José Antonio Marina
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«Nos movemos por emociones antiguas organizadas por pensamientos modernos»En su último libro, 'El deseo interminable', José Antonio Marina propone reinterpretar la historia desde un punto de vista singular: los deseos y las pulsiones humanas, por encima de las fechas o los análisis economicistas. Lo que distingue a la evolución animal de la evolución humana, dice el profesor, escritor y pensador, es que las necesidades animales son finitas, mientras que los deseos humanos son insaciables. Así que para comprender la evolución del hombre será necesario interpretar primero su comportamiento, sus anhelos, sus miedos y sus esperanzas. Acceder a su 'psicohistoria'. Éste será el punto central del encuentro que se celebrará el próximo martes, a las 19:30 horas en el Círculo de Recreo de Valladolid, en una nueva sesión del Aula de Cultura de El Norte de Castilla, patrocinada por la Fundación La Caixa y la Fundación Vocento.
–¿Qué nos ofrece de novedoso esta manera de interpretar la historia, a partir de los deseos y los anhelos humanos?
–Fundamentalmente comprenderla. La historia es la agregación de miríadas de actos humanos, cada uno de los cuales está impulsado por deseos, expectativa, sueños, odios. Puedo seguir el comportamiento de una persona las veinticuatro horas del día, pero no comprenderé lo que hace si no conozco lo que le mueve, sus intenciones, sus proyectos, su forma de ver el mundo. Me gusta poner un ejemplo sacado de la astronomía. Los astrónomos pueden ver el universo con telescopios iluminados con luz visible, y entonces contemplan la «armonía de las esferas», que decían los antiguos. Un mundo geométricamente ordenado, con sus planetas, sus satélites, las órbitas elípticas… Pero pueden observarlo también con telescopios de rayos gamma, que lo que detectan es un colosal trasiego de energías, un universo centelleante. Pues bien, pienso que la historia que cuentan los historiadores está vista con luz visible, y que lo que intenta la psicohistoria es verla con rayos gamma, aplicando a la historia lo que sabemos sobre las pasiones humanas. No podemos comprender, por ejemplo, un acontecimiento terrible como la guerra civil española, si no la contemplamos con rayos gamma.
–¿Qué otros grandes momentos de la historia han estadomarcados antes por los impulsos que por la razón?
–Todos. La razón humana no tiene fuerza motivadora si no enlaza con alguna necesidad, deseo o miedo. Por eso decía Hume que la razón estaba al servicio de las pasiones. Lo que intenta es 'dirigirlas' de la mejor manera posible. Pondré algunos ejemplos. Uno de los momentos decisivos de la humanidad fue cuando dejamos de vivir en grupos pequeños, de unos cien individuos, como habíamos hecho durante cientos de miles de años, y comenzamos a vivir en grupos amplios, en ciudades. Eso tuvo que suponer una gigantesca movilización emocional. Si vemos en este momento la distribución de las grandes civilizaciones comprobamos que tienen un origen religioso: hinduismo, budismo, confucionismo, cristianismo, islamismo, etc. En el origen y en la expansión de esas religiones intervinieron potentes fuerzas afectivas. El romanticismo, un movimiento emocional muy poderoso, supuso la emergencia de las pasiones nacionales. En 'El deseo interminable' he estudiado dos movimientos cargados emocionalmente: las cruzadas y la revolución francesa.
–Desde el punto de vista de la psicohistoria, ¿en qué momento estamos ahora mismo, cuando algunos pensadores hablan ya de transhumanismo?
–La sociedad de consumo se basa en el estímulo continuo de los deseos, que se vuelven imperiosos y efímeros. Esto produce un efecto paradójico: vivimos mejor que nunca, pero más insatisfechos que nunca también. Las nuevas tecnologías están facilitando mucho nuestras vidas. El problema está en que tecnologías tan potentes como la inteligencia artificial se han desarrollado dentro del mundo empresarial, que quiere ganar dinero, o dentro de sistemas tecnológicos estatales, por ejemplo, en China. En ambos casos necesitan influir en el comportamiento de los ciudadanos. Se convierten en mecanismos de persuasión o de control. Son sistemas muy adictivos, como estamos viendo en nuestros jóvenes. La libertad pasa por horas bajas, aunque parece que vivimos en un momento de grandes libertades. Nos pasa como a los clientes de un supermercado, que se sienten libres porque pueden elegir entre diferentes productos, y se olvidan de que están dentro de un supermercado. La psicohistoria nos permite conocer que el estado original de la humanidad fue la obediencia, y que la libertad es un fruto precario que hay que defender. El auge de las democracias no liberales en un claro síntoma.
–«La historia no se repite. Los seres humanos, siempre», que decía Voltaire y usted recuerda en este libro. ¿Evolucionamos los seres humanos a destiempo con nuestra historia?
–Nuestro cerebro funciona a dos velocidades. Los centros emocionales –las áreas límbicas– son muy antiguas y cambian con mucha lentitud. En cambio, los centros cognitivos –la corteza cerebral– es muy moderna y con el aprendizaje cambia rápidamente. Estamos por ello movidos por necesidades y emociones muy antiguas, pero organizadas por pensamientos modernos. Es un equilibrio difícil, en el que se producen movimientos descivilizatorios, regresivos. En 'Biografía de la Inhumanidad' estudié los mecanismos que en el siglo XX produjeron los terribles colapsos de la civilización que conocemos: dos guerras mundiales, genocidios, hambrunas provocadas con fines políticos, violación masiva de mujeres como arma de guerra. Pensemos en la guerra de Ucrania. Vemos pasiones ancestrales utilizando armamento sofisticado. Una parte de nuestra política es ancestral, emocionalmente primitiva, y debemos sustituirla por una política ilustrada.
–¿Qué nos puede aportar en este campo esa movilización educativa por la que usted trabaja intensamente?
–Tenemos que conocer las fuerzas emocionales que nos mueven para impedir la aparición de la atrocidad y ser más eficientes en la búsqueda de soluciones. Deberíamos enseñar a nuestros alumnos que somos una especie conflictiva pero inteligente. Y que la inteligencia se demuestra resolviendo problemas. En 'El deseo interminable' he mostrado que el gran motor de la historia humana es la búsqueda de la felicidad, una búsqueda tanteante, incierta, porque no sabemos exactamente en qué consiste, pero que está implícita en todas nuestras acciones. La ciencia, el arte, las instituciones políticas, los alardes técnicos han estado movidos por esa búsqueda de la felicidad. Desde ese punto de vista debemos reconocer que la máxima creación de la inteligencia humana ha sido la «búsqueda de la pública felicidad», como decían los ilustrados. La justicia como el modo más perfecto de resolver los conflictos sociales. Explicar a nuestros alumnos esta grandiosa historia, sus logros admirables y precarios, nos permitiría afrontar los problemas de manera más inteligente.
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