![En defensa del campo castellano](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/02/08/tractorada-kswH-U2101477178037MLG-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Cuando no tienes clara tu postura ante un tema conviene ver cuál sería la postura de Delibes para adoptar la misma. Otro camino es ver cuál es la de Sánchez y hacer lo contrario. No falla, aunque, en ocasiones, ambos caminos suelen llegar al mismo ... punto. Desde luego, lo hacen en este caso, así que, por supuesto, siempre del lado de Castilla, del campo, del ganadero y del agricultor. Siempre con la defensa de la vida rural, de nuestros pueblos y de nuestros ecosistemas. Eso es lo que manda el sentido común y, sobre todo, es lo coherente con la línea de El Norte de Castilla, un periódico históricamente castellanista y agrario. Desde luego, en otro tiempo ni siquiera habría habido debate y toda la sociedad se habría puesto del lado bueno. También la izquierda. Diría más: sobre todo la izquierda, que habría defendido a los campesinos, a los humildes, a los parias de la tierra. Pero algo ha debido girar en el eje ideológico sin que nos hayamos enterado para que la izquierda, súbitamente, haya cambiado a la famélica legión por un plato de humus, el puño en alto por el palo selfi, la hoz y el martillo por un pin de la agenda 2030 y la Internacional por 'Zorra'. Y así es cómo, sin darnos cuenta, se deja de representar a un pueblo para diluirse en la basurilla woke.
Y un día observas que están llamando fachas a la gente del campo por el mero hecho de movilizarse en defensa de sus derechos e intereses. Sin ir más lejos, antes de ayer el secretario general de CC OO, Unai Sordo, afirmó que «las protestas del campo español obedecen a intereses empresariales. No son trabajadores por cuenta ajena, son empresarios del campo», ha dicho. Es complicado tener una visión tan reaccionaria, tan cerril y tan tercermundista del mundo rural. Si supieran algo de historia, sabrían que en el campo de Castilla nunca hubo terratenientes ni latifundios: solo había hombres libres convertidos en pequeños propietarios de sus tierras. A medida que avanza la Reconquista se forman latifundios y grandes explotaciones en el sur, donde los títulos nobiliarios. Pero aquí ni uno. La estructura en Castilla siempre fue el minifundismo. Y esos mismos labradores –empresarios, para Sordo– son los mismos que ahora compran un tractor para llevar cuatro duros a casa. Como no son empleados, CC OO no les considera de los suyos. Si tuvieran empleados serían 'señoritos' y tampoco. Pero, en fin, qué sabrá Sordo. La realidad castellana es demasiado compleja y nuestra historia demasiado bonita como para que la comprenda un tipo con planteamientos tan primitivos y perversos.
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Y de nada les sirve escuchar que lo que ha estallado no es el campo español sino el europeo. Da igual: las fake news pedristas hacen su trabajo, la desinformación campa a sus anchas y la intoxicación de la sanchosfera hace el resto. Y sin darnos cuenta tenemos a parte de Castilla –tierra en la que se vive de la agroalimentación y de la automoción– llamando extrema derecha al hombre del tractor, calificando de ultra al que fabrica motores diésel y tildando de fascista al viejo que tiene las manos como morcones de sacar patatas para que se las coma su nieto mientras se deconstruye sexualmente. Y miren, que la izquierda no quiera defender al campo no convierte la reivindicación en algo de extrema derecha. Algunos llevan la bandera de España, sí. ¿Qué quieren que lleven? ¿La de Checoslovaquia? ¿La de Francia? Esa es la que llevan los franceses. Y, por cierto, no sé qué puede tener el campo francés de facha. Ni el alemán, ni el polaco ni el rumano, que también están en la calle y por los mismos motivos. El campo catalán ya sabemos que se libra porque han dicho las CUP que son progres y a callar todo el mundo. Pero ¿nosotros? Una región que solo tiene leche, queso, lechazos, cerdos, morcillas, huerta y vino no puede sino defender a su gente, que, por cierto, son personas, seres humanos, hombres y mujeres con derechos y a los que no se puede mirar desde las ciudades como si fueran esclavos ni con esa superioridad moral como de tertulianas de programas de moda cuando hablan del vestido de una señora pobre.
Y, sobre todo, hemos de entender que esto no ha hecho más que empezar. El miércoles, en el Congreso, vimos que el gobierno no comprende aun la dimensión de lo que se les viene encima. Hasta que los tractores no lleguen a Madrid, los lineales estén desabastecidos, el kilo de queso de oveja esté a 100€ y la gente pase hambre no nos vamos a dar cuenta de qué va, en realidad, el tema. Y va de dinero. La PAC, sin el Reino Unido, no es sostenible y la posible apertura del mercado agroganadero europeo a las importaciones libres de aranceles de Mercosur son una condena a muerte a nuestro campo. Los objetivos climáticos de la Agenda 2030 –en principio buenos– se están articulando de un modo tan catastrófico que, en realidad, solo funcionan como un lastre para nuestro campo y para el crecimiento económico en general. Y sin crecimiento económico no hay estado de bienestar, ni sanidad ni educación ni pensiones. De no rectificar rápidamente vamos directos a un conflicto continental que incendiará los campos de toda Europa. Y, peor aún, que llevará a Le Pen al Elíseo y a la extrema derecha a ser primera fuerza en Europa en las elecciones de junio. Si sucede, ya saben donde buscar las culpas. Y les adelanto: la culpa no es de la gente. No son fachas: están desesperados.
El campo español necesita una reconversión, un plan que los ayude a adaptarse a los tiempos, no solo tecnológicamente sino también desde el punto de vista agrario. Y social, porque el hecho de que los minifundios sean ineficientes y con tan baja productividad –sobre todo en secano– es la causa de que no produzca empleo. Las cadenas de distribución, alentadas por la demagogia de la izquierda, no se atreven a poner a los productos el precio que deberían tener y obligan a los productores a trabajar a pérdidas. Y todo ello hace que las condiciones de trabajo del campo sean inaceptables y que la gente acabe por abandonar y emigrar a las ciudades a comprarse un patinete. El que se queda se jubila y no hay relevo. Como consecuencia el campo se vacía y luego vemos cómo hablando de la España vacía mientras, con el otro brazo, nos empeñamos en vaciarla, con la bocaza llena de derechos y escapadas a Urueña.
El campo es la punta de lanza de algo mucho más profundo. Y solo está empezando. Sin soberanía energética, legislativa, en materia de defensa y ahora tampoco agroalimentaria vamos a un mundo polarizado, de bloques, en permanente conflicto y en manos de gobiernos populistas sin las armas necesarias para subsistir de modo independiente y, por lo tanto, para seguir siendo libres. Estamos a tiempo. En caso contrario, las zonas rurales serán guetos de pobreza y de inmigrantes viviendo en la indigencia. Aunque esto ya lo saben. Relean 'Los Santos Inocentes' para entender cómo acaba la cosa cuando se abandona el campo a su suerte. Y elijan bando. Yo ya les dije que la razón siempre la suele tener Delibes.
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