![Benjamina, Elvis y los niños prozac](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/04/01/obregon-kFXF-U1901047525099R1H-1200x840@El%20Norte.jpg)
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EL investigador José Antonio Marina compartió sus reflexiones sobre la historia y la psicología humanas el pasado martes en el Círculo de Recreo de ... Valladolid, en una cita programada por el Aula de Cultura de El Norte de Castilla. Le invitamos con motivo de la reciente publicación de su último libro, 'El deseo interminable'. Debió resultar interesante porque bastantes de las más de cien personas que llenaron el salón y asistieron a la conferencia esperaron cola, al finalizar, para que él les firmara sus ejemplares. En un momento de su intervención, Marina se refirió a la inteligencia artificial, al hecho crucial de que los modelos de decisión tecnológicos disponen de una capacidad infinitamente superior a la humana para gestionar, incorporar y cruzar datos e información. Por eso hace mucho que los ordenadores nos ganan al ajedrez.
Pero también destacó, sobre todo, la sensible diferencia que nos separa de las máquinas: en nuestra percepción del mundo, en todas nuestras acciones, las personas introducimos un ingrediente único, los valores. Recordé entonces los estudios que han certificado, por hallazgos del yacimiento de Atapuerca, que nuestros ancestros más primitivos ya se comportaban de modo muy distinto a como lo hace cualquier otro animal, cuidaban durante años de congéneres con minusvalías y netamente dependientes de la tribu. El cráneo de una niña de hace 530.000 años aquejada de una enfermedad llamada craneosinostosis demostraba que fue asistida por su grupo. La llamaron Benjamina. De las mismas fechas se encontró la pelvis y parte del tronco de un homo heidelbergensis impedido por una minusvalía locomotriz. A aquel individuo, los arqueólogos le llamaron Elvis. Ninguno hubiese sobrevivido si hace medio millón de años las decisiones de sus hermanos o padres no hubiesen estado condicionadas, además de por instintos automáticos, por lo que es debido, por el hecho de que toda vida humana tiene un valor por sí misma. El artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos empieza así: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». Son los valores y la dignidad los que hacen que a veces se tomen decisiones en favor solo de la belleza, de lo bueno. O que algunos actos den prioridad absoluta a conceptos como sacrificio. O como generosidad, igualdad o justicia. O como libertad: no siempre es lo mejor ni lo acertado, pero que sea libre es en ocasiones lo único que vale.
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Victoria M. Niño
Lo anterior pretende ofrecer contexto a una de las noticias que más revuelo y polémica ha suscitado esta semana. La portada de la revista 'Hola', con Ana García Obregón, que ha contratado un vientre de alquiler y, a sus 68 años, será madre de una niña nacida en un hospital de Miami. Bueno, más bien será abuela, pues cuando el bebé cumpla 20 años su madre rondará los 90. Ha traído al mundo a una cuidadora… Como se sabe, la actriz y presentadora perdió a su único hijo en 2020, enfermo de cáncer. Ahora ha dicho: «Llegó una luz llena de amor a mi oscuridad. He vuelto a vivir». Y se ha desatado de nuevo el debate entre quienes consideran que la gestación subrogada debe regularse, dado que, de otro modo, solo queda prácticamente limitada a padres y madres con alto poder adquisitivo que la puedan contratar en el extranjero, y quienes entienden que se trata de otra forma de violencia contra la mujer, que solo se presta a alquilar su útero por necesidad.
A mí lo que siempre me asombra es que en la dialéctica del problema, más aún en casos extremos tan evidentes como este, se olvide generalmente cómo se les explicará a esas criaturas la circunstancia definitiva de que han llegado al mundo con precio, precinto y prospecto, como las píldoras de prozac o las dosis de benzodiazepina. Creo que, sin juzgar a la protagonista ni compadecernos de la niña, en algún punto de esta deriva de hipertrofia individualista que empuja las sociedades ricas, en la que solo cuenta lo que técnicamente es posible hacer en beneficio del yo presente, no lo que éticamente correspondería preservar, habría que recordar a Benjamina y Elvis. Hace al menos medio millón de años que las especies de homínidos vivimos desgracias familiares, madres que pierden a sus hijos, padres que se resignan con su destino y aceptan lo que les toca en la vida, por duro que sea. Ya entonces se tomaban decisiones difíciles cimentadas en los valores. Cuando lo más cómodo hubiera sido dejarles morir, se les cuidó por lo que significaban por sí mismos, no por relación con terceros, no por una madre biológica que necesitaba dinero ni por una señora de casi 70 que, a pesar de todo, nunca logrará, por desgracia, olvidar ni llenar el hueco de su hijo fallecido prematuramente comprándose un bebé en Miami. El exsecretario general de la Conferencia Episcopal Española José María Gil Tamayo lo resumió así: «Un hijo no es un derecho ni un deseo. Es un don. Los niños y las mujeres no tienen precio. La maternidad subrogada constituye una explotación de la mujer y del niño, que se convierte en un objeto de consumo, con una clara mercantilización en todos los casos, sea mediante dinero o por donación».
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