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Fue la de este domingo la enésima pirueta táctica del cuerpo técnico, con resultado de fiasco y decepción añadida, en un equipo que últimamente asocia la ruleta rusa a su futuro. Y lo hace, porque lejos de acudir a un ideario lógico en el cual ... se prime lo bueno y lo positivo sobre la hipotética chance de lo aventurado, opta por darle vueltas al tambor de una pistola cargada de ideas tan erráticas como alejadas de los cánones que rigen este deporte.
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La primera, la que todo el mundo tiene en mente es la de no entender porque hay que castigar un sistema y a unos jugadores que hace apenas siete días te han proporcionado un triunfo importante.
Como en este apartado periodístico se piden 'cómos' y 'porqués' de carácter técnico acerca de lo acontecido y las soluciones sobre el problema, vuelvo a retrotraerme al viejo dicho de que aquello que funciona no se toca. Y si el pasado fin de semana el cambio de sistema frente al Zaragoza –para olvidar el desaguisado táctico de Andorra– dio sus frutos en lo que a concepción del juego y equilibrio de líneas se refiere, es obvio que no era pertinente cambio alguno.
Es palmario que todos los entrenadores queremos empezar ganando y que los primeros compases sean de dominio propio. Aquello de «las tres primeras llegadas y los tres primeros disparos tienen que ser nuestros» era consabido como última consigna del técnico antes de saltar el equipo al campo.
Y para ello, aparte de sentirte superior al rival tienes que serlo para poder demostrarlo; es el código de cualquier equipo ganador que sabe cómo, con quienes y de qué manera lo va a intentar para conseguirlo.
Algo que en este equipo quedó olvidado, porque el extremo de ayer es suplente hoy mientras el volante de ayer hoy se vuelve a la parcelita del extremo para terminar en el banquillo; y porque esa disposición, que ayer nos sentaba como un guante, hoy, por culpa del cambio de sistema, nos deja empequeñecidos en ataque, con dos nueves juntos y un centro del campo en el cuál, lamentablemente perdemos un volante.
Es decir, que de salida ya habíamos reconocido como malo lo que el otro día resultó bueno, para volver a recuperar todos los desaciertos tácticos que nos hicieron fracasar en Andorra.
El penalti marrado no queda sino en anécdota; triste, pero anécdota. Con el marcador a favor hubiésemos estado todos, no lo duden, más contentos, pero igual de descolocados.
Si el partido frente al Zaragoza, sin ser nada extraordinario, sirvió para dejarnos un equipo bien distribuido con un centro del campo combinativo, trabajador, equilibrado en hombres y fuerzas con el rival, el de ayer nos descubrió como el adelgazamiento de esa zona dejaba «tirados» a Monchu y Juric mientras condenaba a Iván Sánchez primero al ostracismo de la nada y luego a la ducha.
No se puede estar ni permanentemente cambiando las cosas sin otra justificación que el rival, ni eternamente recomendando que así no se proceda y el porqué y sus consecuencias.
No entender lo que se haya, es no saber bien lo que se pide.
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