No son la familia Telerín, aunque también van juntos. Y por donde pasan no crece ni una brizna de hierba. Bien pensado, quizá sean hunos. Sin embargo, parecen una 'troupe' normalita de esas que acuden en común al centro comercial embutidas en su chándal. Hay ... quien disfruta pasando tiempo en lugares infernales, pero programar una visita a un departamento de cambios y devoluciones de tienda sueca raya en la dolencia psiquiátrica. Y allí se han plantado, sacan numerito y un empleado les recibe con diligencia.
Publicidad
Ramón se coloca las gafas, mira de reojo cómo los niños brincan y chocan con muebles y personas y los llama pequeños diablillos. Por su cabeza ha pasado tacharlos de miniterroristas, pero, en ese caso, tendría a los cabecillas del comando en su mostrador. Les ríen las gracietas, les hacen el menor caso posible y, si Ramón parece mosqueado o genera una ligera mueca en su mostacho, les ordenan que estén quietos, pero como cuando yo le digo mi ahijada que sea buena antes de salir por ahí y sé que la va a armar picuda porque la cabra tira al monte y su padre salió en su día más que Revilla en 'El Hormiguero'.
El trabajador sigue buscando la referencia de esa vela aromática de menos de dos pavos que la pareja quiere devolver porque no les pega con los azulejos, mientras los alegres chavales saltan encima de los sofás. Sus padres intentan resolver la incidencia musitando en su dirección algo como «portaos bien», que suena como el océano de fondo en la ría de Ferrol. Y los chicos, como no deben tener límites por si les brota un trauma, vuelven a trepar por los brazos de un sillón de esos que están para esperar turno. El problema es que uno resbala en la caída y aterriza de cabeza sobre un taburete BEKVÄM con escalón. La madre se asusta, el padre grita y el vendedor sospecha que va a tardar más de lo que pensaba en la gestión de marras. El crío sangra ligeramente por la ceja, pero el taburete ha quedado destrozado. Normal, con esa almendra que exhibe por cabeza… Automáticamente, los progenitores comienzan una disertación sobre los peligros de según qué muebles al alcance de los tiernos infantes y comentan, muy preocupados, que desean presentar una queja. Ramón, paciente, querría decirles que los mozos llevan gritando media hora como si un verdugo de la Gestapo les aplastase los nudillos; han roto dos papeleras, una maceta, un cartel de oferta de albóndigas suecas y se han dado dos paseos por el interior del almacén con el peligro que conlleva. Pero asiente con empatía y sonríe al comprobar que el muñeco diabólico que tienen por hijo no sufre más que un rasguño superficial.
Noticias relacionadas
El remedo de la familia Addams abandona la estancia con su euro y noventa y nueve céntimos. En el camino hacia el coche, los pipiolos se tumban en el suelo junto a la escalera y hacen el ventilador meneando la lengua y el cuello con un estilo que dejaría a la niña del exorcista como una amateur. Antes de irse, los zagales ven un carrusel navideño de esos que dan más vueltas que la familia Pantoja para salir en lo del colorín. Y claro, sucumben a la tentación y se montan. El pequeño dice: «mira, mamá, la sirena». Y monta tal escandalera que llega la guardia civil por si hubiera habido otro alunizaje. El otro hermano saca la pierna de su caballito atizándole un puntapié a un niño que estaba muy formal dando sus vueltecitas, y el encargado del artilugio opina que ya está bien, pulsa un botoncito y exclama, sereno, que se acabó el tiovivo. Los papás de la vela protestan enérgicamente al ver que sus herederos berrean como un cochino a finales de noviembre y apostillan que pondrán una reclamación (otra).
Publicidad
Finalmente, los cuatro jinetes del Apocalipsis toman la salida y llegan a su automóvil, que desaparece del centro comercial con una lista de villancicos reguetoneros sonando a todo volumen en el interior. Los niños se la han exigido a sus mayores como hacen todo: a gritos. Y es muy importante que sean felices. En ese momento, Ramón que cierra turno y ha visto la dantesca escena, abre la puerta de su viejo utilitario y arranca razonando que el problema, como siempre, viene del que debe poner rigor y juicio. Si fuera refranero, aludiría a lo de los palos y las astillas, o a que Dios los cría y ellos se juntan. Pero aquí los que juntan y crían son ellos. Y lo hacen fatal.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.