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Solange Vázquez
Sábado, 11 de febrero 2023, 19:05
Hasta los 12 años los niños y las niñas no asocian correctamente los conceptos del bien y el mal. Entonces, ¿cómo actúan en esos primeros años? ¿Por qué obedecen (o no)? «Lo hacen respondiendo al método de castigo y recompensa», aclara Sylvie Pérez, profesora de ... los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Sí, es algo como muy animal: hacen las cosas para evitarse problemas o para obtener un premio. Porque si algo tienen claro desde su más tierna infancia es que 'los mayores mandan': así lo recoge el último barómetro de opinión de la infancia y la adolescencia publicado por Unicef, que recoge las variables que rigen la relación entre adultos y niños (expresadas por ellos mismos).
Así que se forma un cóctel emocional en sus pequeñas cabezas que explica por qué la obediencia en edades tempranas no es exactamente un valor. Hay mucho que matizar sobre ello. De hecho, tal y como advierte Pérez, «los niños o adolescentes que más preocupan a los psicólogos son los que nunca cuestionan nada y obedecen todo... Asociamos portarse bien con obedecer y portarse mal con desobedecer porque aplicamos a los peques el criterio moral de los adultos». Es hora de desembrollar esta maraña y aclarar por qué eso de querer a toda costa niños obedientes es un peligro.
«El ser humano es el mamífero que más tiempo pasa con sus padres. En nuestros primeros años, si no 'obedecemos', simplemente no sobrevivimos», explica de forma tajante la psicóloga Adriana Royo. Dependemos de los progenitores para alimentarnos, para que nos cuiden, nos quieran... y el miedo al rechazo hace que los críos traguen con todo (sí, con alguna pataleta).
El adulto dicta una serie de pautas para que el niño las acepte, todo está muy organizado... y hay niños que cuestionan esa rígida parcelación del tiempo. No por retar, porque, simplemente, no pueden comprenderla. «Vivimos en un mundo muy inflexible: los niños salen del colegio, hacen sus extraescolares, juegan un tiempo concreto en el parque, cenan a una hora determinada, no pueden ver la tele más de unos minutos establecidos… Todo está pautado. Hay niños que simplemente no entienden por qué tiene que ser así y, si lo hacen sin agresividad, es un buen síntoma», comenta Paula Morales, profesora de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. Lo aconsejable es intentar entender qué le pasa al niño y dialogar en lugar de centrarse en su enfado y zanjar el asunto con un 'porque lo digo yo'. Esta sería una 'desobediencia' positiva: 'rebeliones' ante las normas de los adultos que no entienden.
Hay que distinguir entre la obediencia a unas normas para proteger a los peques –impedirles que hagan cosas peligrosas, por ejemplo– y la obediencia ciega a los patrones impuestos por el adulto. La primera es necesaria, desde luego; la segunda, sin embargo, puede ser fuente de problemas si se da exceso de autoridad. En este caso, si el niño se pliega y se convierte en un obediente tiene todos los boletos para ser carne de psicólogo «por un exceso de contención que en algún momento va a estallar», apunta Sylvie Pérez. Tras la obediencia, advierte, se pueden esconder problemas graves. «Hay niños que, según sus padres, son muy obedientes y en realidad lo que tienen es miedo... y fuera de ese entorno autoritario esos niños muestran una conducta descontrolada», añade. «El exceso de control externo impide que el niño se autorregule», resume Paula Morales.
En la tendencia a obedecer ciegamente o en la desobediencia sistemática de los peques no solo influye el entorno, también puede haber «elementos genéticos y neuropsicológicos». ¿Qué pesa más: una educación rígida o la genética? Un estudio realizado por la Universidad de Michigan analizó los comportamientos en más de 2.000 gemelos y se concluyó que el hermano que recibía una crianza más exigente mostraba, en general, un comportamiento más antisocial, más desobediente. Así que la tesis de que el control duro se traduce en obediencia queda en entredicho.
Si bien hay límites que un menor, sea de la edad que sea, nunca debe traspasar –como las actitudes violentas hacia los progenitores–, «existen normas o pactos en la convivencia diaria que deben poder ser cuestionados por parte de los niños», recalca Sylvie Pérez. «Hay que darles la oportunidad de que manifiesten su voluntad y de validar si lo que dicen es aceptable o no», afirma. Es decir, que la obediencia ciega no sea la norma.
Adriana Royo alerta sobre una realidad sobre la que se habla poco: los niños muchas veces nos protegen a los adultos y son dóciles para evitarnos problemas (por ejemplo, si nos ven estresados o hay problemas familiares, de pareja). «Tienen una capacidad de amor inmensa», subraya. Y, consciente o inconscientemente, lo absorben todo y son capaces de 'tragar' con situaciones durísimas... y contenerse. Aunque algún día todo eso saldrá por algún lado. Sin duda. Incluso se lo pasarán a sus hijos si no lo han 'soltado' antes. Sí, como lo oyen. Royo recuerda el caso de un paciente suyo cuya hija de 6 años era muy agresiva. Él, sin embargo, era un tipo tranquilo, hijo obediente, en casa los pantalones los llevaba su mujer... Al final, se desveló el misterio: la rabia contenida del padre –que había sido un niño 'modelo', hiper dócil– la estaba expresando la niña. Los patrones de los adultos, hasta los que creemos que llevamos a buen recaudo, donde nadie los ve, son desentrañados por los niños y 'sufridos' por ellos. «En cuanto él empezó a 'soltar' lastre, la peque dejó su conducta violenta –cuenta Royo–. Es de lo más fuerte que he visto».
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