Los estilos educativos paternos son patrones de comportamiento que los padres llevan a cabo en la relación con sus hijos, tanto en las situaciones cotidianas, como cuando hay que tomar decisiones sobre ellos o cuando hay que resolver algún conflicto. Los más comunes son cuatro: ... sobreprotector, autoritario, permisivo y asertivo.
El estilo educativo depende mucho de lo que cada padre o madre entiende por educar, qué quiere para sus hijos y cuál cree que es su función.
Un padre que piense que su papel es hacer que su hijo sea lo más feliz posible y que para ello debe evitarle todo tipo de sufrimiento y resolverle los problemas propios de su edad, es un padre abonado al estilo educativo sobreprotector. Como consecuencia, los hijos se ven a sí mismos incapaces y se acostumbran a conseguir lo que desean sin necesidad de esfuerzo y lucha personal. A ello suele sumarse la incapacidad para tomar decisiones y los sentimientos de inutilidad.
Otros padres suelen pensar que la vida es muy competitiva y que sus hijos tienen que ser muy brillantes o fracasarán. Por ello consideran que su función es imponer su autoridad y ser muy exigentes. Son los que tienen un estilo educativo autoritario, que se caracteriza por ser una autoridad arbitraria, con criterios cambiantes y pautas de comportamiento prescritas de arriba a abajo. Como consecuencia, los hijos descubren la libertad solamente de forma reactiva (contra algo o contra alguien); consideran que nunca darán la talla que exigen y esperan sus padres. Esto suele traducirse en un mal autoconcepto, baja autoestima y ansiedad crónica.
En tercer lugar hay padres que valoran la libertad, pero la entienden mal: ser «liberales», en el sentido de no poner normas, deberes y límites al comportamiento de sus hijos. Presumen de ser tolerantes y aspiran a ser amigos de sus hijos. No ejercen la autoridad por identificarla con el autoritarismo. Actúan según el estilo educativo permisivo. Como consecuencia, los hijos no desarrollan la voluntad y tienen poca tolerancia a la frustración. La experiencia dice que el comportamiento espontáneo de los hijos no es suficiente para que lleguen a ser lo que deben ser; hay que intervenir en su vida. Sin autoridad no es posible que adquirieran hábitos de autodominio, autodisciplina, orden, respeto y obediencia.
Por último, unos padres que buscan el desarrollo personal en sus hijos orientado a hacer frente a la vida con iniciativa, autonomía y creatividad; que ejercen una exigencia firme pero sin imposición, basada más en persuadir que en disuadir, denotan una estilo asertivo.
La comunicación asertiva se caracteriza por la expresión directa de pensamientos y sentimientos, manteniendo respeto tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Es la forma de transmitir algo a alguien de forma honesta y no hiriente. Implica la habilidad de compartir ideas y resolver conflictos de manera constructiva. Comunicarse asertivamente significa decir lo que uno quiere decir, sin lastimar los sentimientos de los demás.
Un ejemplo de falta de asertividad: «dijiste que vendrías, pero no lo has hecho, es una falta de respeto». Un ejemplo de asertividad: «No esperaba esto de ti, supongo que te ha sido imposible»
El estilo educativo asertivo está considerado por los expertos como el mejor, porque combina la exigencia con la persuasión; se marcan límites al comportamiento de los hijos pero en un clima participativo y estimulante; crea una elevada motivación de logro.
Para J. L. Pinillos ese estilo de autoridad «promueve la autonomía responsable y la independencia creadora». A diferencia de otros, no está centrado en los padres, sino en los hijos, ya que arranca de sus necesidades y fomenta su participación; además sustituye la exigencia externa por la apelación a la auto-exigencia; existe confianza entre padres e hijos, pero no «igualdad». Los padres tienen en cuenta la opinión de los hijos, pero saben que la decisión final les corresponde a ellos.
Los estilos educativos sobreprotectores y permisivos son actualmente los más frecuentes, pero el asertivo está considerado como el mejor.
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