Ha sido larga la espera, pero, por fin, han vuelto. Desde el 11 de septiembre del año pasado que descendieron, despacio y con una grúa hasta este miércoles, que volvieron a subir hasta su torre, a poder vislumbrar la ciudad y el río desde ... las alturas, en todo su esplendor. Si existiese un Quasimodo, si realmente viviera el protagonista de la obra de Victor Hugo, lo haría en lo alto de la Catedral de Palencia y desde hoy estaría un poco más contento porque cuatro de las siete campanas que tuvo que despedir hace unos meses, por fin, han vuelto a casa.
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La intervención global de las siete campanas de la seo palentina, que cuenta con la autorización de la Comisión Territorial de Patrimonio y asciende a 50.458,21 euros, se ha llevado a cabo y aún continúa en la empresa de Saldaña Campañas Quintana para su limpieza, reconstrucción de los yugos de madera y automatización de las campanas con los equipos de volteo y una central de mando.
Y es que las campanas, que llevaban ya más de dos años sin poder ser tocadas automáticamente por un rayo que estropeó el equipo eléctrico, tienen que sonar mejor que nunca y brillar más que nunca porque el próximo martes repicarán con alegría y sentimiento para celebrar los setecientos años de la seo palentinna. Siete siglos desde que se puso la primera piedra en la Capilla de la Virgen Blanca, una de las capillas absidiales.
Por este motivo, han vuelto parte de las campanas, para estar listas para el gran día. Ha sido imposible restaurar todas a tiempo. Aún permenecen en el 'taller' las tres más grandes, la denominada 'gorda' (supera las dos toneladas de peso con el yugo) y otras dos de gran tamaño. Las cuatro que han retornado a la Bella Desconocida tienen un diámetro de entre 520 y 700 milímetros, pesan entre 76 y 192 kilos, y tres de ellas son del S XIX y una cuarta se ha rehecho y pone la fecha de 2021, para recordar siempre el séptimo centenario.
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La empresa ha tenido bajas por covid –la pandemia todo lo trastoca– y eso les ha retrasado todos los trabajos. Además, la intervención en los yugos de las campanas grandes está siendo más compleja de lo que se pensaba inicialmente y también está habiendo problemas en el suministro de maderas.
El principal objetivo de estar actuando sobre estas campanas es prepararlas para que puedan ser tocadas tanto automáticamente como manualmente –subiendo a la torre y volteándolas o mediante golpes con el badajo–. «Es una intervención destinada a mejorar los sistemas instalados de contrapesados. Hay una corriente a nivel general de recuperar la tradición de los toques manuales y esa conservación. Se pretende adecuar los equipos instalados a esa tendencia, que se puedan hacer toques manuales y también automatizados», señalaba Manuel Quintana, de Campanas Quintana.
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La grúa llegó pronto esta mañana a la Catedral, entre las nueve y las diez, para comenzar el trabajo duro lo antes posible. La plaza de la Inmaculada se llenaba de vecinos que paseaban, que iban de un lado a otro y se detenían a ver el espectáculo, porque sin duda lo era. Los móviles salían de los bolsos con soltura para inmortalizar la belleza de las campanas recién restauradas y el trabajo de subirlas hasta lo alto de la torre. No fue excesivamente costoso ese quehacer, el del ascenso. Ya, la programación de las mismas sí que se dilató más en el tiempo, hasta última hora de la tarde.
La intervención a la que se ha sometido a las campanas desde la empresa de los hermanos Quintana comienza en modificar el contrapeso de los yugos, para que se pueda voltear también manualmente. Estos yugos están hechos con madera tropical, antiguamente se utilizaban las maderas de la zona –encina y roble–. Después de quitar peso, se prueba cada una con su yugo, para saber si el contrapeso es el adecuado.
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El siguiente paso es limpiarlas, tratar su bronce para que recupere todo su esplendor. Esta aleación de cobre y estaño es resistente a los golpes durante años y años, no se oxida, a pesar de las inclemencias meteorológicas, y consigue que el sonido sea el adecuado. Pero, aunque no se oxiden, el color va variando hasta el verde. «Esa tonalidad es una pátina. El metal se autoprotege y genera una capa superficial de un óxido que impide que la oxidación continúe y ya permanece así durante siglos», aclara Manuel Quintana. Con una microesfera de vidrio se limpia y se prepara para que brille más que nunca. Posteriormente, se echa una cera microcristalina para embellecerla e impedir que la campana adquiera una pátina demasiado pronto.
Así, con ese brillo y esa belleza esperaban pacientemente a que las ascendieran hasta su torre. Quizás Quasimodo las esperaba escondido arriba entre los vanos. Y llegaron a las alturas, elegantes y más bonitas que nunca, listas para repicar una y mil veces el próximo martes, porque están de celebración.
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