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Carnaval, te quiero», cantaba sin parar en un rizo verbenero Georgie Dann hace un tiempo. Seguro que este fin de semana escuchan el soniquete en ... cualquier sitio. Añadía, al compás de aquel organillo chusco, que pensaba hacerlo en el mundo entero. Eran palabras clave para huir o para adentrarse en ese fascinante ambiente que rechazas con aversión o abrazas sin complejos. La careta camufla tus miedos y da un anonimato útil para el bien y también para el mal. Y ahí está el contratiempo: hay quien usa esa clandestinidad para armarlas como Pepe Gotera en una obra.
Nuestro entorno próximo, o informativamente aledaño, da cabida a multitud de personajes que preferirían esconder sus vergüenzas o meteduras de pata bajo un antifaz antes que apechugar y afrontar la derrota, el escarnio o la argumentación irrebatible. Me da que no entienden que nadie tiene íntegramente la razón durante el total de su existencia, que no hay problema por dar el brazo a torcer de cuando en cuando y que la mayoría coherente de humanos que los rodean no se lo van a tener en cuenta si no abusan de ello. Pero no hay tutía, caretita rápida con goma colgandera para taparse por si llueve. Y a veces el embozo dice más que la propia cara. Es posible que se encuentren con Carnero pertrechado tras un disfraz de preso de los antiguos, con su bola. Y no por haber cometido ningún delito, sino por haber pegado su futuro al de un soterramiento que cada vez tiene menos posibilidades de producirse. Esa bola, ajustada al tobillo, pesa mucho y es difícil desligarse de semejante lastre. También pueden cruzarse con Óscar Puente caracterizado a la manera del señor Monopoly, ese que acompaña al juego y tiene pose de triunfador y maletín con valiosos papeles. Aparecerá sonriente después de la estocada ferroviaria que ha proferido al ayuntamiento capitalino, pero, ojo, que de esa valija que lleva asida caen documentos con nombres, en letras gordas, de certezas que nunca se llegaron a consumar, como Inobat, Switch y alguna vengancita personal para hacer pupa, como la del aeropuerto.
A Ronaldo no se lo encontrarán, pero la máscara de topo sería la más adecuada si se dejase caer por la ciudad. Le vendría bien, primero, por su poca vista, y en general por el matiz roedor. Quizá, pensándolo mejor, se vestido fuera el de rata. Dicen que son los primeros bichos que saltan de un barco que se hunde, y él hace mucho que se bajó del equipo. Aparte, este tipo de animalejos se reproducen con celeridad, y como el Fenómeno ha dejado algún que otro 'vástago' similar en el club, pueden quedar en Zorrilla para bajar juntitos en formato plaga y celebrar el temporadón que nos están brindando.
También imagino la fiesta de don Carnal en otros lugares. En la Casa Blanca, Donald no irá de pato, sino de Charles Chaplin en El gran dictador. Total, lo de las patadas al mundo ya lo está haciendo y no necesita el bigotillo porque el tinte platino habla por sí solo. Creo que Abascal estaría por allí mimetizado en Alejo Stivel, cantante de Tequila, y entonando en cada esquina aquello de «Dime que me quieres». Más cerca, a Ione Belarra le quedaría de lujo meterse en el traje de la hermana de Fiti, el de 'Los Serrano', aquella que solía decir lo de «consejos vendo que pa mí no tengo».
Todos queremos taparnos cuando no vienen bien dadas, pero hay que tener compostura para aguantar el chaparrón y dar explicaciones. Los que firmamos aquí, por ejemplo, también llevamos nuestra careta. Podría parecer, una vez leídas estas líneas, que las escribí luciendo una gran sonrisa escoltada por un velo de ironía, pero les puedo asegurar que, tras el artificio, hay un semblante desgastado ante la frecuente incompetencia de tanto carota y el rumbo de colisión que están tomando muchas cosas importantes.
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