Amaneció aquel 1 de febrero uno de esos días cartesianos del invierno madrileño, frío y luminoso. También uno de esos días llamado a inscribirse, en la memoria colectiva que conserva el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, con letras excepcionales en el devenir ... histórico del país. Hace hoy justo veinte años, un enjambre de 300 periodistas, cámaras y fotógrafos acreditados atestiguaban en el patio de la Cámara baja que aquella no era una jornada parlamentaria más. Por primera vez en democracia, un presidente autonómico subía a la tribuna de oradores y lo hacía, además, para reivindicar la autodeterminación de su comunidad. O, en un hallazgo eufemístico que hizo fortuna más allá de las fronteras tradicionales del nacionalismo, «el derecho a decidir» de los vascos sobre qué relación querían mantener con España.
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Ha llovido mucho y de todo -tanto como un 'procés' catalán ya abiertamente independentista- desde aquel soleado martes de febrero en que el líder político del momento, jaleado por los suyos por su arrojo y denostado por quienes se sentían excluidos del sueño de la Euskadi soberana, se dirigió a los diputados en medio de un silencio respetuoso y sepulcral para hacer bandera de su controvertida propuesta de reforma estatutaria. Sesenta y nueve artículos que forzaban las costuras constitucionales para dotar de un nuevo estatus político a Euskadi mientras ETA seguía matando, tras haber reventado la tregua de 1998 cocinada al calor del Pacto de Lizarra con una ofensiva inclemente dirigida, con especial saña, contra los cargos no nacionalistas.
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«Nos matan como a gorriones con chimbera», describió gráficamente aquel horror el expresidente del PP vasco Carlos Iturgaiz. Ibarretxe y el PNV que acabaría perdiendo el poder a manos del PSE de Patxi López, con la izquierda abertzale ilegalizada, se afanaron en vindicar el plan, también, como una vía hacia el final de la violencia. Populares y socialistas -el constitucionalismo que los nuevos tiempos y la polarización se han llevado por delante- siempre vieron aquel ensayo soberanista, frenado por la institucionalidad española, como sal en la herida: al hostigamiento terrorista se sumaba su orillamiento político en la patria de los vascos.
El llamado 'plan Ibarretxe' llegaba al Congreso aquella tarde invernal contra pronóstico, después de que la malévola cesión de tres de sus votos por Sozialista Abertzaleak, el grupo capitaneado entonces por Arnaldo Otegi, propiciara su convulsa aprobación por el Parlamento de Vitoria el 30 de diciembre de 2004. Aun se recuerda el paso presuroso por los pasillos, con gesto demudado, del hoy CEO de Repsol, Josu Jon Imaz. El presidente del PNV fue uno de los invitados que copó las tribunas del Congreso para escuchar al lehendakari, que recorrió con una carpeta en la mano el puñado de metros que separan el hotel Palace del hemiciclo y se acomodó en el escaño habilitado para él; el que parecía el 149 en las filas del PP de Mariano Rajoy.
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«Si vivimos juntos, juntos debemos decidir», intentó persuadirle el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. «Tenemos que decidir poder vivir juntos», le rebatió Ibarretxe. A medianoche, el Congreso le despidió con un rotundo 'no' de 313 escaños por 29 a favor; los del soberanismo vasco, catalán y gallego que hoy sostiene a Pedro Sánchez. Al día siguiente, el lehendakari respodió al portazo adelantando las elecciones.
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