El escritor José Antonio Abella, en una imagen de archivo. Antonio de Torre

No disparen al novelista

«Se da la circunstancia de que todo esto ocurre en este contexto preelectoral en que el énfasis se está poniendo por unos y otras en la necesidad de escuchar a la ciudadanía para abordar la verdadera realidad que empaña sus vidas»

Tomás Sánchez Santiago

Escritor

Miércoles, 19 de julio 2023, 09:59

Hace ya algunas semanas, bajo el título de 'Pena de muerte invisible', el escritor José Antonio Abella, reciente premio Ciudad de Valladolid por su novela El corazón del cíclope, daba a conocer a instituciones y medios de comunicación un escrito suyo donde se ponía ... en evidencia una situación real y escalofriante: la negativa del Ministerio de Sanidad a asumir, ni siquiera parcialmente, los costes de un medicamento para combatir el cáncer de colon en una de sus mutaciones más agresivas. En el testimonio de Abella, médico de profesión y alcanzado él mismo por esa variante de la enfermedad desde hace algún tiempo, se daban datos fehacientes sobre dicho medicamento comercializado como Braftovi (Encorafenib), complementario de otros tratamientos. Se decía lo que costaba al paciente (casi 6.000 euros mensuales), se informaba de que en 14 países de la UE (Portugal, Bélgica, Francia, Alemania…) se financia por el Estado y, sobre todo, se hacía saber su eficacia, testada con probada suficiencia en combinación con Cetuximab, para alargar por un tiempo más que apreciable la vida de cada paciente, que de no ser por esa medicación se reduciría a unos meses.

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Hasta aquí, los hechos en crudo. La fulminante campaña de difusión que el texto ha tenido -ya con más de 60.000 firmas- ha encontrado un recorrido no siempre favorable. La respuesta del Ministerio de Sanidad ha sido un tajante no a la posibilidad de considerar una subvención a este medicamento. Asimismo, Abella se dirigió a La Moncloa al menos en cuatro ocasiones sin obtener contestación en ningún caso. Eso sí: en un correo interno que se escapó de las teclas de algún funcionario, cuya torpeza es de agradecer, se advertía de que el corresponsal era «médico y novelista» a fin de responderle con cierta prevención, pues se preveía su intención de iniciar una campaña dando a conocer su situación y la del resto de afectados ante la imposibilidad de adquirir ese medicamento de coste inasumible.

Se da la circunstancia de que todo esto ocurre en este contexto preelectoral en que el énfasis se está poniendo por unos y otras en la necesidad de escuchar a la ciudadanía para abordar la verdadera realidad que empaña sus vidas. Lo cierto es que esta actitud, por bienintencionada que sea, los deja a todos en evidencia, pues nosotros -«la honrada ciudadanía», como la llamaba el poeta Valente en un artículo suyo aún lleno de vigencia en mi corazón- suponíamos que eso era la política: contribuir desde el poder legitimado a mejorar la vida colectiva, a solucionar los problemas reales que afectan a la comunidad; es, por no extendernos mucho en lo obvio, el acceso a una vivienda digna, a una educación gratuita y solvente, a una justicia independiente y objetiva o a una sanidad pública indiscriminada y eficiente. Durante estas semanas hemos estado oyendo estas mismas formulaciones a hombres y mujeres interrumpidos por el aplauso ciego de los asistentes a los mítines. Si no fuese porque la edad nos asiste y hemos oído decir demasiadas veces estas mismas palabras, pintadas de tul ilusión, por todo el arco de partidos políticos, no seguiríamos tristemente convencidos de que la política se ha convertido muy a menudo en el arte sutil de olvidar lo que se está prometiendo. Y en este sentido, debería ser el espectro de la izquierda y de la supuesta izquierda el que debería apostar con más convicción por todo lo que supone valorar la vida pública en la sociedad civil. Ese concepto primordial -la vida pública- junto a otro -el bien común- están siendo desterrados del panorama por el vendaval de un neoliberalismo capitaneado por una avidez por mantener lo propio y lo privado, actitud propiciada velis nolis por gobiernos distantes en sus catecismos políticos pero afines en procedimientos para procurar el contento inmediato de sus posibles electores. Pero no. No se trata -como el mismo Abella dice en su contundente texto- de meter un rato los martes a los abuelos en un cine por dos euros sino de solucionar el drama de las residencias de ancianos; no se trata de sustituir conceptos desgastados por el manoseo del uso como justicia, dignidad o solidaridad por otros como cariño, dulzura, alegría y otros que parecen nutrir el glosario de la nueva izquierda y tratan de entrar por la vía emocional en las venas del electorado.

Esa izquierda en la que necesitamos seguir creyendo tiene aquí la oportunidad de mostrar realmente su disposición a atender lo importante y abandonar la rebatiña de regalos de consolación con que nos obsequian, como si estuviesen ya solucionados los problemas estructurales de nuestra sociedad. Sí, hay un medicamento que puede salvar la vida de cientos, quizás a lo largo del tiempo de miles de ciudadanos afectados por el mordisco del cáncer; de no reaccionar con prontitud, podrían morirse en tan solo unos meses. Como el propio José Antonio Abella decía, se trata de una condena a muerte invisible. Está en las manos de los gobernantes de hoy aprobar la dispensación gratuita de ese medicamento. No hagan espectáculo de la política. No jueguen al ping-pong de las descalificaciones del contrario. Mientras ustedes pierden el tiempo en eso, las entrañas de compatriotas suyos afectados por este cáncer se siguen viendo minadas por las células del monstruo. No disparen sobre el novelista y el resto de los afectados mirando hacia otro lado para parecer que ustedes no tienen que ver con su muerte. Porque si no actúan a tiempo, ustedes serán los responsables de una de esas masacres silenciosas e inadvertidas que a menudo se llevan a cabo, por omisión, en las filas de la honrada, sufrida e impotente ciudadanía, mucha de ella ni siquiera con conocimiento para acusarlos de este crimen de guante blanco. Pero el gran Abella ha destapado la olla. ¿Es posible que no haya capacidad de gestión ni sensibilidad mínima para abordar ya este asunto? Pregúntenselo ustedes mismos, los que de momento ni se han dignado responder a este ciudadano que habló, y lo sigue haciendo, en nombre de tantos.

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