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Si leen periódicos, no hace falta que les recuerde quién era Poli Díaz y su nula semejanza con Ilia Topuria. El primero, boxeador popular, ... tenía pinta de 131 Supermirafiori, de cigarrito después de entrenar acompañado de un sol y sombra. El segundo pule su físico, su cuerpo es su templo y es un atleta profesional en el más amplio sentido del término. Y puesto que ambos en su carrera daban unos guantazos de nivel, me quedo con el georgianoalicantino como arquetipo para estar en forma.
Todo este preámbulo viene a cuento de mi nuevo intento de quitarme de encima los kilos que contaminan mi contorno y convierten un talle de avispa en un cinturón llamando al 112 en busca de ayuda. Así que he aprovechado la reciente inauguración en la ciudad de una suerte de gimnasio en el que empiezas por el boxeo y sales convertido en Jon Kortajarena, o eso entendí yo viendo la publicidad. Les voy a adelantar el final por si quieren dejar de leer aquí: me parezco más al Monaguillo un domingo de resaca que a un modelo con flequillo, y eso hay que asumirlo. Miren: a veces llega un momento en que te haces viejo de repente. No sé si Celtas Cortos me estaban espiando a la salida del local, pero fue entonces cuando acepté que las rodillas y los hombros me están durando más que cualquier electrodoméstico de casa y no conviene someterlos a demasiado estrés. Eso y que estas rutinas de golpear al saco mientras haces abdominales combinadas con saltos y levantas una mancuerna a la vez que un entrenador, con aspecto de carcelero de Guantánamo, te grita muchas órdenes muy deprisa se me iban a hacer bola desde el principio.
No sé si recuerdan que hace tiempo les hablé de otra de mis tentativas por mantener la línea, pero la línea es curva y, sorpresa, esta tampoco ha dado resultado. Para empezar, todo el mundo llega allí con unos ánimos y un cariño exacerbados, como si fueran compañeros de pupitre del instituto y se hubieran tomado tres Red Bull. Y yo soy de Valladolid, oigan. Un «buenas tardes» es suficiente, que no nos conocemos de nada. El resto choca sus manos y se abraza sin haber comenzado siquiera a repartir mamporros. Sólo faltaba una batucada inyectando ritmo para que me fuera sin dar un puñetazo, pero de los altavoces comenzó a salir una música que ríanse ustedes de la Komplot en el 95. Al momento, y sin avisar ni Dios que lo fundó, el monitor empieza a decir nombres de golpes a toda velocidad. Pienso que esto del fitboxing tiene más comandos que el PC Fútbol y, encima, me suenan como si fuera Zelenski y me estuvieran insultando en la encerrona del otro día en la Casa Blanca. La única diferencia estriba en que se supone que esto es por mi bien y lo otro fue una golfada de impacto global.
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La cosa fue mal, no les voy a engañar. Seguro que han visto algún vídeo de una lección de aeróbic en la que toda la clase va coordinada con perfección y una señora, con mallas rechiscantes y una cinta fucsia en el pelo, hace todo al revés o más tarde mientras se parte la caja con la situación. Bien, pues yo soy esa señora pero con ropa discreta y menos sonrisas. Mi experiencia acaba respirando con dificultad y preguntando si tienen desfibrilador por si acaso. El resto junta sus puños y grita como si estuvieran a punto de destripar un jabalí en una aldea gala. Así que me arrastro hasta la puerta con tan mala suerte de dar con otra trabajadora que, con amabilidad infinita y cierta compasión, me cuenta que puedo llevarme las vendas y los guantes. Se lo agradezco, pero sólo puedo pensar en los beneficios de las fajas reductoras y que preferiría una almohada. Salgo de allí cariacontecido, como un mindundi que encomienda su semana a un astrólogo a pesar de saber que la llegada de Venus retrógrado en Aries no le va a afectar un carajo. Me monto en el coche y rezo para no toparme con alguna de las numerosas obras de la ciudad y llegar a casa rapidito. Allí decidiré cuál será mi nuevo conato saludable. Pero esto no es para mí. A priori, debería sentirme como una mañana de Navidad y, más bien, me encuentro como si hubiera tenido gripe, varicela y mononucleosis la misma semana.
Pensé que, cuando llevara varias sesiones, mi mujer me miraría y cantaría aquello de «quién es ese hombre que me mira y me desnuda». Pues, cariño, ese debe ser Ilia Topuria y, por suerte, no vive cerca. Dime que no estoy tan mal, por favor.
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