Borrar
Iván San Martín
Recuerdos de Valladolid: No somos secos, pelele

No somos secos, pelele

Vallisoletanías ·

¿Quién soy yo para entrometerme así en su vida? Eso es vallisoletanismo. Y luego lo de que somos fríos. A ver, ¿pero cómo quieres que seamos, 'miamol'? ¿Calientes y sabrosones?

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 19 de febrero 2023, 00:01

En Valladolid no somos secos, lo que pasa es que estamos concentrados. En esta ciudad vivimos enfrascados en nuestros pensamientos, que son hondos y profundos como un natural de Roberto Domínguez o como un verso de Guillén. Y por eso, a los que no nos conocen, les puede parecer que hablamos poco. Es falso: en realidad hablamos demasiado, mucho más de lo que nos gustaría. Vivimos en una continua conversación interior, en una prosodia constante, solo que con nosotros mismos. Yo lo noto con especial intensidad cuando voy caminando por la calle con mi hija.

Ella me habla –mucho y muy rápido– y tengo la sensación de que su voz se mete dentro de mi cabeza y no soy capaz de oír mis propios pensamientos, por lo que me pongo a mí mismo en 'pause' para poder volver luego donde lo dejé. No siempre lo logro. Y no sé si será el gen 'y', esta vejez que comienza a aparecer en forma de colesterol alto, presbicia incipiente y menisco como una pieza perdida del Lego o quizá solo sea la soledad inherente al cronista, que termina por hacerse hueco y te acostumbra a lo que no debe. Al silencio, claro. No lo sé, pero la cosa es que en esta ciudad no hace falta comunicarse tanto como en otras. Y no es porque no tengamos nada que decir. Es porque no hace falta, leches, que por ahí son muy pesados.

Qué manía con comunicarse a todas horas, de verdad, qué obsesión con hablar, qué vicio con matizar las palabras del de enfrente y dar tu punto de vista sobre todo. Pues no. Aquí escuchas, aunque no te interese. Asientes aunque no estés de acuerdo y sonríes. Pero todo sin intensidad, a 33 revoluciones, por educación, como guardando un secreto, aunque, en realidad, estés pensando en si has descongelado o no aquel salmón para cenar. Mi abuela ventilaba todos estos casos con un escueto «Velay», que no es el nombre de un antiguo bar de San Benito, sino una voz comodín que significa algo así como «ya ves», «así es la vida», «qué quieres que te cuente» o «lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo», que dirían Junco y Sandro Giacobbe. Lo decía, además, con un tono entre la resignación y la indiferencia verdaderamente magistral, un tratado completo de vallisoletanía, un registro actoral que en el cine solo ha sido capaz de repetir Luis Ciges.

Artículos anteriores

El vallisoletano tiene ese fondo de indiferencia, de cansancio vital, una especie de hastío pero no afectado, grave ni melancólico. Es simplemente estoico. Una paciencia congénita y un desdén basal, que no es apatía sino la educación viniendo a tapar el desinterés. Somos un poco actores, esto es así. Mi chica dice que soy pelín falso pero es que ya me dirán para qué responder a la camarera algo así como «no, señorita, ya que me pregunta aprovecho para comunicarle que no me ha gustado ese café que me ha puesto a la temperatura de fusión del tungsteno a pesar de que se lo pedí templado» pudiendo resolverlo con un «buenísimo. Estaba perfecto. Gracias». Ya me dirán. Si le dices lo que piensas a lo mejor te responde y te toca hablar un rato, dar explicaciones y debatir con ella y yo tengo muchas cosas en las que pensar, que las dejé en 'pause' antes, cuando hablaba mi hija. Lo único que un vallisoletano hace en ese caso es no volver al bar y punto. Porque somos un poco exagerados y, desde luego, tenemos la asertividad justa para no colapsar al encontrarnos unos con otros.

Tengo un amigo que si encuentra un pelo en la sopa prefiere comérselo antes de hacer pasar un mal rato al camarero, a ver si viene el encargado a disculparse y nos toca hablar. Y otra que pagó con un billete de 20, le dieron la vuelta de 5 y no dijo nada, para no molestar. «Total, pobrecillo». La misma amiga, por cierto, que, estudiando Derecho, estuvo tres años sin pasar por la calle Librería para que el camarero de un bar de esa calle no le viera y no le preguntara por qué hacía tres años que no pasaba por allí, en un bucle de difícil explicación para el forastero. Mi propio padre a veces hace como que no me ve para no tener que pararse a saludarme, no vaya a perder el ritmo de su caminata. No es despiste: solo concentración.En este sentido, reconozco que voy a El Corte Inglés en hora punta para que las dependientas no me pregunten nada, porque no sé responder bien y en Valladolid estamos educados para pedir las cosas pidiendo perdón de antemano, como si molestaras.

Prefiero mirar entre el caos, pero en silencio. No estamos acostumbrados a hablar tanto y cada vez es la primera, como si estuviéramos debutando. Y, como dice la rata de JM Nieto en una de sus viñetas, «eso de que los vallisoletanos somos secos y antipáticos en un tópico absurdo, para que te enteres, pelele», marcando bien el desprecio en la oclusiva. No, no somos secos. Solo concisos. Y tampoco somos antipáticos, solo que estamos deseando llegar a casa y tirarnos el sofá, calladitos todos y mañana será otro día. Ayer mismo, en un bar de San Nicolás, había cinco paisanos y los cinco estaban callados y mirando la tele. Solo se comunicaban para decir 'buenooo' cuando entraba uno o 'aleee' cuando se iba otro. No les fueran a interrumpir 'La Ruleta de la Fortuna', por Dios.

¿Y saben qué les digo? Pues que estoy deseando volver, que estoy seguro de que en Londres hay bares que cobran muchísimo por el silencio obligatorio, como el vagón ese de Renfe. ¡Y aquí lo tenemos gratis! ¡Un café sin camareros ultra simpáticos ni amabilísimos parroquianos dándote la chapa! Qué maravilla, de verdad. Solo silencio, como cartujos enfadados. Si lo ve un turista, flipa, pero es que yo los veo a ellos con su mapa, perdidos, y reconozco que daría la vida por qué me preguntaran algo, estoy deseando ayudarles. Pero, si no me preguntan, ¿cómo voy a molestarles? ¿Quién soy yo para entrometerme así en su vida? Eso es vallisoletanismo. Y luego lo de que somos fríos. A ver, ¿pero cómo quieres que seamos, 'miamol'? ¿Calientes y sabrosones? ¿Pero has estado tú en Zorrilla aquel miércoles viendo al Lugo en un partido de Copa con el campo nevado, el balón naranja fluorescente y una niebla que el lateral no veía al portero y que, evidentemente, acabó empate a cero? Pues nosotros sí. Y todavía nos estamos recuperando.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla No somos secos, pelele