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Carlos Benito
Lunes, 20 de enero 2025
La sensación térmica rondaba este lunes en Washington D.C. los 15 grados bajo cero, pero había un punto de la ciudad especialmente helador: daba la sensación de que, en las inmediaciones de Melania Trump, la temperatura se desplomaba todavía más. Si hablamos de sensaciones ... térmicas, la que transmitía la primera dama era una cosa tremenda, casi incompatible con la vida: Melania, impasible como un frente frío, encabezó el clan Trump en la segunda toma de posesión de su marido y dejó para la historia una estampa tan inolvidable como chocante, con un atuendo azul 'navy' coronado por un sombrero de ala ancha que, en el mejor de los casos, ocultaba sus ojos y, en el peor, le ensombrecía la cara entera.
La familia siempre es importante en las ceremonias de toma de posesión de los presidentes de Estados Unidos. De hecho, dentro de esa dosificación casi circense con la que van apareciendo los personajes importantes, los Trump entraron después de los expresidentes y justo antes que Joe Biden. Ocuparon sus asientos, un poquito apretados, porque había que embutir a mucha gente en la rotonda del Capitolio, y asumieron esa dura tarea de dar contenido televisivo a todos esos minutos vacíos que preceden el acto. Los dividieron en dos grupos. Por un lado estaban los cuatro hijos mayores: Tiffany, siempre la más huidiza; Eric con su mujer, Lara; Ivanka con su marido, Jared, y Don Jr, todos ellos tremendamente profesionales en eso de dar la cara, curtidos ya en el anterior mandato. Tiffany y Lara eran las que más charlaban, como cotilleando.
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Un poco apartado se situaba Barron, el único hijo de Donald con Melania, que en la anterior investidura era un crío torpón y ahora es un tipo de dos metros con más pinta de presidente que su padre. Trajeado, con el pelo más corto que de costumbre y repeinadísimo, a Barron se le veía más inquieto que a sus hermanos mayores, quizá con un ardiente deseo de estar en cualquier otro sitio: se pasaba la lengua por los labios, jugueteaba con los pulgares y contemplaba el vacío, un rato a la derecha y otro a la izquierda. Aquí hay que hacer una solidaria mención a Laura Perlmutter, la mujer sentada justo detrás, con una estatura quizá medio metro por debajo de la de Barron: la pobre Laura (que en realidad, todo sea dicho, es multimillonaria) se pasó la toma de posesión entera mirando la espalda del pequeño de los Trump, a quien ya parece mal llamarle 'mini-Donald' como antaño.
Pero la protagonista visual de la jornada fue, sin duda, Melania. Es indiscutible que iba elegantísima, como si una portada de 'Vogue' hubiese cobrado vida, y su larga experiencia como modelo de primera fila hace que la rivalidad estética con otras primeras damas sea competencia desleal. Pero, aun así, el comentario general era que el atuendo resultaba anómalo: era entretenido seguir los comentarios en las redes, en X sin ir más lejos, donde muchos coincidieron en encontrarle un aire funerario y no faltaron las comparaciones con un agente secreto, un capo de la mafia, una azafata de aerolínea, un figurante de algún vídeo de Michael Jackson o incluso Carmen Sandiego, aquella ladrona de videojuego que recorría el mundo bajo un sombrero de gran calibre. «Melania es una diva», se admiraba un internauta. «Parece ir de luto», comentaba otro. «No está deprimida, es que es eslava», aclaraba un tercero, porque ya se sabe que la esposa de Trump es natural de Eslovenia.
La gelidez de la primera dama, con la mirada en estricta penumbra, se atenuaba al interactuar con su hijo. Ahí era como si se abriesen las nubes y un rayo de sol se aventurase por el ambiente polar. ¿Y con Donald qué? Pues... no tanto. Un momento cumbre de la ceremonia fue cuando, al entrar, el magnate quiso saludar con un beso a su mujer: el ala del sombrero ejerció de barrera inexpugnable y, por mucho que frunció los labios –y Trump frunce los labios un montón–, no llegó a establecer contacto con la mejilla de Melania. La primera dama se mantuvo en todo momento severa pero impecable, aplaudiendo con elegancia cuando había que aplaudir, asintiendo levemente cuando se vinculó la victoria de su marido con los designios de Dios, aunque en las tomas de televisión su rostro coincidía con el rectángulo del teleprompter transparente y añadía distorsión sobre la sombra. En el momento del juramento, el clan rodeó a Trump, con Melania como encargada de sostener las dos biblias, pero Donald ni siquiera puso la mano encima de los libros.
Eso sí, al final de la toma de posesión, Donald y Melania salieron de la mano, mientras Barron regalaba un poco de conversación a la mujer que se había aprendido de memoria su espalda. Cuando el matrimonio se marchaba ya hacia la Casa Blanca, Melania agachó la cabeza y ocultó el rostro, pero por un momento alzó la cara y... resulta que la frialdad robótica se había desvanecido y lucía su sonrisa enorme y horizontalísima, como un reflejo de la banda blanca del sombrero.
El atuendo que lució este lunes no va a hacer mucho por mitigar la fama de Melania Trump como mujer enigmática, esquiva, opaca. Son cualidades que se extienden también a sus tareas como primera dama: en el primer mandato de su marido, de hecho, tardó mucho en establecer su residencia en la Casa Blanca, porque prefirió quedarse en Nueva York con Barron, y nunca mostró grandes deseos de abrazar las tradiciones que acompañan al cargo -digámoslo así- de esposa del presidente. En aquellos años se solía llamar a Ivanka 'primera hija', por considerarla más comprometida con las funciones representativas que su madrastra.
En este retorno, han cundido las dudas sobre el papel que va a asumir Melania. El 'New York Post' llegó a publicar que iba a convertirse en 'primera dama a tiempo parcial', una fórmula sin precedentes, pero la propia Melania ha descartado ese distanciamiento de sus obligaciones. «Cuando tenga que estar en Nueva York, estaré en Nueva York. Cuando tenga que estar en Palm Beach, estaré en Palm Beach. Pero mi primera prioridad es ser madre, ser primera dama, ser esposa», dijo la semana pasada en la Fox. De hecho, aclaró que ya había hecho las maletas y había elegido mobiliario para la residencia presidencial. En esa misma conversación, Melania, de 54 años -24 menos que su marido-, quiso presentarse como persona de ideas propias: «Tengo mis propios pensamientos. Tengo mi propio sí y mi propio no. No siempre estoy de acuerdo con lo que mi esposo dice o hace, y eso está bien». En campaña, por ejemplo, manifestó su postura favorable al aborto como «derecho esencial».
Es habitual que las primeras damas de EE UU promuevan la conciencia sobre algún asunto social. Melania ya ha avanzado que retomará su campaña Be Best, centrada en combatir el ciberacoso entre los más jóvenes. «Empecé en la primera administración y no tuve mucho apoyo de nadie -se ha quejado-. He sido criticada y sé que eso seguirá, pero no va a detenerme de hacer lo que sé correcto. Estoy aquí con un objetivo: ayudar a los niños y a la siguiente generación».
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