¿Cómo es posible que de repente, los rebeldes sirios hayan podido resurgir de sus cenizas, tomar una gran ciudad como Alepo y amenazar Homs?
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En realidad, casi nada sucede 'de repente'. Los derrumbamientos súbitos de un ejército, o los imperios que colapsan de la ... noche a la mañana, son siempre el resultado de un larguísimo proceso de acumulación de fallos estructurales no resueltos y del odio y la furia de grandes multitudes, que aparentan mansedumbre mientras se las encañona con inmensa potencia de fuego, pero en su corazón no se han sometido.
El régimen dinástico de los Assad en Siria adoleció siempre de dos terribles debilidades estructurales. En primer lugar, los Assad son alauíes, una secta mística ocultista post-islámica, derivada del chiísmo septimano, que son el 11% de la población del país, despreciados por la mayoría árabe suní, que son el 60% de la población. Por lo tanto, la dinastía Assad es percibida como la dictadura de una minoría sectaria ¡que ni siquiera es realmente musulmana!, sobre los verdaderos creyentes.
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En segundo lugar, al igual que otras muchas tiranías tercermundistas, como la Rusia de Putin, la dinastía Assad funciona como una 'famiglia' de la mafia. No es una estructura de gobierno, sino de saqueo y explotación de los activos rentables, de manera que la gestión pública se orquesta en función de incrementar los ingresos para las élites extractivas.
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Todo este tinglado estaba prendido con alfileres, así que bastó un único trastorno de cierta magnitud -la Primavera Árabe de 2011- para que se viniese abajo. Por suerte para los Assad, la interferencia saudí hizo que casi todo el dinero y las armas las recibiesen los grupos yihadistas más zumbados y pasados de rosca, pero también los más incompetentes militarmente –precisamente por su excesivo extremismo-, lo que permitió a la dinastía Assad reagrupar a las diversas minorías –excepto los kurdos- y a la burguesía suní que despreciaba a los Assad, aunque hiciese negocios con ellos, pero tampoco deseaba un Gobierno yihadista.
Tras varios años de sangriento empate, la ayuda militar iraní y en menor medida, rusa, inclinó la balanza en favor de los Assad, que lograron reconquistar casi todo el país excepto la región kurda y pequeños enclaves en la frontera con Turquía. Pero en realidad, nada había cambiado porque Bashar al-Assad no ha resuelto ninguno de los problemas estructurales de su régimen. Cualquier reforma seria estorbaría que las élites extractivas siguieran expoliando el país, así que su propio clan lo derrocaría. Por eso, cuando la victoria de los Assad parecía ya definitiva, yo pronosticaba en este periódico que esto había sido tan solo el primer asalto, y que una nueva rebelión era inevitable.
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Luego podemos entretenernos especulando: ¿Todo esto es una intriga de Erdogan? Casi seguro. ¿Irán dispone todavía de fuerzas suficientes para sostener a su vasallo alauí, y volver a postergar su inevitable colapso? Puede ser. ¿Pretende Erdogan dejar con vida a los Assad, a cambio de que le regalen el Kurdistán sirio? El tiempo lo dirá, pero queda evidenciado que la dinastía Assad es una ruina sin futuro, que se mantiene en pie únicamente por las bayonetas extranjeras.
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