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«En mi vida le falté al respeto a mi mujer. Hemos tenido discusiones y crisis, pero nunca la insulté, ni le di patadas ni le agarré del pelo. Ni le golpeé a mi mujer delante de mi hija, ni sin estarlo, no puede haber ... visto lo que no ha sucedido. Ni mi mujer ni mi hija me han tenido miedo nunca». J. F. P. J., para quien el Ministerio Público solicita una pena global de 24 años de cárcel por ocho delitos cometidos contra su mujer, negó este lunes en la vista oral en la Audiencia de Palencia, todos esos delitos de que se le acusa: uno continuado de violación con uso de violencia o intimidación especialmente degradante (y por el que la Fiscalía le pide quince años de cárcel); tres de maltrato (un año por cada uno); uno continuado contra la integridad moral (dos años); uno continuado de amenazas leves (un año); uno de maltrato habitual (dos años) y uno continuado de coacciones leves (un año). Yagregó durante su declaración en el juicio (que continuará hoy y probablemente mañana) que M. R. A. se fue de casa en la madrugada del 20 de enero de 2020 después de que la relación entre ambos se deteriorase «por una tercera persona con la que tenía decidida otra vida, que es abogado y por el que se dejó obnubilar al 200%».
Según la Fiscalía, el acusado empezó la relación sentimental con la víctima a los 13 años. Y tras quedarse embarazada a los 19, con el ánimo de atentar contra la integridad física y psicológica de la mujer, supuestamente «le propinaba de modo constante patadas y empujones acompañados de insultos como puta, zorra, hija de puta, mala o mente plana; le daba patadas estando en la cama hasta que la tiraba de la misma, tortazos y le agarraba del pelo y del cuello, golpeándola contra la pared».
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«No la golpeé nunca cuando estaba embarazada, ni tampoco cuando había dado ya a luz y aún tenía los puntos del parto. Vivimos unos años con mi madre, pero yo no le tiré del pelo en presencia de ella. Tampoco es cierto que cuando mi hija tenía 5 años, mi mujer se fuera de casa con la niña a casa de su madre. Y menos por una paliza», afirmó J. F. P. J., que negó asimismo que echara a su hija de casa antes de 2020. «Se fue a Valladolid a vivir por la Universidad, para que no tuviera que ir y venir varias veces todos los días. No se marchó por una conducta violenta mía», agregó el acusado.
Según el Ministerio Público, J. F. P. J. «impedía a su pareja relacionarse con normalidad con los suyos, limitando sus salidas del hogar familiar si no eran en su compañía. La mujer accedía a no tener casi contacto con terceros a sabiendas que, si le contravenía, el sujeto la golpearía o la insultaría. Asimismo, con el ánimo de causarle temor, en las discusiones le hacía saber que podía matarla».
«Cada uno tenía su parcela de autonomía y expansión. En ciertos momentos de dificultades económicas o problemas de salud hemos tenido alguna crisis, pero nos hemos tratado con respeto siempre», recalcó J. F. P. J., que lleva tres años en prisión.
El Ministerio Público sostiene que en noviembre de 2019, el acusado «le lanzó el móvil a la cara y con ánimo de humillarla y tras atarle las manos por detrás, le hizo comer como si fuera un perro, poniéndola a cuatro patas, galletas trituradas con agua, a la vez que le daba golpes en el trasero». «Ni le tiré el móvil ni le obligué a comer a cuatro patas. Jamás en mi vida se me ha pasado algo así por la cabeza», respondió al respecto el acusado.
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La Fiscalía sostiene igualmente que el ánimo del acusado de «humillarla y vejarla era una constante en su relación, ya que la obligaba a vestirse y maquillarse como una prostituta. En una ocasión, la llevó a un club de alterne contra su voluntad para que viera lo que hacían las mujeres y luego la obligaba a realizar prácticas sexuales que suponían una humillación para ella, «introduciéndole de modo habitual, objetos por el ano, como pepinos, calabacines o el palo de un mortero».
«Ni la obligué a ir a clubes de alterne, ni la obligaba a vestirse como una prostituta, ni tampoco a que se introdujera pepinos o calabacines», declaró J. F. P. J., que señaló que «fue ella la que me insistió en acompañar con la furgoneta a uno de sus primos que tiene negocios de clubes de alterne», aseguró.
En su escrito de acusación, el Ministerio Público recoge que, en la madrugada del 9 de enero de 2020, el acusado «empezó a golpearle la cabeza, le tiró de las orejas, le metió un calcetín en la boca para que no pudiese hablar y le introdujo los dedos en los ojos, logrando la mujer en un descuido de J. F. P. J., que estaba buscando algo para atarla, huir en pijama y zapatillas para refugiarse en casa de su madre».
«Salimos los dos y al llegar a casa, me quité la ropa, me acosté y me puse la máquina de apnea, no oí que se fuera. A la mañana siguiente vi que no estaba, me aseé y la llamé para ver dónde estaba. Esa noche hablamos del comportamiento de mi mujer con esa tercera persona y de lo de mi hija, que se había presentado en casa con un chico diciendo que se iba a vivir con él y luego dijo que le dejaba y que se iba a vivir a un pueblo. Mi mujer decidió tener una relación con ese señor y a mi hija solo he tratado de cuidarla para que no se descentrara. En cierto momento le dije a mi mujer que iba a hablar con la madre y la esposa de ese señor, pero me lo fui tragando. Le dije que si eso continuaba así, yo planteaba darnos un tiempo para recapacitar y yo me iba de casa», subrayó el acusado, que descartó que M. R. A. le escribiera el mensaje que le envió tras irse de casa y en el que la atribuía maltrato y que no iba a volver a casa.
«Eso fue su hermana o el señor ese. Yo la he querido hasta el último momento. Le dije que no había sabido cuidarla y que me diese otra oportunidad porque quería que tuviésemos mejor vida y no volvernos a faltar al respeto porque en las conversaciones nos dijimos cosas desagradables», apostilló J. F. P. J. que negó igualmente que grabara prácticas sexuales. «No estoy tan chalado», concluyó.
«Yo deseé morir, y más de una vez pensé que así iba a ocurrir. Me ataba y me agarraba del cuello, llegaba hasta el tope y me soltaba». M. R. A., que declaró ayer por videoconferencia, sostuvo en la vista oral ayer en la Audiencia una versión diametralmente opuesta a la de J. F. P. J., el hombre con el que supuestamente vivió un infierno desde muy joven, desde que «con 12 o 13 años» comenzaron una relación «como amiguitos» y ya embarazada con 19 años recibió insultos, empujones para tirarla de la cama y le impuso un orden de relaciones sexuales «lunes, miércoles y viernes».
«Vivimos al principio con mi suegra y estando ella presente me agredió muchas veces, verbal y físicamente. Me obligó a practicarle la primera felación porque decía que en una despedida de soltera ya lo había hecho con un negro», relató M. R. A., que señaló que «todo lo hacía bajo su supervisión, y si iba donde mi madre, decía que volvía atontada, que eran una secta, y luego tenía que pagarlo con salidas, beber, bingo y sexo». «No podía contradecirle, no había opción. Me decía que no me mataba porque era muy fácil», agregó M. A. R., que relató cómo en verano de 2019 «se enfadó porque iba a bajar a la perra y empezó a pegarme, me agarró por las orejas y me dio contra la pared, me metió los dedos en los ojos y me dejó desnuda encerrada en la terraza».
M. A. R. aseguró que el acusado le llevó a un club de alterne en Palencia «para que cogiera apuntes» y que, en noviembre de 2019, «no sé ya por qué se enfadó, pero me ató con el cinto del albornoz por el cuello y las manos atrás y me trituró galletas en un balde con agua y me hizo comerlas a cuatro patas mientras el me pegaba en el culo. Decía que como me gustaba tanto el dulce... Vomité y me obligó a comerlo, seguí vomitando y continuó pegándome hasta que me introdujo un pepino por el ano y me penetró por la boca».
En la madrugada del 9 de enero de 2020, M.A. R. afirmó que el acusado «se enfadó porque le había llegado la tarjeta de minusvalía, que le daban un 33% y dijo que no era suficiente, me ató, me metió un calcetín en la boca y me dejé hacer». Fue la noche que huyó de casa. «¡Cómo iba a tener yo una relación con un hombre! No se me pasaba ni por la imaginación», aseguró.
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