahí llegó el tempranero gol de los locales cuando apenas se habían asentado ambos equipos sobre el césped de El Plantío. No se habían cumplido cuatro minutos cuando un saque de banda -sí, un saque de banda- acaba en la espuela de Ander Martín, ¡y después de dos botes dentro del área!, para que el donostiarra remate al fondo de la red ante la pasividad de la zaga visitante. Empanada general de salida, y 86 minutos cuesta arriba por delante.

La bofetada tumbó durante demasiados minutos al equipo de Pezzolano, que empleó casi toda la primera parte en asentar su dominio como paso previo a buscar las cosquillas del rival. La posesión era suya, por momentos creció hasta un 70 por ciento, pero su dominio no cristalizaba en ocasiones de gol. Hasta el descanso, apenas se contabilizaron un par de llegadas. La más clara, un cabezazo de Anuar a un palmo del meta Caro que se besó la base del palo, fue anulada por fuera de juego. La segunda, un mano a mano de Sylla ante Caro, terminó en saque de esquina.

Enfrente, no hacía muchos más méritos el Burgos, acomodado por el resultado y agazapado atrás esperando el error del contrario. Juego ramplón el desplegado por los de Jon Pérez Bolo, que sin merecer mucho más, se encontró con un premio excesivo para los méritos contraídos. Incluso un empate hubiera sido demasiada recompensa para un equipo que hizo el gol y dedicó el resto de partido a dejarlo morir sin más propuesta que destruir el juego del rival y provocar continuas interrupciones. Y es que el fútbol también es eso, y a la victoria también se puede llegar dando la espalda al balón.

Con toda la segunda parte por delante, y sin recursos que agitar en el banquillo visitante, el tablero se convirtió en frontón con un equipo únicamente preocupado por despejar el balón, y otro estrellando una y otra vez sus deseos contra un muro. De entre todos, dos de ellos pudieron perfectamente dar el empate e impartir justicia a los méritos de uno y otro equipo, pero primero Caro, desbaratando con un paradón el cabezazo de Juric, y después Anuar, rematando muy arriba un servicio al segundo palo de Iván Sánchez, convirtieron en misión imposible el reto de igual el tanto inicial de Ander Martín.

Víctima de su propia mezquindad, dentro y fuera del césped, el Real Valladolid entra en barrera y salta directamente al rincón de pensar, con diecisiete días de mercado todavía por delante para dotar al vestuario/técnico de más recursos para llegar al mes de junio con el ascenso a tiro.