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Luis Miguel Gail, en una imagen reciente. Ramón Gómez
Gail y los cimientos del juego

40 años de la Copa de la Liga del Real Valladolid

Gail y los cimientos del juego

«La confianza que teníamos era brutal, y como estábamos físicamente muy bien creo que hubiéramos ganado a cualquiera que se hubiera puesto por delante», recuerda

José Anselmo Moreno

Valladolid

Jueves, 27 de junio 2024, 06:55

Luismi Gail siempre ha tenido la cabeza fría y el corazón caliente. Era un futbolista exquisito y polivalente, de esos que miden los partidos palmo a palmo. Se agarró siempre a valores firmes y pasó por el fútbol dejando un sello aunque dio la impresión de que nunca llegó a destapar del todo el tarro de sus esencias. En la final de aquella Copa de la Liga inició el fútbol del equipo sacando al mismo tiempo el balón y su tiralíneas. Como siempre, puso los cimientos del edificio.

En la época televisiva de Naranjito, Remington Steele o Dinastía, Gail se asomó a la historia al marcar aquel último tanto del viejo Zorrilla y se vio en la tesitura de ser polifacético, aunque a él no le importó, incluso lo agradeció. Solo con el tiempo pudo hacerse un especialista defensivo por su espléndida salida de balón. Si en una banda de música tocas la batería la guitarra y el bajo, por fuerza una de las tres cosas se te da peor.

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Luis Miguel Gail Martín (Valladolid, 23 de febrero de 1961) es pucelano hasta la médula, todavía sufre con el equipo y sigue diciendo «nosotros» cuando habla del Pucela. No se le acaban las palabras cuando recalca la política de cantera que tuvo el Real Valladolid de su época. Fue el jugador más joven de la historia del club en debutar, el autor del último gol del viejo Zorrilla y su trayectoria abarca desde 1976 hasta bien entrado el siglo XXI, cuando estuvo entrenando al juvenil del club.

Era el más veterano de la defensa y tenía 24 años en la temporada 85/86. Para entonces ya había pensado en la vida después del fútbol, del que le retiró una lesión en el tendón de aquiles, y había montado la Cafetería Gail. Siempre adelantándose a los acontecimientos y haciendo las cosas antes de lo que tocaba, como debutar con 16 años, ser también un entrenador joven o planificar la vida tras el fútbol siendo futbolista.

A Gail le captó el club merengue y se fue a Madrid con esos años en que otros chavales seguían yendo a misa con sus padres. Allí vivió, junto a Camacho y Vitoria, en una pensión cerca de El Retiro, pero dijo eso de «esta ciudad no es para mí». No era el Paco Martínez Soria de la maleta atada con una cuerda y las gallinas, era un chaval al que Madrid se le hacía grande. «Nunca había salido de mi casa y estar lejos de la familia con 14 años en aquella época se me hizo duro», comenta. Hoy los chavales a esa edad igual ya han visitado tres países, pero hablamos de la España en blanco y negro de 1975.

Como él no se adaptaba volvió a Valladolid con la condición de que lo hiciera para jugar en el equipo del Instituto Zorrilla. Allí llegó un día Fernando Redondo, con su aspecto de despistado y de sacar conclusiones en un cuarto de hora. Tras un entrenamiento, le ofreció un contrato para jugar con el juvenil del Valladolid y entrenar al año siguiente con el primer equipo. Tuvieron que romper el acuerdo con el Real Madrid y el Valladolid tuvo que pagar una cantidad al club merengue.

Siendo delantero, y goleador, un día Pachín le dijo que tenía que jugar de líbero en aquel partido en Sarriá, donde la mayoría eran juveniles y eliminaron a un Primera de la Copa del Rey. Como sería el equipo que Gail era el capitán con 17 años. Volvió después a jugar de delantero o de centrocampista en aquella plantilla en la que sobraban chavales. Además de Gail, estaban Borja, Jorge, Lolo, Minguela, Lorenzo, Aragón o Julio. En puertas del Mundial 82, había que jugar con dos sub 20 por normativa. En Pucela, no solo jugaban más y no les cambiaban a la media hora, como en otros equipos, sino que los más jóvenes eran los goleadores (Gail y Jorge).

Luismi era muy grande y por lo tanto no era rápido, lo reconoce mientras te muestra un álbum de fotos perfectamente clasificadas, pero su velocidad mental y de ejecución eran impresionantes. Hay un detalle que llama la atención cuando se habla de la temporada de aquella Copa de la Liga del 84. Recuerda Gail que entonces ganar en Zorrilla para cualquier rival era dificilísimo. «A mi me decían en la AFE que éramos muy pesados y que venir aquí era un castigo porque se encontraban a un equipo que salía a por todas».

Al referirse a los días previos a la final hace una precisión:«La confianza que teníamos era brutal, y como estábamos físicamente muy bien creo que hubiéramos ganado a cualquiera que se hubiera puesto por delante». Esa precisión la hace con absoluto convencimiento.

Una historia no muy conocida es la de su traspaso al Betis. Aquel verano no habían renovado Minguela y el propio Gail porque no estaban de acuerdo con las condiciones, así que se quedaron los dos solos a entrenarse en El Pinar, mientras el equipo se iba a Suances. Paradójicamente, los dos fueron traspasados a un Betis que buscaba recambio para el veterano Antolín Ortega, pero cuando Cantatore se enteró, amenazó con dimitir. Gonzalo Alonso dijo que al menos uno tenía que irse y ese fue Gail.

Los tres partidos más espectaculares en el recuerdo de muchos aficionados son con Gail en el campo o merodeando la escena. Es el referido 3-2 al Real Madrid de la 85/86, el 3-1 al Barcelona de Ronaldo, en el que Luismi estaba en el banquillo porque era ayudante de Cantatore, y la final de la Copa de la Liga.

Además de central, como aquel 30 de junio del 84, y de ariete goleador, Gail jugó también de interior, de medio centro, de extremo derecho y de media punta y en todos las demarcaciones se sentía cómodo. Todas le gustaban. Su dominio del espacio y su forma de sacar el balón con una limpieza impecable le hicieron jugar más de central. Y su juego de cabeza, también.

No solo era grande, es que iba con todo. En un partido en el Bernabéu remató en un córner al balón y a Fonseca al mismo tiempo. Fue gol, pero al final se anuló porque el remate fue tan salvaje que el árbitro vio faltas por todas partes cuando, en realidad, el damnificado había sido su compañero.

Como rival del Pucela, relata que en un partido en Valladolid, defendiendo ya la camiseta del Betis, forzó una tarjeta para poner nervioso a Eusebio y que fallara un penalti. «Me decían de todo desde la grada, pero cuando uno es profesional se trata de ganar». Esa es otra de las claves de aquella Copa de la Liga, aquel equipo dominaba «el otro fútbol».

Suplemento Especial de los 40 años de la Copa de la Liga, el sábado 29

Son múltiples los factores que deben concitarse para que un club humilde como el Real Valladolid, a años luz en presupuesto de los grandes transatlánticos del fútbol español, conquiste un título nacional. Y todas esas circunstancias confluyeron hace cuarenta años para hacer realidad el que hasta la fecha sigue siendo el único trofeo oficial de la entidad blanquivioleta en sus 96 años de historia. Aquella imagen icónica de Pepe Moré levantando la Copa de la Liga, que hubo de pasar por los líquidos de revelado para ser publicada dos días después, continúa en el imaginario de los aficionados más veteranos. Y con esa foto acaparando la portada, El Norte lanza el sábado día 29 de junio un Suplemento Especial para recordar de la mano de los protagonistas todos y cada uno de los detalles que rodearon aquella gesta.

Una temporada irregular en lo deportivo, en lo que a la liga doméstica se refiere, que acabó en celebración gracias a una plantilla que se nutrió de la cantera y que hubo de sobreponerse a un cambio de entrenador. El relato de cómo se llegó a conquistar el título, las múltiples anécdotas que dejó el proceso para llegar a levantar el trofeo, y las vivencias de los jugadores que pasaron por aquel vestuario forman parte del Especial que publica El Norte de Castilla. También una conversación entre el director deportivo (Ramón Martínez) y el entrenador de aquel equipo (Fernando Redondo), que cuarenta años se han vuelto a encontrar para repasar, ya con la perspectiva y el poso que deja el paso del tiempo, todo lo que rodeó y acompañó a aquel éxito deportivo.

Un suplemento que es una pieza de coleccionista para los aficionados más veteranos del Real Valladolid, y que se entiende también como una lección de historia para los más jóvenes que no disfrutaron de aquel hito y que solo lo conocen por boca de sus padres y abuelos.

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