Derechos

El derecho a la eutanasia no significa que tu familia, ahíta de heredar todas tus deudas, pueda meterte un chute-cóctel de tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio, que es como un fármaco de garrafón letal, a la que te sobrevenga un ataque de tos.

El derecho al aborto tiene mucho que discutir. Mucho. Pero cualquier argumento moral, religioso o ético palidece ante ese momento en el que una mujer –porque solo puede abortar una mujer– debe decidir qué hacer. Para ser un derecho, es durísimo. Y al mismo tiempo es tan voluntario como lo es para los médicos, que pueden objetar. Incluso aquellos que tienen escrúpulos en el hospital público pero los pierden en su consulta privada, que alguno hay.

El derecho al voto no te obliga a votar. Al menos en España. Y tampoco te dice a quién. Al menos en España. En esta España.

Incluso el derecho a llevar armas, eso que tanto gusta en los Estados Unidos de la Asociación del Rifle, en el país de los tiroteos en los colegios, en la tierra del balazo prometido, tampoco implica que 'tengas que' llevar armas. Que a lo mejor te da cosica, como a mí, y el único mágnum que entra en casa es el de cobertura de chocolate y almendras.

Los derechos no son obligaciones. Son derechos. Y no excluyen cualquier otra opción. Su función solo debería ser proteger a los más vulnerables del odio de los que no comprenden más realidad que la suya.