Todos los que se juntan por afecto están condenados a separarse. Sucederá más pronto o más tarde, voluntaria o involuntariamente, pero sucederá.
Publicidad
Lo que me atrae de ese acontecimiento no son tanto los motivos que acorralan a los separados como las justificaciones que aducen en ... cada caso. Los motivos, si nos fijamos en ellos, son diversos. Aluden al interés, a la pérdida de aprecio o al aburrimiento. Si se trata de separaciones matrimoniales no es necesario echar mano de argumentos pues es suficiente recurrir al tiempo para explicarlas. Basta recordar que en el siglo XVIII una pareja recién casada no tenía más de diez años de esperanza de vida en común. Estadísticamente uno de ellos moría, en general la mujer durante los embarazos. Hoy, en cambio, si una pareja se casa a los veinticinco años tiene ante sí un panorama de sesenta años de compañía. Corto para unos y exorbitado para otros. En cualquier caso, tiempo suficiente para que las personas cambien y elijan caminos diferentes.
Por su parte, las justificaciones suelen ofrecerse como una insustancial función de hipocresía. Una mezcla de coartadas, pretextos y excusas. Algunas no tienen desperdicio. Son monumentos retóricos consagrados a la habilidad de hacer lo que a uno le venga en gana, pero guardando las formas y disfrazando de consideración los tejemanejes. Imaginemos que alguien, ese mismo que ya se aleja y que empiezo a conocer de verdad, se dirige a mí en un tono pretencioso y condescendiente: «mereces a alguien que te quiera»; «me das más de lo que te doy»; «lo último que quiero es hacerte daño»; «eres demasiado buena para mí». Uno no sabría si amordazar al autor o tomar raudo el olivo, pues si no lo hace no le quedará otra salida que llenarse de rabia y herirse a sí mismo.
Noticias relacionadas
Hay otro género de justificaciones menos dañinas, menos vomitivas. Se suelen observar cuando el separado mira directamente por él, con soberano egoísmo, sin disimulos ni intenciones protectoras o curativas. Sus disculpas son más francas, aunque en el fondo nos parezca que surgen a destiempo y que son demasiado sinceras. A nadie le gusta oír frases del siguiente cariz: «no es por ti es por mí»; «necesito tiempo para conocerme»; «creo que queremos cosas distintas». Preciosos ejemplos que, de recibirlos, también nos animan a salir espoleando y preguntándonos cómo fuimos arrojados junto a semejante criatura.
Publicidad
Ahora bien, si se pudiera escapar del atolladero, eligiendo libremente en el menú de las disculpas, preferiría oír algo distinto, algo como: «vamos a darnos un tiempo»; «mejor que seamos solo amigos»; «no sentimos lo mismo». Frases que molestan y suscitan dudas, pero que no descarrilan el alma ni envilecen la vida.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.