Una vecina de Villaproviano compra en el camión del carnicero Jesús Sastre, que suministra al pueblo.
Subsistir cuando un brote afecta a medio pueblo
La pandemia en la España vaciada ·
La figura del vendedor ambulante ha cobrado especial relevancia en tres pedanías de Palencia sin apenas servicios, en las que muchos de sus vecinos han tenido que estar en cuarentena afectados por la covid-19
Palencia es una de las provincias de España con una población más dispersa. 73 de los 191 pueblos palentinos están por debajo de los 100 vecinos, y esta circunstancia durante una pandemia tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Los vecinos de Villorquite del Páramo' (con 13 habitantes censados), Villaproviano (con 59) o San Martín del Valle (con 28) están convencidos de que vivir en un pueblo pequeño tiene beneficios en estos tiempos convulsos en los que las aglomeraciones son un peligro, pero también saben que cuando el virus pasa la señal de inicio de poblado de la carretera del pueblo, llama a todas las puertas de las pocas casas que hay habitadas y entra en muchas de ellas.
Sobre ese poder de propagación del virus en los pueblos con un bajo número de habitantes sabe mucho, por desgracia, Pilar Vallejo, la presidenta de la Junta Vecinal de San Martín del Valle, donde un brote en su unidad familiar contagió a seis personas, o lo que es lo mismo, a un tercio de los que allí residen en invierno. «Mi madre dio positivo el día 20 de noviembre y el 21 nos hicieron a todos la prueba», explica Pilar, que en aquel test arrojó un resultado positivo junto a su hermana, su marido y sus sobrinos, todos ellos vecinos de San Martín del Valle.
La metódica forma de vida de estos vecinos y familiares pudo tener que ver con el contagio. La madre de Pilar, Amparo Pérez, pasa el día en su domicilio particular, pero por la tarde acude siempre a casa de Pilar a jugar a las cartas y a las 22:00 horas se va a dormir donde su otra hija, Rosa. Ese contacto estrecho entre las tres viviendas pudo ser el origen del brote. «¿Cómo iba yo a pensar que pudiera pasarnos algo así?», se pregunta Amparo que, a sus 86 años, asegura que pasó miedo al conocer el positivo. «Cuando me comunicaron que había dado positivo, tuve miedo de pegárselo a mi familia, así que pensé quedarme encerraba en casa y mi hija Rosa dijo que se venía a vivir conmigo para ayudarme. Pero como al final dieron positivo Rosa y sus hijos, nos fuimos a su casa y allí lo hemos pasado todos juntos» , explica esta octogenaria, que superó la enfermedad sin graves complicaciones.
Ese contacto entre familiares es el que ha permitido que el virus se propagase tan rápidamente en este caso. «En casa no nos ponemos la mascarilla. ¿Cómo íbamos a pensar nosotros que nos íbamos a contagiar toda la familia de esta manera? Ni en una pesadilla», se pregunta también Pilar Vallejo, que no oculta que las estrechas relaciones entre personas que se suelen dar en los pueblos convierten a los vecinos en más proclives al contagio durante un brote. «En la ciudad se ven los vecinos por la escalera y ni siquiera se hablan. Aquí es diferente y en invierno, más. Te juntas en las casas a 'echar una parlada' o a jugar a las cartas porque aquí no tenemos bares ni otros sitios en los que poder distraernos. Algo hay que hacer», explica.
En Villorquite del Páramo vivieron el mes pasado algo similar a lo que sucedió en San Martín del Valle. En esta pedanía de Saldaña solo viven nueve personas en invierno y un virulento brote contagió a siete vecinos de una misma familia. Uno de ellos, José Vicente González, tuvo que estar ingresado en el hospital del 8 al 18 de noviembre. José Vicente solo tiene 56 años y asegura que esta enfermedad no entiende de edades. «Se han dado casos de gente joven que también han tenido que llevar al hospital. A mí me trataron muy bien, aunque no podíamos salir de la habitación. Ahora me estoy recuperando», explica.
La zona básica de salud está viviendo en esta segunda ola varios brotes en pequeños municipios y otro de esos lugares es Villaproviano, donde se ha registrado un fuerte contagio. Una de las personas que ha pasado la covid en este pueblo es Dania Carmona, que supo que la pandemia había entrado en su vivienda el 19 de noviembre, cuando una prueba se lo confirmó. «En casa lo hemos pasado mal. Lo hemos vivido con mucha incertidumbre durante casi 20 días. Esto no es una gripe», reconoce Dania.
La labor de los vendedores ambulantes
Los servicios en pueblos tan pequeños brillan por su ausencia. Ni bares, ni siquiera carnicerías o pescaderías atienden a estas personas en establecimientos a pie de calle. Muchos de los vecinos aprovechaban los fines de semana para ir a comprar a la ciudad o a cabeceras de comarca, pero si la covid entra por la puerta , la cuarentena exige que no se salga de casa. La mayoría de los contagios registrados en estas pequeñas localidades afectan a familias enteras y eso hace que estos vecinos pierdan la posibilidad de que un familiar les lleve la compra, por lo que ahora ha cobrado una especial relevancia la figura del vendedor ambulante de productos alimenticios, que antes era importante para la zona y ahora ha pasado a ser imprescindible.
Jesús Sastre pertenece a la tercera generación de carniceros en Villamoronta y reparte sus productos a otros 27 pueblos de la zona con un camión. «Damos un servicio necesario, pero es lo que llevamos haciendo siempre. Ahora mismo la gente ve más la necesidad de nuestro trabajo porque tiene más problemas de movilidad. Cuando la gente está en cuarentena, lo que suele hacer es mandarme un Whatsapp o llamarme por teléfono para hacerme el pedido y se lo dejo colgado de la puerta. Aquí nos conocemos todos, somos casi una gran familia», explica Jesús.
Reducir el contacto con personas positivas es fundamental para Jesús, que en muchos casos fía el dinero de la compra y así evita riesgos innecesarios, ya que confía ciegamente en esa gran familia de la que habla. «Hay que resaltar la confianza que tiene el cliente en nosotros y la que nosotros tenemos en ellos. Ahora, con las nuevas tecnologías, hay gente que te hace una transferencia, pero hay otros que te dicen déjamelo ahí que ya cobrarás. Yo no tengo ninguna duda en ellos», explica Jesús, que asegura que las formas de pago digitales no son una quimera para muchos de los vecinos de edad avanzada de la zona. «Tengo varios clientes jubilados que me pagan por Bizum», subraya este carnicero, que ha tenido que adecuar su trabajo a las necesidades que le ha marcado la pandemia. «Antes hacía una parada y se me juntaban cuatro o cinco clientes a la vez.Ahora, la gente tiene miedo a juntarse y voy de puerta en puerta», añade.
Pero como en estos pequeños pueblos no solo se alimentan de carne, la pescadería Pescados Amaya de Carrión de los Condes cuenta con dos camiones frigoríficos que reparten pescado a los vecinos. José Luis Hernández es uno de los pescaderos que conducen estos camiones por 60 pueblos de la zona y afirma que con la llegada de la pandemia se ha incrementado el número de clientes. «Nosotros teníamos antes gente que no nos comprobaba porque se iban a supermercados y centros comerciales, pero ahora nos tienen mucho más en cuenta», afirma José Luis, que no oculta que acudir a un municipio en el que sabe que hay un brote le da cierto respeto, aunque olvida su temor porque su trabajo es fundamental para que las personas contagiadas puedan alimentarse durante la cuarentena. «Hay pueblos a los que vas con miedo porque sabes que hay un brote y temes el contacto directo con gente contagiada», asegura.
José Luis vende pescado, pero para los vecinos es mucho más que un simple vendedor. «Hay mucha gente mayor que tiene necesidades e intentas ayudarles a todo lo que está en tu mano. Una mujer que estaba confinada me pidió por favor que le llevase un libro de pasatiempos porque al no poder salir de casa estaba muy aburrida. Así que se lo compre y se lo llevé a casa. Luego están las que te piden lotería y cuando esto empezó todo el mundo nos pedía mascarillas. Le di una de las mías a un señor de 90 años y se puso más feliz que si le hubiese tocado la Lotería. No soy solo el pescadero», reconoce José Luis Hernández.
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