![Las rutinas](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/07/03/115789611-kcOB-U220617914832MqB-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Las rutinas son el lujo de la vida, el mejor ejemplo de refinamiento y voluptuosidad que saboreamos a diario. No obstante, muchos las menosprecian y las consideran un recurso holgazán, frio y ralo, falto de imaginación. Esta divergencia es una demostración más de que todo ... cuanto sucede en nuestro rincón planetario está supeditado a la sensibilidad y a la opinión.
Sea como fuere, unas rutinas comedidas y armónicas son uno de los mayores deleites alcanzables y un paradigma insuperable de regodeo y lascivia interior. Levantarse y repetir lo mismo cada día, como si fuera diferente, es un hallazgo que encumbra al autor. Además, es gratuito y fácil. Despertar el placer de la repetición es un escenario que no necesita apenas preparación y que, en general, todos tenemos a mano.
Al auténtico sibarita no le imaginamos luchando por obtener placer, como si el hedonismo proviniera del esfuerzo y de la búsqueda concienzuda. Más bien le representamos olfateando perezosamente el olor de la mañana o disfrutando sin prisa del café de mediodía. Un hedonista es sin duda un rutinario exquisito. Como también lo es un epicúreo. Pero, no cometamos el error fácil de los puritanos, que es juzgar al lujurioso bajo la lógica del exceso. El rutinario es persona muy escueta y comedida, aunque sea viciosa y rebuscada en sus gustos. Se le reconoce porque piensa antes que nada en el placer, en su sostén y repetición. También hay quien le juzga de mentecato porque se conforma con poco, o que le tacha de obsesivo porque todo lo envuelve en ceremonias y ritos. Sin embargo, no debemos confundir al rutinario con el conformista, ni asimilar sin más la rutina con lo maniático. El rutinario es un rebelde sensato.
La mayor objeción que puede hacerse a la rutina es que aloja al deseo en un circuito cerrado que, si no le rompe de cuando en cuando, tiende a la depresión por entropía. Si no se abre un cauce para la novedad, el deseo se apaga y la rutina aburre y se atraganta. Pero si hacemos caso a los moralistas de todas las épocas, y cumplimos el principio de que «nada en demasía», el círculo rutinario también sirve para recargar fuerzas, imaginación y fantasía. El mundo moderno, con su ir y venir depresivo, nos enseña que mejor le sienta al cuerpo algo de repetición y aburrimiento que no de aceleración trivial y compulsiva.
La repetición, la obstinación y el esfuerzo sobre lo mismo, que el genio rutinario convierte en figuras pasivas, son un buen fermento para la invención y la novedad. El deseo se repara y relanza en el seno de la repetición tanto como lo hace cualquier frenesí contemporáneo. Las tradiciones, que son ejemplo de la rutina social, no están exentas de creatividad. Aunque solo sea porque un mundo rutinario es un mundo de paz.
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