Dos personas observan una reproducción de la estatuilla de los Goya en la plaza del Carmen. A. Mingueza
Óxidos y Vallisoletanías

Los Goya en Pucela

Esa obsesión por hacer monerías, cucamonas y hacernos pasar por lo que no somos para dar una buena impresión a los que vienen de Madrid denota un complejo de inferioridad que nunca he comprendido

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 26 de enero 2024, 00:06

La clave para que los Goya sean un éxito está en no pensar ni en Madrid ni en los madrileños y limitarnos a seguir siendo nosotros mismos, le pese a quien le pese, exagerando el leísmo, llamando 'pelele' al actor que cruce en rojo, diciéndole ... a Maribel Verdú «que lo vas a caer» o advirtiendo a Gabino Diego que «ya veras como al final te quedas las llaves en el hotel». Esa obsesión por hacer monerías, cucamonas y hacernos pasar por lo que no somos para dar una buena impresión a los que vienen de Madrid denota un complejo de inferioridad que nunca he comprendido. Las ciudades con historia, con carácter y con personalidad sabemos seguir manteniendo nuestra esencia sin dejarnos cegar por los neones de Callao ni por sus reflejos en los charcos de la Gran Vía. Sevilla no deja nunca de ser Sevilla. Ni San Sebastián, ni Cádiz y ni siquiera Oviedo cuando dan los Premios Princesa de Asturias. Y nosotros tampoco debemos caer en el error. A ver, que aquí acostumbrados a conquistar continentes, no nos puede impresionar una chiquilla que sale en 'La Casa de Papel'. Así que a estirar el muletazo de la indiferencia pucelana y si te encuentras con Amenábar por la calle María de Molina mirarle como si fuera lo más normal del mundo y decirle: «Pues mira tú por dónde, ahora te vas a tomar una gamba conmigo en el Suizo, 'salao'».

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Intentar recibir al mundo del cine como en 'Bienvenido Mr. Marshall' deja entrever una escasa autoestima, y más cuando ese Mr. Marshall suele ser un señor más de pueblo que las amapolas, que llegó a Madrid para ser actor hace treinta años y que en realidad vive en una pequeña ciudad dormitorio a media hora de Atocha para la que la calidad de vida de Valladolid resultaría un sueño inalcanzable. Que está muy bien, por supuesto, cada uno vive donde vive y todo es respetable. Pero no debemos olvidar que esos mismos a los que queremos impresionar son los que luego cogen la A6 en cuanto juntan tres días libres para escapar, como decía Aute, «de este coñazo de Madrid» y se vuelven a los pueblos de Castilla y a las casas rurales a comerse los lechazos de tres en tres. Vamos, que hospitalidad sí. Pero sin paletismos. Todos conocen Valladolid, a la mayor parte les encanta y, al contrario que en Seminci, esta vez se quedan todos a dormir, por lo que el ambiente puede ser interesante. Saben a donde vienen y saben lo que pueden esperar. No sobreactuemos.

Y, además, es que si somos nosotros mismos es mucho mejor. Pocas ciudades como la nuestra, no me canso de decirlo. Yo quiero que los actores se den un paseo, se tomen dos vinos, cada uno vaya a pagar una ronda y, como me sucedió a mí el otro día, el camarero se niegue diciendo que de eso nada, que él nos cobraba todo junto y que ya «si eso» hiciéramos cuentas entre nosotros, que el no está para perder el tiempo. Ah, hogar dulce hogar. Nada más dulce que un camarero vallisoletano, con esa actitud como de funcionario con mando en plaza y ese talante a medio camino entre la condescendencia y el abuso de autoridad, que te sirve un clarete como quien te va a sacar un premolar o te va a hacer una inspección paralela. Y luego el comercio pucelano, que yo estoy deseando que vaya Penélope Cruz a una tienda porque se haya olvidado de algo y la dependienta le diga que, por favor, rapidito, que en tres minutos cierran y que además seguro que de lo que ella quiere no van a tener, así que es bobada. Y los taxistas, qué maravilla. Quiero que uno que coja a Bardem en la estación y cuando le diga que van al Hotel Recoletos le mire mal porque el trayecto no cubre sus expectativas económicas. Pucelita.

El sábado digo yo que se darán un paseo por el centro, se grabarán sus videos paras redes, sus directos para las teles y harán sus entrevistas para medios especializados. Los actores con prudencia, que luego se les va la mano con el verdejo y acaban diciendo tonterías en el escenario. No insistan. Pero el resto de la industria… sin piedad. Esos van a destajo, con pinturas de guerra en la cara y un puñal entre los dientes. Importante no salir por detrás de las cámaras poniendo caras cuando vean a Javier Cámara, que nos conocemos. Puede que algunos se dejen ver por el Campo Grande, dando paseos bucólicos con una legión de maquilladores, peluqueros y cámaras por detrás, captando el momento en el que la actriz de turno mira a una ardilla como si fuera un guacamayo y ponen esa mirada como de estar a punto de hablar en alejandrinos. Puede que vayan en manga corta a cinco bajo cero mientras los iluminadores, los técnicos de sonido y los modistas van con un plumas como de conquistar el Ártico. Pero es lo que hay. Lo suyo es actuar como si estuviéramos acostumbrados, como si la cosa no fuera con nosotros. Y si viene un reportero, micro en mano, ya saben: «¿Los Goya, me dice? Sí, mire, tiene tres en Santa Ana». Y tal.

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Luego la gala, los nervios, los discursitos y la vergüenza ajena. Todos hablando bien de Valladolid, que qué bueno el lechazo, que qué frío, un recuerdo a Concha Velasco y un poquito de compromiso sanchista. Y después la fiesta privada, de la que algunos saldrán escopetados para fundirse en la noche pucelana. No sé decirles a dónde, la última noche que salí estaba abierto el 1900. Y de ahí a sus hoteles. Y fin. Pero la clave es el domingo, cuando la vía 1 del AVE se convierta en el Paseo de la Fama, pero con unas ojeras como de oso panda y una resaca que ni la playa del Sardinero. Gafas de sol del tamaño de eclipses, náuseas, taquicardias y una actriz de reparto que ha perdido 'el cabezón' que luego aparecerá en el baño de la Feria de Muestras. Y no, por 'cabezón' no se refieren a Onésimo.

Y fin. Vuelta a la normalidad con siete millones de euros menos. Bien invertidos estarán si son capaces de ayudar a transmitir una imagen de ciudad cercana, culturalmente activa, segura, gastronómicamente interesante y con la dignidad en las actitudes de quien no tiene interés en fingir que es lo que no es. Un fracaso si se politiza, se convierte en un alegato sectario con cargo a nuestro bolsillo y, una vez más, no somos capaces de que la Cultura se imponga al mitin 'woke'. Pero algo me dice que esta vez sale bien. Aunque solo sea porque pocas cosas hay en el mundo menos oportunas que hacer el ridículo en un homenaje a Concha Velasco. Y, encima, en su casa.

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