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Crónica del manicomio

Escasa realidad

«El éxito del populismo no proviene de que la gente se haya vuelto tonta y se deje engañar, sino de que ven más cómodo vivir de la mentira que cuestionarse por la verdad. La realidad ha enflaquecido tanto que nos da igual»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 26 de julio 2024, 06:26

Sigo dándole vueltas al adelgazamiento de la realidad. Hasta hace poco, creía a pies juntillas que la realidad virtual era un sustituto menor y ficticio de la realidad natural. Pero poco a poco voy comprobando que no es así. Ayer mismo, mientras comía en un ... restaurante cercano, observé que en distintas mesas varios comensales sacaban una foto del plato antes de comenzar a comer. Era un plato corriente y vulgar, no tenía ninguna calidad visual ni era propicio para hacerse envidiar por algún amigo. Así que, descartado el motivo de la belleza o espectacularidad, solo se me alcanza la explicación de que la imagen añada más realismo a la realidad. Al dicho de que la comida entra por los ojos, ahora habría que añadir que lo hace por la pantalla. Es como si las cosas no existieran hasta que no aparecen proyectadas, igual que se decía antes que uno no existía hasta que no salía en televisión.

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Todo el mundo es consciente de que esta costumbre se ha propagado como una mancha de aceite y que son muchos los que, ante un paisaje o un monumento, lo primero que hacen es fotografiarlo. Sin ampliar su realidad con un doble virtual las cosas ya no logran su autenticidad. Al margen de las causas de este fenómeno, que precipitadamente atribuimos a la publicidad y al auge de las redes, las cuestiones candentes apuntan a nuestra sensible predisposición a participar de este fenómeno y, por encima de todo, a las derivaciones que haya de tener en nuestra subjetividad, así como en el entendimiento del mundo y en el trato con los demás.

Las dos consecuencias que más se manejan se reducen a lo siguiente. La primera, a una suerte de infantilismo y «aduloscencia» que se va apoderando de la personalidad moderna. Los individuos de las sociedades avanzadas dan muestras crecientes de fragilidad y vulnerabilidad. Las personas son más inestables, inseguras, depresivas y carecen de proyecto individual, lo que, a su vez, hace de ellas sujetos agresivos, muy competitivos y escasamente solidarios.

La segunda consecuencia, igualmente preocupante, es que el exceso de virtualidad nos vuelve mucho más pasivos ante la mentira pública, a la que nos hemos acostumbrado como si fuera un mal necesario. Las mentiras se acostumbran a vivir a cielo abierto y masas multitudinarias de ciudadanos las aceptan como ciertas sin pudor. Los discursos circulan envolviéndonos en una mentira colectiva que hace de sentido común y de amalgama social. El éxito del populismo no proviene de que la gente se haya vuelto tonta y se deje engañar, sino de que ven más cómodo vivir de la mentira que cuestionarse por la verdad. La realidad ha enflaquecido tanto que nos da igual. Al menos hasta que ocurra una calamidad. Solo las calamidades nos pueden despertar.

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