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El martes 29 de octubre de 2024 quedará para siempre grabado en la memoria de los españoles. La peor DANA del siglo, que ha dejado ya más de 200 fallecidos y decenas de desaparecidos, arrasó con todo lo que encontraba a su paso. Pero también ha traído consigo una enorme oleada de solidaridad para ayudar a los damnificados desde todos los puntos del país que ha llegado hasta la provincia de Palencia.
El pasado domingo, en mitad de la conmoción y a 702 kilómetros de distancia de Valencia, Marcos Casado salió junto a su mujer Carolina y su hijo Unai desde Cervera de Pisuerga en su coche particular cargado de productos de limpieza y alimentación para donarlo a los afectados por las lluvias torrenciales. «Salimos de madrugada y llegamos el lunes a mediodía. Cuando esa noche lo comentamos en casa, nuestro hijo de 15 años no se lo pensó ni un minuto e hizo la maleta para venir con nosotros», cuenta Marcos, después de tres días de incansable trabajo en las localidades de Paiporta, Catarroja y Albal.
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Pudieron dormir en la capital valenciana, desde donde salían cada mañana a los municipios a los que más ayuda podían aportar en ese momento. «Según nos íbamos acercando, comenzamos a ver grandes charcos, pero ya cuando llegamos a la zona del parking de Bonaire y vimos a la UME y un montón de coches volcados, ya empezaba lo serio», afirma, al tiempo que califica de «brutalidad» lo vivido. «Es como una película de catástrofes, pero a lo bestia. Cuando te vas metiendo en la zona ves cómo está peor, con coches unos encima de otros... Hasta que llega un punto en el que el barro te llega por las rodillas», añade.
Ahora la familia, ya de regreso a Palencia, recuerda cómo fueron esos primeros momentos, en los que únicamente buscaban «poder ayudar en lo que fuera necesario, desde limpiar hasta entregar comida o, incluso, devolver animales que habían salido huyendo en la riada y no sabían cómo volver a sus casas». «Tiramos de pala y a limpiar el agua de los portales para que la gente se pudiera mover, sobre todo la gente mayor. Eso era lo básico», señala Marcos Casado, mientras asegura que no dijeron nada a sus familiares ni amigos hasta que llegaron a la zona cero de la tragedia. Una vez allí, les mandaron un mensaje para informarles «y en ese momento se volcaron y nos ofrecieron bizums y transferencias para que pudiéramos adquirir lo que necesitáramos». Con el dinero recaudado, dice, compraron «todo lo que hemos podido, desde lucernillos hasta pequeños calefactores, aunque también manqueras, fuego de gas o paelleras».
De esta experiencia, lo que más les ha impactado es la marea solidaria. «Todo el mundo arrima el hombro, sobre todo la juventud. Es una pasada. Todos con sus palas, sus escobones, se ponían cintas con bolsas en las piernas para no mojarse, ya que apenas hay botas de agua», asevera, al tiempo que destaca que «impacta ver tantos coches reventados, los edificios medio derruidos y las paredes caídas». «Parece una guerra», sentencia Marcos Casado.
Sobre el trato recibido, esta familia palentina hace hincapié en la actitud de todos aquellos que, aún habiéndolo perdido todo, no dejan de ofrecer lo poco que les queda a los que van hasta allí a aportar su granito de arena. «Es una pasada la solidaridad de la propia gente que está allí; hay tanta ayuda que están abrumados, en 'shock', pero sonríen y están aguantando porque no les queda otra», coinciden.
En cuanto a la llegada de decenas de tráileres de toda España cargados de ayuda humanitaria, inciden en que «el problema es que todos estos camiones descargan en las entradas de los pueblos y se está dejando en colegios o pabellones, pero ahí ya no hay gente y falta organización para poder repartirlo». «No se puede llegar a las calles porque están embarradas», insisten.
Respecto a sus últimas horas en la zona, destacan que «este miércoles habían traído muchos carros de supermercados, los cargaban y los iban llevando por las calles porque, ya hay zonas con mucha más accesibilidad. Se estaba repartiendo mucha lejía. Nuestra visión, que hemos estado en tres pueblos diferentes y en tres días, es que cada vez se están blindando más los accesos», apostilla Casado, en nombre de su mujer y su hijo.
Lo que ha podido comprobar 'in situ' esta familia ha sido mucha gente civil ayudando, pero apenas presencia de militares en la calle. «La gente se preguntaba, ¿dónde están los militares? ¿donde están todos esos militares que han mandado? Nosotros vimos algunos, porque es verdad que hemos visto maquinaria de los militares sacando coches, pero muy pocos».
El hedor que inunda cada rincón es otro de los aspectos que más les ha calado. Todos han llevado llevado mascarilla para poder soportar el fuerte olor. «Vas protegido pero al final te tienes que mojar... La cara, los guantes, todo lo que llevas acaba embarrado», continúa.
Tras su vuelta durante la noche de este miércoles a su casa, la familia tiene pensado volver a realizar un segundo viaje en un tiempo. «Hemos conocido a mucha gente, nos hemos intercambiado los teléfonos y hemos prometido seguir en contacto porque esto no acaba aquí», concluyen.
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