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«En cinco años quiero que mi club luche por estar en Europa». «Sufrimos, pero estamos creciendo». Entre estas dos frases de Ronaldo se descubre todo el paisaje que ha conducido al Real Valladolid, de nuevo a la categoría de plata del fútbol español. La ... primera fue pronunciada a finales de la segunda temporada, cuando el equipo se salvó relativamente pronto. Parecía el momento adecuado para empezar a mirar más hacia arriba. La segunda se recoge en el documental sobre su vida del que el pasado jueves se emitió en DAZN el primer capítulo. Una expresa un lícito deseo de mejorar y anuncia de manera colateral inversiones y esfuerzo financiero que la segunda corrobora. Pero el Real Valladolid es una empresa del fútbol, y en este tipo de empresas hay demasiadas variables como para querer controlarlo todo y, a la que menos lo esperas, el balón no entra o entra donde no debe, y todo el plan se va al garete. O se frena significativamente.
En el diseño de club establecido por Ronaldo y sus asesores, uno de los cuales es David Espinar pero no el único, la entidad blanquivioleta debía de funcionar con dos área: la institucional y la deportiva. De la primera se encargan su jefe de Gabinete y el consejero delegado; de la segunda, el director deportivo y el director técnico, también llamado entrenador. No son departamentos estancos, pero funcionan de manera muy autónoma y se entrelazan a través de una comisión deportiva en la que el presidente y propietario tiene, como es natural, la última palabra.
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Alejandro Rodríguez
jOSÉ mIGUEL oRTEGA
Alejandro Rodríguez
La fórmula había funcionado bien. Hasta ahora. Cuando la pelota ha entrado en la portería que no debía y ha dejado de hacerlo en la que debía, la fórmula se ha demostrado que no era tan magistral.
Ronaldo, como dueño, es el máximo responsable del fracaso. Su ausencia en el partido de San Sebastián contrasta severamente con la imagen de la presidenta del Eibar en Mestalla consolando a sus jugadores una vez consumado el descenso de los armeros. Pero Ronaldo no es de esos. En la victoria, sí; en la derrota, no en público. El brasileño es imagen, no gestión, y no le agrada que se le vea en momentos delicados.
Es este, quizá su segundo más grave error. No ha comprendido que el modelo de presidente de la Premier League que le gusta puede funcionar en Gran Bretaña, pero no en España. Y menos en Valladolid, lugar en el que la que la cabeza visible del club de fútbol siempre ha estado muy involucrado en la vida social de la ciudad. El mero hecho de que el consejo de administración de la entidad sea solo de tres personas, sin representación alguna de otras instituciones ciudadanas, dice ya mucho de la importancia que el astro brasileño da a todo lo que le es ajeno. Un club de fútbol no es una empresa al uso por cuanto tiene siempre una importante vinculación afectiva con las personas, pero ese aspecto Ronaldo lo ha dejado de lado voluntaria y conscientemente en aras de una supuesta mayor agilidad en la toma de decisiones.
Con todo, su mayor equivocación ha sido no querer o no saber escuchar a quienes le rodean y que, allá por el mes de febrero, le decían que era necesario un cambio de entrenador para revertir la deriva. Se escudó en un argumento ridículo –no crear deuda con el despido y contratación de un técnico que no estaba presupuestado–, y ahora va a perder muchos más ingresos que lo que le hubiera costado aquella hipotética decisión.
David Espinar, hombre de la máxima confianza del presidente, garante y supervisor del proyecto de 'O'Fenómeno', tendrá la espina clavada de no haber sabido hacer ver al propietario que se equivocaba. Hombre tranquilo donde los haya, reflexivo y pausado afronta ahora el reto, no pequeño, de mantener la línea recta que se haya marcado el presidente y la necesidad de reflotar el proyecto. Un año en Segunda, lo ha dicho, no es un problema para el club. De contratiempo calificó esa posibilidad que ahora se va a convertir en realidad salvo sorpresa mayúscula. Curiosamente, lo que viene le motivará más de lo que tenía. Curioso e inquieto como es, lo de conocer el fútbol de Segunda desde dentro no lo molesta lo más mínimo. Sabe que se le acrecentarán los problemas, pero eso va a ser un acicate. A él, que se metió en la aventura de un club de fútbol por su amistad con Ronaldo y por lo ilusionante del proyecto que el brasileño tiene para el club, la categoría en la que milite la entidad no le desvirtúa la filosofía que va a seguir aplicando.
Miguel Ángel Gómez. El Director Deportivo tiene muchas papeletas, sino todas, para ser el chivo expiatorio de todo este fracaso. Nunca ha gozado de la confianza plena de Ronaldo, que lo ha mantenido en el cargo por los muchos aciertos en su gestión y porque su capacidad de trabajo y planificación obtenían resultados tanto en el primer equipo como en las categorías inferiores.
Lo injusto del fútbol es que los errores que ha cometido Gómez serían fácilmente disculpables si se hubiera salvado la categoría. Señalar como poco adecuado ponerse a hacer cambios en la plantilla en una temporada tan atípica como la que acaba de terminar resulta ventajista, y más si se tiene en cuenta que realmente solo salieron Moyano y Antoñito. Las incorporaciones han funcionado de manera desigual, o al menos no lo suficientemente bien como para solventar un año sin apenas descanso, sin vacaciones y con la covid provocando aislamientos todas las semanas. Que fuera una exigencia de la propiedad esa apuesta por aumentar la calidad no merma su responsabilidad.
El otro error fue no darse cuenta a tiempo de que Sergio no era el técnico adecuado para este equipo. La derrota ante el Alavés en octubre debió hacer saltar las alarmas, pero lejos de ello solo provocó que se reforzara al técnico. Solo cuando Sergio empezó a dar bandazos y ofrecer síntomas de que no sabía qué hacer con el equipo, dio el paso de reclamar el relevo en el banquillo. Ronaldo no le hizo ya caso.
Sergio González. En todo fracaso el entrenador es el primer señalado junto a los jugadores. Y es lógico. En su descargo cabría decir que quizá no le dieron los jugadores más adecuados para su forma de entender el fútbol y que se quedaron muchos con los que llevaba mucho tiempo compartiendo vestuario. Pero esas circunstancias no le eximen de acumular error tras error en la gestión interna. Desde su extraña decisión sobre Roberto, al que relegó a la suplencia cuando había sido el mejor durante el tiempo en el que Masip estuvo con covid, hasta su tensa relación con Shon Weissman.
Los malos resultados, además, le convirtieron en un entrenador receloso, que veía ataques a su trabajo permanentemente, hasta el punto de que no se fiaba ni de los que les respaldaban. En su búsqueda de soluciones derivó en alineaciones extrañas y en planteamientos centrados en anular rival. Mantenerle en el cargo no ha sido ningún favor, porque su reputación, alta tras el ascenso y dos temporadas manteniendo al equipo, se ha visto afectada. El último entrenador que descendió con el Pucela manteniéndose toda la temporada, JIM, tuvo luego que irse a China porque aquí nadie le contrataba. Ha regresado y ahora va a salvar al Zaragoza.
Nos lo encontraremos la próxima temporada.
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