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El mejor modo de entrar en el debate sobre la orientación sexual o la identidad de género es partir del deseo de ser homosexual proclamado ... por un notorio heterosexual. Primero, porque aleja toda posibilidad de que a su protagonista le florezcan demasiados ramalazos homófobos. Y, en segundo lugar, porque hace de la homosexualidad no una sensibilidad anómala, desviada o perversa, sino un objetivo atrayente y seductor.
En estos dominios tan polémicos lo más difícil es hacer preguntas obvias, pues son tantos los prejuicios existentes que cualquier interrogante avanza entre fuertes obstáculos ideológicos. Sorprende que alguien quiera ser homosexual sin serlo, pero lo que este deseo pone en tela de juicio no es el contenido mismo de la idea sino la sorpresa que recibimos. Sin embargo, tengo amigos a los que no les gusta la cerveza, pero sueñan con cambiar de paladar y disfrutar de ese trago un día de calor al pie de una terraza fresca. Lógicamente, nadie cuestiona esta apetencia. ¿Y no es lo mismo la homosexualidad para el heterosexual, y viceversa?
Si las relaciones sexuales son un regalo de los dioses que, salvando sus inconvenientes, nos proveen de placer y nos acercan al corazón de la gente, por qué negarnos la posibilidad de conseguirlo con media humanidad. Es legítimo, entonces, que uno quiera cambiar de gustos libremente, aunque casi siempre le resulte imposible por mucho que lo intente. Pero, a cambio, sí se puede educar el gusto y abrirse mentalmente.
Lo enigmático de la orientación heterosexual no es tanto que te atraigan unos cuerpos sexuados diferentes como que te repelan los semejantes. ¿De dónde viene ese asco, esa repugnancia que no nace de la fealdad, la suciedad o la indecencia sino de la pertenencia física al mismo sexo?
Enseguida se argumentará que la elección es producto de la ley natural o del designio del Creador. Pero algo extraviada anda la naturaleza o la potencia del Todopoderoso cuando hace unos días miles y miles de personas celebraban su supuesta anomalía llenas de alegría y solidaridad.
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Ahora bien, quizá la naturaleza no influya tanto y sean la educación, la asignación familiar y el inconsciente social los que durante siglos de patriarcado han forjado un molde del que cuesta escapar. Quizá la diferencia sexual se esté volviendo indiferente y pese tanto o tan poco en las elecciones y el disfrute de los cuerpos como el tono del cabello, la figura del pecho o la fuerza muscular.
Para gustos los colores. Quizá la atracción por los cuerpos sin exclusión sexual se incorpore pronto a la dimensión estética de cada uno con toda naturalidad. Es de esperar, por lo tanto, que el demiurgo que armoniza las almas y gestiona la paz intervenga en cuanto pueda a favor de la bisexualidad.
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