Sus señorías se sentaron este lunes en la Comisión de Hacienda a las cinco de la tarde, sin que el Gobierno hubiera movido ficha aparentemente el fin de semana para tratar de enderezar lo que tenía todas las trazas de una sonora derrota en su reforma fiscal ... . Salieron casi siete horas después, cuando los diputados regresaron de un receso que se prolongó desde las ocho y media de la tarde a las doce y media ya de la madrugada para votar el dictamen que ha de elevarse a pleno del Congreso este jueves y que salió adelante, a trancas y barrancas, esta vez gracias a un acuerdo 'in extremis' con ERC, Bildu y el BNG.
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Un delicado acuerdo de muy última hora que, además, fue forjado en medio de la indignación de la oposición y de la incredulidad del PNV, Junts y Podemos, cuya líder, Ione Belarra, avisó desde la distancia de que todo es puro «papel mojado». Un «esperpento» de sesión, la definió directamente el dirigente del PP Juan Bravo, quien consideró la prolongación del debate y el cambalache sobre la bocina como la constatación de que «este Gobierno es inviable» cuando acaba de cumplirse justo un año desde la investidura de Pedro Sánchez.
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El vicesecretario económico de los populares enumeró lo ocurrido a lo largo de la tensa tarde parlamentaria - «falta de respeto» a los trabajadores de la Cámara, «enmiendas intrusas para crear impuestos», suspensión de comisiones y votaciones cuando el Ejecutivo «no tiene los votos favorables»...- para concluir que el liderado por Pedro Sánchez es un Gabinete «bananero» empantanado en «una legislatura fallida». «Si no son capaces de sacar esto en condiciones, sin este espectáculo, ¿qué va a pasar con los Presupuestos?», se preguntó retóricamente Bravo, quien atribuyó a su partido el mérito de haber frenado «este desmadre» y «el infierno fiscal» al que -acusó- pretende la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, someter a la ciudadanía, vetando o aligerando la carga impositiva a los seguros privados sanitarios, al diésel o las pymes.
El Gobierno soportó este lunes un nuevo vía crucis, con resultado incierto y comprometido, que recordó incluso al martirio que sufrió a manos de Junts en enero para sacar adelante tres decretos leyes claves o su agónica doble derrota en julio, también a manos de los de Puigdemont, con la reforma de la ley de extranjería y el techo de gasto, la antesala de la negociación presupuestaria que cuatro meses después continúa embarrancada. En esta ocasión, en el pleno del próximo jueves, la suerte del Ejecutivo depende de sus antiguos socios de Podemos, decididos a que sus cuatro valiosos escaños pesen lo mismo que los siete de los independentistas catalanes.
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Mientras, a la misma hora en que los responsables del Ministerio de Hacienda sudaban sangre para no salir vapuleados del Congreso pero al otro lado del océano, Sánchez reivindicaba en la cumbre del G20 en Río de Janeiro «la necesidad de reformar las instituciones de gobernanza mundial» sobre «un compromiso inquebrantable con nuestros valores compartidos». Su melodía, sin duda, era otra.
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