Con el 'prime time', muertos de sueño
«El horario de máxima audiencia se ha retrasado hasta extremos absurdos y los ciudadanos duermen cada vez menos horas. Y este es un fenómeno autóctono que no encontramos en ningún otro país»
Uno de los fenómenos televisivos propio de España es la desaparición de la franja denominada 'access prime time' que ha sucumbido fagocitada por el 'prime ... time' puro y duro. La primera de ellas es aquella que siempre ha precedido al horario de máxima audiencia, y su aparición es relativamente novedosa. Hace algunos años era la emisión del Telediario de las nueve de la noche la frontera que marcaba, tras su finalización, el periodo diario de mayor consumo audiovisual. Paulatinamente, fueron surgiendo en todas las cadenas programas que alargaron ese acceso a los minutos televisivos dorados empujando a los concursos, los realities, las películas y demás ofertas de peso, hacia un horario imposible. Hoy, este tipo de oferta no comienza hasta las once u once y cuarto de la noche, es decir, a la hora en el que en los países normales se inicia el denominado «late night», un periodo para los trasnochadores irredentos, mientras aquí, sin embargo, aún no ha comenzado la programación más valiosa de cada cadena que no finaliza nunca antes de la una, o incluso las dos de la madrugada. Un dislate.
En España la gente no duerme. Los partidos de fútbol de la Copa del Rey comenzaban a disputarse a las nueve y media de la noche. En el mejor de los casos su finalización se producía a las once y media. Si había prorroga nos íbamos a las doce y si se tenía que recurrir a los penaltis, la cosa podía llegar hasta una hora intempestiva incompatible con madrugar para acudir al día siguiente al trabajo, la universidad o el instituto. Y todo esto se sostiene a base de falta de sueño, descansamos muy pocas horas con la consiguiente merma de rendimiento derivada de la propia biología personal. En las grandes ciudades podemos comprobar como antes de las siete de la mañana hay más automóviles en las carreteras que personas en un concierto de Taylor Swift. La incógnita es cómo alguien que se acuesta después de ver un encuentro de fútbol, Máster Chef, La isla de las tentaciones o La Voz, puede ponerse en pie a las seis de la mañana, o muy poco después, sin merma alguna de sus capacidades.
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Hace años surgió en la sociedad civil un bienintencionado movimiento que se dio en llamar Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles. A la vista de los hechos no hace falta decir que su éxito ha sido perfectamente descriptible. Se trataba de promover un adelanto general en los horarios para que la gente pudiera acostarse más temprano y descansar más. Los perspicaces promotores de esta loable iniciativa enseguida repararon en que necesitaban el imprescindible auxilio de las empresas televisivas para que, a su vez, programaran antes sus mejores contenidos nocturnos. Algunos les dieron buenas palabras y otros, como el ínclito Paolo Vasile entonces al frente de Mediaset, les mandaron directamente a esparragar sin hacerles ni puñetero caso. El resultado es que el horario de máxima audiencia se ha retrasado hasta extremos absurdos y que los ciudadanos duermen cada vez menos horas. Y este es un fenómeno autóctono que no encontramos en ningún otro país, porque en ellos hay más dosis de racionalidad que en nuestro peculiar modo de entender el ocio y el descanso. Personalmente, creo que todo intento en este sentido está condenado inevitablemente al fracaso, y parece constatable que a ningún colectivo le preocupa poner remedio a este insomnio contumaz, perenne y colectivo.
Acordemos que, decididamente, existen dos Españas: la que madruga y la que trasnocha, y que nosotros pertenecemos a las dos.
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