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Hay muchas formas de poner pie a tierra y romper una relación. El Real Valladolid ha escogido la lenta, la que más duele. Una fractura que va más allá de la destitución de un entrenador. Para la masa social del club, ha sido como la tortura china de la gota de agua fría. Tacita a tacita. Con el culpable siempre en la tribuna y el entrenador indemne, el descrédito es galopante. La afición se ha sentido humillada y desprotegida. Por eso, la hiperprotección del técnico por parte de Ronaldo ha excavado una zanja demasiado profunda entre la hinchada y el propio club. En condiciones normales, tras coger al equipo fuera del descenso y terminar en Segunda once jornadas después, cualquier entrenador habría terminado en el paro.
El último duelo contra el Getafe rompió definitivamente la baraja. Pezzolano continuó contra viento y marea. En Segunda, ni los resultados ni el ascenso rubricaron la paz social. Una utopía. Entre las partes media un abismo, sobre todo después de la bravuconada del balcón del Ayuntamiento el día de la celebración. Una más. Una reconciliación imposible a pesar de la imposición tácita a la que ha condenado el club a sus abonados y del lavado de imagen, con turné del técnico por los medios vendiendo su perfil bajo y su lado más humano, incluidas.
La grada solo pide coherencia y el preparador uruguayo únicamente ha exhibido un ego desmesurado, que ha terminado por complicar definitivamente la relación entre la entidad castellana y sus seguidores. Un precio demasiado elevado para Ronaldo, que se encuentra en el punto de mira. Es la consecuencia de forzar una relación que estaba enterrada desde el primer descenso. El hecho de haberle entregado la llave maestra del ecosistema deportivo del club ha terminado por estirar un globo que, finalmente, ha estallado en la cara del astro brasileño y, por extensión, de los cimientos del club. Si es por dinero, mal. Si es por amistad, peor. Si es por volumen de asesores, mucho más dramático. No es justificable ningún motivo. La destitución de Pezzolano no representa la salida de un técnico que acumula resultados negativos. Va un poco más allá, porque la herida entre la sociedad vallisoletana y el club es muy profunda. Tanto, que ni siquiera la propia institución es consciente del daño que ha causado por la cerrazón de mantener en el sitio al técnico, y a su legión de asesores, por encima de la lógica. O ven otro fútbol o hay situaciones que se escapan al razonamiento humano.
El caso es que la triangulación entre Pezzolano, el club y la masa social siempre ha arrinconado a los terceros y ha elevado la indignación coral. Este malestar, sin embargo, no se ha traducido en bajas, sino que ha supuesto el efecto contrario. A mayor castigo, más butacas llenas. Hasta el punto de que este año, el Real Valladolid ha batido su récord de abonados. Este dato contrasta con la realidad deportiva que ha vivido la entidad castellana con el uruguayo al frente de las operaciones. En otro tiempo, Zorrilla se habría convertido en un solar. Esta circunstancia es otros de los elementos que no ha sabido leer el club en la ecuación entre su realidad, el marketing, el crecimiento estructural y el contexto deportivo. Ha pensado que Pezzolano la iba a romper en cualquier momento y lo único que se ha roto es la relación entre los fieles y el patrón. Casi nada.
Diecinueve meses después de su debut, el Pucela y Pezzolano han vivido un áspero viaje por el desierto más árido. Los oasis contados y la relación siempre tóxica. Mal en los momentos lúcidos y mucho peor cuando el Real Valladolid atinó a cambiar las lágrimas por la media sonrisa. La felicidad completa nunca llegó. Por eso, en plena carrera por una vida mejor, con el Real Valladolid buscando la Primera División, jamás hubo una comunión completa entre el entrenador y la grada. Y mucho menos cuando el técnico tiró de sorna y orgullo mal entendido para cobrarse todas las facturas en una en su desenlace más dulce. La afición le estaba esperando y su propia incompetencia ha terminado por reventar el intento equivocado de sacar pecho a destiempo.
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Los episodios de gresca han sido constantes. Y en esta batalla por la propiedad de la razón, el club siempre ha optado por defender a su entrenador. ¿Ha merecido la pena? A la vista del resultado, parece que no. La destitución de Pezzolano llega con mucho retraso. Aparece con el equipo herido de muerte, hundido en la tabla y con el vestuario sumido en una depresión galopante. Tal vez, el técnico debería haberse marchado con el ascenso bajo el brazo, por la puerta grande. Ahora se va rodeado de rencor, propio y ajeno. Inmerso en un discurso vacío y artificial que también ha contaminado la estrategia del club en estos meses, excesivamente cegado en defender a un prepardor uruguayo, que ha convertido al Pucela en el peor de su historia en el arranque liguero. Casi nada. Mensaje y hechos por caminos opuestos.
Y en este ecosistema infumable, con la grada de uñas y el club en un bloqueo operativo acuciante por la excesiva permisividad con el nulo éxito de Pezzolano, aparece sobre las tablas una inquietante laguna institucional. ¿Hacia dónde se dirige ahora el club? Ronaldo ha ido acotando su presencia en Valladolid hasta convertirse en un presidente en teletrabajo infinito. Si no fuera Ronaldo, su ausencia tendría menos peso. Pero cuando estamos hablando de una leyenda del fútbol mundial, es lícito que la hinchada se intente refugiar en su figura, en el respaldo de uno de los mejores jugadores que ha visto nacer el balompié mundial. Cuando lo único que percibe la masa social es el ninguneo constante y la distancia, la traducción representa una fractura que solo tiene un camino, el reinicio. El astro brasileño no encontró una buena oferta este verano, pero sus hechos le delatan. Su cabeza está en el negocio, no en el sentimiento. Mucho menos en Valladolid, solo en la rentabilidad. Por eso, ni está ni se le espera. Este año apenas ha pisado el palco. Seguro que el que venga, porque la salida de Ronaldo ha pasado de incógnita a certeza, lo tendrá igual de difícil, pero es más que posible que su figura no tenga tanto poso en el balompié planetario y, por este motivo, es fácil que la exigencia de los aficionados, en cuanto a su implicación, no sea tan intransigente.
El cambio de entrenador era un paso imprescindible, pero el club debería revisar en profundidad todos sus procesos, sobre todo los que implican al primer equipo. En estos diecinueve meses, las llaves se han oxidado en el bolsillo de Pezzolano. Es lógico que la entidad castellana aprenda de los errores y entienda que si Ronaldo quiere vender, el primer paso reside en conseguir la permanencia. Sin esa premisa, su producto seguirá devaluándose. Y viendo cómo está el patio, le va mejor olvidarse de amiguismos y buscar la estabilidad deportiva que le garantice una buena oferta. Sin permanencia, el valor del Real Valladolid se estremecerá como el Bitcoin en plena caída libre. Por eso, toda inversión, en tiempo y dinero, es poca para que el conjunto blanquivioleta no termine el curso en Segunda. Si no hay drama en el desenlace, la hinchada se irá de vacaciones con la sonrisa desabrochada y Ronaldo podrá rentabilizar su inversión. Todos contentos. La duda solo reside en ver si el sustituto de Nazario le mejora o le empeora. El tiempo dictará sentencia.
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