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En deporte no solo se celebra la victoria igual que no siempre entra la pelota. En ocasiones la escupe el larguero. O como sucede en la película de Woody Allen ('Match point') se queda en tu campo tras golpear la red. Es entonces cuando ... celebramos el no gol de Pelé, el 'uy' de Mike Ansley, el 'casi' de Poulidor, el penalti de García Parrondo,... Ninguno remató pero todos ellos han entrado directamente en la historia del deporte como lo ha hecho en la del Real Valladolid la derrota sufrida en la Copa del Rey el 30 de junio de 1989. Los remates de Manolo Peña no entraron pero en la retina permanece la inmaculada trayectoria de aquella plantilla, tanto en Liga (6ª y clasificada para la Recopa) como en el torneo del KO dejando en el camino a Zaragoza, Athletic de Bilbao, Cádiz y Deportivo de La Coruña antes de caer en aquella final ante el Real Madrid de la Quinta del Buitre (1-0).
Era viernes, hacía tanto calor como hoy y Madrid, sede del partido, acaba de despedir a Juan Barranco como alcalde. El otro regidor, Rodríguez Bolaños, había dejado bendecido horas antes el desplazamiento masivo de los aficionados blanquivioletas. «Debemos traernos de Madrid una sola copa, el resto las podemos tomar aquí», ironizó poco después de sellar junto a las fuerzas de seguridad un dispositivo que se topó con la huelga de Renfe. Dos trenes gratuitos se habían anunciado y el paro provocó que la cifra de seguidores se detuviera finalmente en 12.000. Todos ellos por carretera, aprovechando las últimas horas con el litro de gasolina por debajo de 79 pesetas (59 pasaría a costar el litro de gasóleo aquella noche).
La plantilla, que había viajado al completo el día anterior para quedar concentrada en el hotel Cuzco, entonces en la Castellana, encajó el primer gol apenas se subió al autocar camino del estadio Calderón. Escoltados por cuatro policías en moto en medio del típico atasco de Madrid a 30 de junio, el conductor se vio obligado a echarse a un lado ante el ruido de sirenas. «¡Era el autocar del Real Madrid a toda velocidad!», recuerda Luismi Quintana, utilero del Real Valladolid entre los años 79 y 99. Luismi aprendió el oficio hombro con hombro con un histórico del club, Tomás, que aquel día acudió invitado junto a los Saso, Babot, Busquets, Coque, Lasala, Antonio Barrios o los hermanos Lesmes, protagonistas todos ellos de la primera fecha que deja en la retina el relato blanquivioleta, la final de la entonces Copa del Generalísimo en el año 50.
Ninguno hubo de pagar las 2.600 pesetas que costaba la entrada en tribuna, 1.700 en general, y sin embargo todos ellos hubieran dado dinero por ingresar ese día en el vestuario visitante no solo para vestirse de corto sino también para escuchar una de las charlas más emotivas de Vicente Cantatore, según recuerdan los propios protagonistas. «Te ponía los pelos de punta», apunta Quintana. Con la calma que le caracterizaba, el chileno se plantó delante de sus jugadores y les espetó: 'Señores, los del otro vestuario no han ido a ninguna Universidad. Son igual que ustedes, aprendieron también en la calle. La única diferencia es la camiseta, pero si se la quitan son todos hombres', palabras que recuerda Minguela. Precisamente aquel día el Valladolid estrenó uniforme, una camiseta morada con una sola franja blanca de uso exclusivo para la final.
El capitán era un fijo desde el primer partido que dirigió Cantatore en Valladolid, año 85 –durante la campaña mágica de los Aravena, Yáñez, Juan Carlos, Eusebio, Fonseca, Gail,...– y el técnico se le quiso llevar en su marcha a las filas del Sevilla que presidía Luis Cuervas.
No fue el suyo el único caso. Cantatore, que también quiso llevarse al club de Nervión a Alberto López Moreno, hizo mejores a jugadores que en cualquier otro escenario hubieran pasado inadvertidos. A los normales los convirtió en buenos y a los buenos los hizo mejores.
El de Fernando Hierro es uno de esos ejemplos. «Con apenas 20 años jugaba con una superioridad insultante», apunta Jankovic treinta años después, «se veía que iba a terminar en un grande». Y así fue. Prácticamente en el palco del Calderón se fraguaría en aquella final su pase al Real Madrid, una operación brillante de la secretaría técnica que orquestaba Fernando Redondo que acabó reportando al club nada menos que 300 millones de pesetas –100 por jugar el Mundial de Italia– y una opción preferencial para incorporar un jugador del Castilla... ¡Caminero!
El de Gonzalo Arguiñano fue otro de sus particulares milagros. «Él siempre jugaba con cuatro atrás –Torrecilla, Manolo Hierro, Moreno y Lemos–, pero salí en un partido de Copa por una lesión y le gustó tanto mi partido que cambió el sistema a cinco porque decía que no me podía dejar en el banquillo», apunta Gonzalo, que durante esta última semana ha coincidido en un viaje a Croacia tanto con Jankovic como con Ravnic, con los que compartió vestuario en el Hércules y Lleida además del Valladolid.
Jankovic, técnico-ayudante de Prosinecki durante tres años en la selección de Azerbaiyán (2014-2017), sigue vinculado al mundo del fútbol después de retirarse en las filas del Hércules (año 97). Su caso fue el mismo que el de Miljus y el de Ravnic, sin duda el que más huella dejó en Zorrilla. Su llegada costó un disgusto en el seno del club por la presencia de Fenoy, pero su sobriedad y eficacia bajo palos acabarían por hacerle un hueco en la historia del club.
Después de superar una leucemia, hoy regenta una cafetería en Rijeka, la ciudad que le vio nacer futbolísticamente y la camiseta con la que se enfrentó al Real Valladolid antes de desoír ofertas de Bélgica para recalar en Zorrilla. «Me pagaban el doble pero yo tenía en la cabeza Valladolid, no España, Valladolid, y en mayo estaba ya estudiando español», recuerda.
La única parada que le faltó por hacer fue en esa salida a los pies de Gordillo a los cinco minutos del comienzo que le dio el título de Copa al Real Madrid. Ya había sonado el himno y en el campo formaba Cantatore con el equipo habitual a excepción de la delantera en la que Jankovic y Peña le arrebataron un puesto a Alberto, relegado después de marcar el último gol de liga ante el Espanyol y participar como titular en la remontada culminada en la prórroga en las semifinales ante el Depor. Suya fue también la última anécdota antes de saltar al campo cuando un repartidor apareció a las puertas del vestuario con un ramo de flores en la mano. '¡Es para Alberto!', le dijo en voz baja a Luismi Quintana. ¿De quién era? «Venía ese año de estudiar en Madrid y fue un detalle de mis compañeros en la Complutense», explica el hoy doctor López Moreno. Sobre el ramo dejó caer un lagrimón mientras escuchaba la alineación de boca de Cantatore.
Lo que vino después de esa lágrima es historia del Real Valladolid.
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