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Iván San Martín
Lugares de Valladolid: Un puente para unirnos con nosotros mismos

Un puente para unirnos con nosotros mismos

Vallisoletanías ·

«Es un espectáculo sentarse entonces en algún lugar del centro, digamos que a los pies de la estatua de Cervantes, mirando la luz de la Universidad y contemplando nuestra ciudad rebosante de sí misma»

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 11 de diciembre 2022

Ha sido una maravilla mirar a nuestra ciudad durante este puente, completamente llena, echada a la calle, caminando lentamente bajo unas luces de Navidad que nos hacen mirar al cielo para sabernos pequeños y convertirnos en niños a los que hubieran tendido una emboscada. Estiramos los brazos para abrazar a la vez al frío que llegó y a los amigos que se fueron, pero que vuelven para recordarnos lo que podríamos llegar a ser si estuviéramos todos los que somos. Porque este es el frío perfecto, ese que añoramos en la vulgaridad extrema de las noches de agosto. Este es el ambiente que perseguimos cuando la vida nos castiga con sandalias para hombres y cáscaras de sandía. Y este es el calor que anhelamos para contrarrestarlo, el calor metafórico y la temperatura de las mañanas de estos días de puente. Porque las mañanas están bien, pero es que las tardes son otra cosa. Las mañanas pasan blancas, como pasan las cosas sin importancia, un desfile de pijamas sin pasarela, un vagueo interminable con la compañía de la calefacción, el libro de Carrère y las ventanas empañadas como pupilas con presbicia. Luego una visita al Campillo a ver qué dicen las señoras del precio del rape hasta que llega, por fin, la cocina lenta, como una guitarra de Eric Clapton. Pero tras la siesta cae la noche precipitada. Y entonces asciende la tarde y la autoestima.

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Es un espectáculo sentarse entonces en algún lugar del centro, digamos que a los pies de la estatua de Cervantes, mirando la luz de la Universidad, las terrazas de Librería y contemplando nuestra ciudad rebosante de sí misma, llena de todos los nuestros, completa de vallisoletanos que se reencuentran con su pasado. Aún no es Navidad y por eso Valladolid me gusta aún más. Nada mejor que la expectativa, la vida en las vísperas, el adjetivo sometiendo al pronombre, el recuerdo por delante de la verdad. Qué ambientazo es el de Valladolid celebrándose, apretando la mano a los que no pudieron, no supieron o no quisieron hacer una vida aquí y salieron a buscar prados más verdes. Me he encontrado estos días con muchos de ellos y con sus hijos y no cabe duda de que, tras el primer deslumbramiento del vallisoletano con otra ciudad, todos coinciden en que la nuestra es una ciudad hecha a medida del hombre. No es que Madrid sea el estándar y Valladolid sea pequeño; no es que estemos acostumbrados a un esquema mental de ciudad pequeña. Quizá es que nuestro esquema mental sea el del mundo normal y sea Madrid quien deba adaptarse a la vida con márgenes, cuadernos pautados y lentillas con líneas guía. Me lo dice Rafa Latorre, me lo dice Borja Cardelús, me lo dice Karina Sainz Borgo y me lo dice medio Madrid: Valladolid es una ciudad infravalorada, una maravilla, un lujo que no podríamos pagar si lo pusieran precio.

Porque hay un Madrid al que Valladolid le vuelve loco. Y a mí, también. Cada día más. Hasta el delirio. Siempre he pensado que existe un doble paletismo: el del vallisoletano que no ha salido nunca de aquí y lo critica todo y el de su espejo, ese otro vallisoletano que salió antes de llegar a conocerse a sí mismo y se ha vuelto más madrileño que el mismo chotis, como los conversos empeñados en mostrar su recién estrenada pureza en cuanto tienen ocasión. Quizá, en el fondo, al criticar a Valladolid se critiquen a ellos mismos, como si negando su origen se despojaran de las capas que les sobran para la imagen que quieren mostrar en el catálogo de primavera-verano. Como si echándose colonia encima de la ropa se les fuera el olor a madera mojada de las calles de su infancia, ese olor a estufa vieja, a carbón y a cocina bilbaína. Nunca renunciéis a lo que sois, amigos. Mal está que Saturno devore a sus hijos, pero mucho peor que sean los hijos los que devoren al propio Saturno.

Aquí se mira a Madrid de tú a tú, de capital del imperio a capital del país, es un hermanamiento

Aquí se mira a Madrid de tú a tú, de capital del imperio a capital del país, es un hermanamiento a la vez castellano y Habsburgo. Una vez le escuché decir a Javier Vielba que quien habla mal de esta ciudad es que ha salido poco de ella. Y tiene razón. Cuanto más se amplia mi mundo más contento estoy aquí. Jamás vi frialdad más reconfortante, silencios con más significado, alegría más serena ni profundidad más nítida. Esta es una ciudad especial, con una personalidad muy fuerte, con un chauvinismo a lo francés que crece sobre el orgullo de una historia universal, sobrada de talento agrupado. Una ciudad que ha soñado y que sigue soñando con lo que es y con lo que quiere seguir siendo. Las ciudades-imperio somos así, mitad decadencia, mitad altanería. Pero cuando se me olvida lo que me gusta esta ciudad, vuelvo a ese punto de la calle Regalado desde el que se ve la Catedral sobre las luces de Cascajares. Esa visión concreta, ese paisaje urbano, ese punto de fuga sin fuga lleno de belleza y alegría pacifica mis dudas y me hace sentir en paz. Y entonces me voy a ver Belenes, a comprar polvorones o a pasear como si supiera a dónde voy, que es la manera en la que se pasea cuando no tienes a dónde ir.

Estos días han sido especiales. Hemos parado el tiempo y llenado el corazón de recuerdos. Son los lances de recibo, nos hemos preparado para lo que se nos viene encima y hemos enseñado a embestir a la Navidad. Y yo no puedo evitar sentir cierta responsabilidad. Fuimos niños, fuimos también jóvenes pero llega la madurez. Somos padres de niñas vallisoletanas, es decir, un cuerpo de elite, algo así como el Mossad, pero con razón. Acudiremos no tardando a esos mismos rincones llenos de vivencias para que sean ellas las que los llenen de su propia vida, para que sus recuerdos se superpongan a los nuestros y los sumen, como marca la ley, como marca la vida. Espero que sepamos estar a la altura y les leguemos algo aún mejor de lo que nos ha sido legado. Y les enseñemos a hacer lo propio cuando les toque. Entre todas las generaciones seguiremos construyendo esta ciudad, una ciudad universal cuyos límites son los de la civilización. Cada día con más dignidad, más orgullo y más amor propio. Y, sobre todo, con un agradecimiento inmenso por poder pasear un diciembre más las calles de este rincón del mundo.

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