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El lugar más importante de Europa
Vallisoletanías

El lugar más importante de Europa

«Lo verdaderamente raro es pasar por un Chillida como quien pasa por una papelera, no haberse fijado nunca en esos seis pinos del comienzo de la calle y no conocer de memoria cada centímetro cuadrado de esa plaza del final, que es tan bella que no tiene ni nombre»

José F. Peláez

Valladolid

Domingo, 26 de marzo 2023, 00:09

Recuerdo que una vez le preguntaron a Juan Adriansens por su lugar favorito en el mundo y, para mi asombro, respondió que el entorno de la Plaza de San Pablo de Valladolid. Lo hizo, además, con seguridad, sin dudar un segundo, como si llevara años con la respuesta preparada a la espera de que le hicieran, por fin, la pregunta. Si lo van a buscar en internet para comprobar la literalidad, les adelanto que no está, no pierdan el tiempo. Tendrán que creerme. Y si no dijo eso, dijo algo parecido. Como Juan falleció hace año y medio, tampoco podremos preguntarle. Seguramente lo escucharía en la radio y esté grabado en algún lugar, pero, en cualquier caso, llevo desde entonces pensando en la relación que Adriansens podría tener con Valladolid para responder de esa manera. Y creo que todo ese interés y afecto debió nacer con la publicación de 'La vida extrema' (Editorial Martínez Roca), novela en la que recrea la biografía del poeta Gonzalo de Celada, su ambigua relación con Antonio Pérez, el secretario de Felipe II y donde recrea las intrigas de la corte española en relación con Flandes y los Reinos de Italia en el último tercio del siglo XVI.

Parece evidente que una persona con interés en investigar esa época necesariamente ha de venir a Valladolid, que era el Nueva York del momento. Y parece también claro que, quien viene a Valladolid y se adentra en profundidad en ese tema, termina por amarlo, por obsesionarse un poco con los Habsburgo, que, por cierto, de 'Austria' tenían solo el apellido porque eran, a todos los efectos, Trastamara con prognatismo. Y más pucelanos que los abisinios. Pero si te adentras de verdad en la historia de tu ciudad y conoces su influencia en la monarquía hispánica –no hablo ya de la monarquía previa castellana–, siendo residencia de Juana I, Felipe I, Carlos V, Fernando I de Austria, Felipe II, Felipe III, Felipe IV, Ana de Austria, Colón, Magallanes, Elcano, Cervantes, Góngora, Quevedo, Rubens, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Berruguete y Juan de Herrera, pues el tema es poco menos que inquietante. Para alguien que ame la historia y la hispanidad, es como ir a Tierra Santa. Y para alguien un poco fetichista, una procesión de vellos de punta y suspiros congelados.

Yo me imagino a Juan tomando notas rodeado de libros en Chancillería, en el archivo de Simancas o en la biblioteca del Palacio de Santa Cruz. Y, después del trabajo, le quiero pensar recorriendo una y otra vez Cadenas de San Gregorio, mirando el Palacio del Conde de Gondomar –la Casa del Sol–, los restos de San Benito el Viejo, el Palacio de Villena, el Colegio de San Gregorio, el Museo Nacional de Escultura, la capilla con las esculturas orantes del Duque de Lerma y su esposa Catalina, la Casa de Zorrilla, la iglesia de San Pablo, el Palacio de Pimentel, el Palacio Real, el propio convento dominico, el palacio del Duque de Lerma, la casa del Conde de Miranda -el 'Salón de los Saraos'-, actualmente Colegio de El Salvador y, después, media vuelta y a volver a empezar en sentido contrario, una y otra vez, el mismo paseo por el XVI y XVII, entre esa piedras blancas que el sol vuelve ocres y los fantasmas amarillos de un pasado que se fue. Cualquiera que conozca un poco la historia de estos lugares coincidirá conmigo en que es el kilómetro cuadrado con más historia de Europa y, desde luego, el que tiene una importancia más decisiva en el destino de América. Luego me dicen que exagero, pero es que yo creo que me quedo corto. Y, por lo que veo, Juan Adriansens también lo pensaba, ese entorno es el mejor lugar del mundo, un lugar decisivo para la historia de la humanidad, el símbolo de una época y de lo que vino después. Aunque solo fuera por la 'Controversia de Valladolid', ya valdría la pena pararse a mirar el Colegio de San Gregorio, un lugar en el que el propio emperador decide paralizar la conquista de un continente para preguntarse si tiene derecho a hacerlo. Y que trae a los mejores letrados, juristas, filósofos y teólogos del mundo para debatirlo, para pensarlo y para definir, como consecuencia, el origen de los derechos humanos y del Derecho Natural, ni más ni menos. Si los 'negrolegendarios' aprendieran a leer, el mundo sería un lugar mucho mejor. Solo por recordarlo, los ingleses eran esclavistas hasta 1833. Y en Estados Unidos hasta 1865.

¿Cómo no iba a estar orgulloso Adriansens, nacido en Cuba, hijo de cubana, de todo esto en Valladolid trescientos años antes? ¿Cómo no iba a caminar una y otra vez su lugar favorito del mundo, la casa de la escultura policromada y la sede de tantas Cortes? ¿Cómo no va a temblar ante su fachada o la de San Pablo? ¿Cómo no va a sentir que es el centro del mundo el lugar en el que fue coronado el propio Carlos V? ¿Qué puede sentir alguien sensible ante un Palacio Real que ha servido de residencia a Napoleón, Lord Wellington o Teresa de Jesús? ¿Qué puedes decir si encima todo es de una belleza tan inapelable y tiene esa monumentalidad de gran capital europea? ¿Qué hacemos con la Casa de Zorrilla, cuna del mito de Don Juan? ¿Y con la casa del Licenciado Butrón, tras el Palacio Real, en la Plaza de las Brígidas en la que Felipe II montaba circos con elefantes incluidos? ¿Y con el palacio de los Condes de Benavente, un poco más allá? ¿Y el de Fabio Nelli, con su claustro castellano, de tres crujías y pozo en medio? ¿Y el del Marqués de Valverde? ¿Y el Viejo Coso? ¿Pero qué puede sentir alguien medio normal ante ese entorno de San Pablo que no sea asombro, grandeza y orgullo?

No, lo raro no es lo de Adriansens. Lo extraño es que nos hayamos acostumbrado, hayamos perdido la sensibilidad, el respeto y la capacidad de asombro y no valoremos como merece lo que tenemos. Lo verdaderamente raro es pasar por un Chillida como quien pasa por una papelera, no haberse fijado nunca en esos seis pinos del comienzo de la calle y no conocer de memoria cada centímetro cuadrado de esa plaza del final, que es tan bella que no tiene ni nombre. Lo inusitado es no valorarlo, no hacer que el resto lo valoren, no tratarlo como los Santos Lugares que son y pasar por San Pablo como quien pasa por una plazuela más de una ciudad de chichinabo, de esas con Starbucks, gofres y tienda de ropa. Lo normal sería ver esas calles llenas todos los días del año. Y los vallisoletanos, orgullosos. Lo normal, me temo, es lo de Adriansens y no este estado de ánimo apático de una ciudad que se ve pero que hace tiempo que no se mira. Así que gracias, Juan. Cada vez que pase me acordaré de que tú lo supiste entender. Aunque aquí no recordemos quiénes somos, siempre agradeceré que, al menos tú, lo tuvieras tan claro.

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