No morirás jamás

Son días de alegría, aun en la despedida. Porque en la vida todo es dar, sin necesidad de mucho más. Resuenan las cornetas en aguda agonía entre el humo del incienso y los efluvios del nardo. Una madre se despide y aunque no entienda, siente, y aunque sienta, asume. Porque no hay lucha frente al destino, cuando se nace con él escrito.

Penitencia sin absolución terrena ante traiciones envalentonadas. Treinta monedas de plata es lo que vale un alma. Pero ante un beso no importa el dinero. Es el precio de la salvación. Marchas procesionales con música que se ensaña contra la piel tensa de los tambores. Trompetas de pulmón henchido.

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Triduo Pascual. Mesas que encuentran conversaciones y risas de amigos. Alguien derrama el vino y la carne se siente mancillada. Pero ya no son más vino, ni carne deshonrada, sino el camino a la redención de sacrificio perdonada.

Viernes de flagelación y muerte. Sólo siete palabras en una cruz. Mofas y burlas de quienes miran sin ver. Fe. Y en el dolor, calle. Treinta y tres pasos da la General. El primero, entre palmas; el último, la nada, De nuevo la madre, la que llora, la que pierde, la que sufre, la que recuerda sin posibilidad de olvido. Soledad sin rabia. Sólo soledad, entre las tinieblas de la noche repentina.

Y aun así, esperanza con el hombre, ya en la tierra. Sólo Dios vuelve.

Tercer día y final aunque es el principio, porque el que cree vivirá, aunque muera. Y por todo esto, tú no morirás jamás.