![YR4, una roca como la catedral de Valladolid a 17 kilómetros por segundo](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/11/1482488827.jpg)
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¿Debemos preocuparnos por el asteroide que puede chocar con la Tierra el 22 de diciembre del año 2032? No mucho. Hay otros asuntos mucho más urgentes y con un riesgo mucho mayor de convertir nuestra vida en un infierno. La probabilidad de que el ... asteroide acabe cayendo en algún lugar cerca del ecuador es, hoy, baja (2,3 %) y, además, en el caso de que esa probabilidad fuera subiendo y el impacto fuera cierto, tenemos varias estrategias para desviarlo antes y ahorrarnos una escena. Habría que frenarlo un poco para que la Tierra pase de largo cuando se aproxime a nuestra órbita. Y eso, sabemos cómo hacerlo. Ya ha habido misiones espaciales que han sido capaces de impactar contra uno de estos objetos y variar su trayectoria. La estrategia no es, para nada, como en la famosa película en la que Bruce Willis se lleva a su yerno de paseo en un cohete para barrenar el objeto, introducirle una bomba nuclear y que explote, salvando al planeta de su destrucción segura. En la vida real consiste más bien en darle un golpe a suficiente velocidad para que frene un poco, haciendo que pierda parte de su energía y el planeta pase antes que el asteroide por la intersección prevista entre ambas órbitas.
¿Cómo se sabe todo esto? ¿Cómo podemos saber la trayectoria de un cuerpo tan pequeño y que está tan lejos, y saber dónde puede caer? Se llama Física. La mecánica celeste es una de las glorias de esta disciplina. A diferencia de la aplicación de la Física en las ciencias ambientales, donde operan muchos factores que hacen difícil ser preciso, en los cielos todo es mucho más sencillo, no hay rozamiento, y las trayectorias se pueden calcular con mucha precisión y antelación. De hecho, este tipo de cálculos fueron los que convencieron a todo el mundo de que la mecánica de Newton (y más tarde las de Lagrange y Hamilton) eran cosa de valor. Hoy podemos poner en órbita un satélite alrededor de cualquier planeta del sistema solar sin dificultad, e incluso posar aparatos sobre la Luna o Marte y hacer que nos manden imágenes y datos de la superficie.
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Las medidas espaciales de asteroides son muy buenas, pero no son exactas; hay un cierto error en ellas que, aunque pequeño, del orden de metros, impide saber con tanta antelación qué va a pasar exactamente con estos restos de la formación de los planetas. Dichas medidas son importantes porque una piedra de esa magnitud puede generar un destrozo considerable. Parecería que no, que total es una piedra de 40 a 90 metros (como la Catedral de Valladolid, en orden de magnitud), pero es que esa mole va a unos diecisiete kilómetros por segundo. Sólo tardaría diez segundos en llegar a Madrid y sucede que la capacidad de destrucción, la energía cinética, depende no sólo de la masa, sino también del cuadrado de la velocidad. Haciendo las cuentas, una roca de ese tamaño viajando a esa velocidad equivaldría a una explosión nuclear 500 veces a la de Hiroshima, y arrasaría todo en un radio de 50 kilómetros alrededor del punto de impacto, además de generar efectos devastadores mucho más allá. Por cierto, no hace falta que el objeto explote para arrasar el terreno. Las balas por lo general no lo hacen: el estropicio lo hace su energía cinética, un golpe fortísimo que libera toda la energía de su movimiento en unos instantes, arramblando con todo lo que se encuentra en su camino.
En resumen: ¿debemos preocuparnos? Para nada, pero hay que estar atentos e ir actualizando los cálculos no sea que Elon Musk o la agencia espacial china tengan que mandar una nave para desviarlo. Eso se tendría que hacer lo antes posible para que sea eficaz, pero las próximas observaciones útiles –las que nos permitirán calibrar bien el riesgo– no se podrán hacer hasta dentro de tres años. Será en ese momento cuando nos planteemos mandar una misión espacial. Hay docenas de estrategias posibles aparte de darle golpes, incluyendo mandar una especie de lente para calentarlo y que se fragmente. Pero, hasta entonces, tranquilos y a cosas más inmediatas y urgentes.
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