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José Miguel Ortega
Viernes, 28 de marzo 2025, 22:53
Tuve la suerte de conocerle en su faceta de conserje de «Atocha» y de cuidador de su césped cuando transmitía los partidos del Real Valladolid ... en la emisora en la que estuve trabajando cuarenta años. Amadeo Labarta era una institución en el conjunto donostiarra, primero como jugador y después en ese cargo de cuidador de las instalaciones en donde todavía disputaba sus partidos la Real.
Era un tipo grande y tuerto, pues había perdido un ojo durante la Guerra Civil. No era afable, pero sí respetuoso o al menos a mí me lo parecía en aquel tiempo lejano en el que los desplazamientos a San Sebastián tenían para nosotros un encanto especial. Independientemente del resultado siempre regresábamos satisfechos de Donosti, excepto en la ocasión en que el Real Valladolid jugó allí la promoción de ascenso a primera división contra los blanquazules.
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Fue a finales de la temporada 1967-68, en la que los blanquivioletas, entrenados por Enrique Orizaola, quedaron segundos a solo dos puntos del Deportivo de la Coruña, que ascendió de forma directa mientras que el Pucela jugó la promoción contra el antepenúltimo de la primera división, la Real Sociedad.
En el partido de ida, en «Zorrilla» la cosa estuvo equilibrada pero el único gol lo marcó Boronat, proporcionando a su equipo una mínima pero valiosa ventaja que defender en «Atocha», donde no se pudo pasar del empate a cero con lo que el proyecto de Antonio Alfonso de ascender a primera división comenzó a resquebrajarse. Dos años después todo se hundió con estrépito y el equipo descendió a tercera división.
Hubo que esperar doce años, en la temporada 1980-81 para regresar a «Atocha», que seguía siendo un campo mítico pero al que se le notaban los años a pesar de las reformas que le habían hecho. No recuerdo muy bien si Amadeo seguía en su puesto de conserje, pero sí andaba por allí, en la zona de vestuarios saludando a propios y ajenos con su boina y su ojo perdido.
Amadeo Labarta, que había nacido en 1905 en Pasajes, llegó a la Real Sociedad con 20 años y una formación autóctona, de arena de playa más que de césped de un campo de futbol. Era un buen medio volante, potente en el aspecto físico y valioso en el técnico, con buen toque de balón y excelente visión del juego. El sueldo que le ofrecieron era de 10 pesetas diarias.
Ganó tres campeonatos de Guipúzcoa con la Real y fue seleccionado para participar en la Olimpiada de Amsterdam 1928 en la que España empezó bien, goleando a México, para empatar después con Italia y perder después ante los transalpinos, en la ronda de cuartos de final. Fueron los tres partidos en que jugó Amadeo, que también estuvo presente en el primer campeonato de Liga que se jugó en España, en la temporada 1928-29.
La Real desempeñó un excelente papel, clasificándose cuarto, tras Barcelona, Real Madrid y Athlétic de Bilbao, aunque lo mejor lo hizo la Real Sociedad en la Copa del Rey, pues en la final con prórroga hubo empate frente al Barcelona, que ganaría por 3-1 en un nuevo partido disputado en los campos de sport de «El Sardinero».
Se mantuvo cinco años más Amadeo en las filas realistas, hasta 1935, después de haber disputado 157 partidos oficiales, de los que 113 fueron en primera división. Nada más colgar las botas, los directivos le ofrecieron el cargo de ayudante del entrenador húngaro Lippo Hertzka, que era quien dirigía a los txuri urdin. Poco después tuvo la ocasión de volar solo al hacerse cargo de la Gimnástica Burgalesa, que estaba en tercera, y más tarde del Osasuna.
Y en esas estaba cuando estalló la Guerra Civil en la que además de perder un ojo vio con el otro como se frenaba su carrera de entrenador. Tiempos difíciles en los que la fama no solía abrir puertas, de modo que Amadeo tuvo que sobrevivir en una faceta inédita, la de «cantaor» de flamenco en fiestas, bodas y, esporádicamente, en programas de radio. Así hasta que en 1952 le volvieron a llamar de la Real para ofrecerle el puesto de conserje de las instalaciones y cuidador del césped de «Atocha», pues el anterior había fallecido.
Duró mucho tiempo en esa tarea, que además de un sueldo incluía vivienda en las propias instalaciones del estadio, justo encima de las taquillas, donde su madre tendía la ropa recién lavada, la propia y la que usaban los jugadores tanto en los partidos como en los entrenamientos.
Amadeo se hizo famoso porque antes de los partidos, especialmente los que se jugaban frente a los grandes, Real Madrid, Barcelona o Atlético de Madrid, el terreno de juego estaba seco a la una de la tarde y encharcado a las cinco, cuando el árbitro daba el silbido inicial del partido.
El bueno de Amadeo aprovechaba ese tiempo previo al encuentro para darle al césped una buena mano de agua, especialmente en las bandas y en las áreas, como si hubiera caído una inesperada tormenta. En esas condiciones, la teórica superioridad de los «cocos» de la Liga naufragaba y la Real Sociedad tenía más posibilidades de ganar, o al menos de no perder.
Los entrenadores visitantes se quejaban del estado del campo en las ruedas de prensa posteriores al partido, pero nunca llegó la sangre al río. Amadeo siguió echando una mano al equipo de sus amores hasta poco antes fallecer en 1989, ya con 84 años de edad, buena parte de los cuales les dedicó a su Real Sociedad –Donostia durante la República- como jugador, entrenador y conserje de las instalaciones del viejo y entrañable estadio de «Atocha», que ya fue derribado donde ahora hay una plaza.
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