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Coronavirus Palencia: Besos huérfanos de mejilla por culpa de la covid

Besos huérfanos de mejilla por culpa de la covid

Contagio masivo en una residencia de Palencia ·

Benito Husillos decía cada día a su madre que guardaba para el fin de la pandemia los besos que no le podía dar, pero su plan se truncó el sábado con su muerte por coronavirus

Marco Alonso

Palencia

Viernes, 20 de noviembre 2020, 07:03

Su hijo se despedía de ella de la misma forma cada día: «como no nos podemos besar por culpa de la pandemia, cuando se acabe esto, nos vamos a dar todos los besos de golpe», repetía Benito Husillos García una y otra vez a su madre, Valentina García Arenillas. Benito pronunció tantas veces esta frase que tenía pensado que el día que un simple beso dejase de ser un peligro, iba a besar a su madre «miles de veces». Pero esa promesa no se va a poder cumplir. Valentina falleció el pasado sábado después de pasar nueve días peleando en el Hospital Río Carrión contra la covid-19, una enfermedad que le hizo perder primero los besos de sus seres queridos y después, una vida en la que llevaba 88 años luchando.

«Era una luchadora», recalca la hija que llevaba su mismo nombre, Valentina Husillos. Y solo hace falta conocer cuatro pinceladas de la existencia de esta palentina nacida en Herrera de Pisuerga para darse cuenta de que sí, de que la lucha le acompañó hasta ese fatídico sábado 14 de noviembre en el que todo acabó.

Cuando estalló la Guerra Civil, Valentina solo tenía cuatro años, pero con aquella niña no pudo ni una España dividida, ni las penurias de la posguerra. Esa pequeña fue creciendo en una época difícil, su vida se cruzó con la de un hombre nacido en Villalaco llamado Cecilio Husillos, que se convirtió en su marido. De ese amor nació primero un niña, María Ángeles, y después otra, Valentina. Con dos hijas y toda una vida por delante, Cecilio decidió buscar suerte trabajando como operario en Múnich. Dejó a Valentina en Palencia y se encaminó a tierras germanas en busca de fortuna, pero Valentina pudo un tiempo después dejar a sus hijas con la abuela y acompañar así a su marido en su búsqueda de una vida mejor.

Los años fueron pasando –hasta seis– y Valentina cada vez echaba más de menos lo que para ella era lo más importante: sus hijas. Tanto tiempo sin sus besos se le hizo eterno. Y a sus hijas, también. «Lo llevamos muy mal. Cuando marcharon yo no había hecho ni la comunión y fue muy triste. Cada vez que pasaba por la estación me ponía a llorar porque me acordaba de mis padres, que solo les veíamos una vez al año», explica su hija Valentina.

Pero la pena por la distancia acabó y la familia volvió a unirse en Palencia en 1971. El sueño alemán acabó y Cecilio, María Ángeles, Valentina madre y Valentina hija sintieron de nuevo lo que disfrutaban de los besos de los que más querían.

Solo un año después de su regreso, en 1972, nació el tercer hijo de la pareja, Benito, el único que no sabía hasta la llegada de la pandemia lo que es vivir sin los besos de su madre.

La pugna por una economía familiar más holgada lejos de su país fue solo una de las muchas batallas que tuvo que afrontar Valentina. En 2002 comenzó su particular lucha contra el cáncer, un enemigo que no pudo con ella pese a reproducirse en varias partes de su cuerpo, aunque tal vez lo más duro para ella fue perder a Cecilio en 2011. Falleció su compañero de viaje –con el que marchó a Alemania sin sus hijas para dar, paradójicamente, una mejor vida a sus hijas–, pero pese a los muchos obstáculos que se encontró en el camino, Valentina permaneció erguida hasta el sábado.

Ese espíritu luchador, forjado a base de mazazos a lo largo de décadas, no sirvió en esta ocasión a Valentina para zafarse del enemigo más implacable al que se enfrentó a lo largo de su vida: la covid-19, que le atacó en el virulento brote que afectó a toda la Residencia San Antonio de Palencia El viernes 6 ingresó en el hospital y sus hijos pronto supieron que el asunto era grave, tanto que una llamada les alertó de que si querían despedirse de su madre, debían acudir a la habitación en la que estaba ingresada.

Las exigencias de la pandemia no permitieron que sus tres hijos se despidieran de ella. Solo sus dos hijas pudieron decirle adiós y Valentina hija, aquella pequeña que lloraba cuando pasaba por la estación de tren en la que se despidió de su madre, ahora tendrá una sensación similar al pasar junto al hospital. «Antes de entrar en la habitación, te dicen que no toques absolutamente nada. Me tuve que entrelazar las manos para no tocar a mi madre por última vez. Le dije que tenía que luchar, como tantas veces había hecho, pero por desgracia no ha podido», señala su hija con la voz entrecortada mientras su hermano, Benito, asiente con la cabeza, sabedor de que guardará de por vida esos besos que reservaba para celebrar con su madre el final de la pandemia.

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