![Pedro Luis Gómez y la fórmula de la eterna juventud](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202303/09/media/cortadas/atleta-kqNB-U1908525190165SG-1968x1216@El%20Norte.jpg)
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No hay segundas juventudes para Pedro Luis Gómez, que cumplirá 50 años en junio y sigue subiéndose a podios absolutos. Porque la primera no ha terminado. Alguien que cumple su receta desde los 14 años: «Desplazarte más o menos deprisa por un periodo largo con no demasiado esfuerzo». Porque su cuentakilómetros no se agota. «Todos hacemos atletismo por nuestros propios retos. Ahora mismo, lo principal es ser ejemplo para mis hijos. Porque me encuentro bien, cuando corro tengo mayor capacidad para resolver conflictos internos. Mis motivaciones van variando de intensidad, pero son incansables»»
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Pedro Luis empezó a correr porque se cansó de ser portero en el campo de fútbol de Villalpando. Todos los del equipo habían pasado por el trance, pero le dijeron que siguiera poniéndose. Aquel chico de 14 años dijo que no y se puso a correr ante la mirada del entrenador de Escuelas Deportivas. «¡Pero si has dado 50 vueltas! Tú sirves para correr». Su primer triunfo fue en un cross escolar junto a las pistas de atletismo; después, ganó el campeonato provincial, en Cantalejo.
A finales de los 80, la ciudad no era tan acogedora con los corredores. No había vías verdes, sino pistas de ceniza. El grupo quedaba en las piscinas y ahí decidía el itinerario: Camino de los Tanques o la ruta hacia el Restaurante Lago. Los mentores eran Isaac Sastre o José María del Prisco. «Yo no tenía ni idea, era un niño, así que me explicaron un poco». La primera lección es que venía con la base equivocada. «Yo hacía muchos kilómetros muy despacito y lo difícil del atletismo es correr deprisa, aunque sea una distancia corta». Competía principalmente en cross en invierno –5.000 metros y algún 10.000– y pista en verano: 1.500 o 3.000. «No había tantas carreras en rutas como hay ahora».
Así empezó a relacionarse con atletas como Paco Guerra, Víctor López o Mariano Castro, el que tuvo la idea de correr medias maratones. Pedro Luis debutó en Ávila, con un tercer puesto y un tiempo de 1h08m, ahí es nada. Después, fueron a Sevilla, donde hizo 1h06m32s, su mejor tiempo oficial en la distancia. Con todo, se encontró un muro. «Yo llegaba a hacer unos entrenamientos equiparables a ellos, que han sido internacionales varias veces con la selección, pero mis resultados eran muy diferentes. Yo a lo mejor quedaba el 80. Tenía muchos problemas de ansiedad, no era capaz de manejar bien esas emociones previas a la carrera. No rendía y esto te va mermando. Estudiaba, empecé a trabajar y me planteé dejar de correr porque era mucho el esfuerzo y poco el resultado».
Aquel atleta frustrado de 25 años iba a despedirse con una maratón, como el tercer reto de un hombre en la vida como plantar un árbol y tener un hijo. Preparó San Sebastián en dos meses y logró una gesta: 2h22m en un día terrible, con cuatro grados, nieve y granizo. Se reenganchó y vivió su mejor momento, ganando las leguas de Segovia y corriendo maratones en 1h06m como si fuera lo más normal del mundo. En Valladolid hizo 1h07m «cojo» por los isquios, algo que le apartó tres meses. Esta es la lesión más grave de su carrera.
«Cambiaron mis valores. No tomarme tan en serio el atletismo, pero nunca estar desenganchado». Antes de que llegara la media maratón, la carrera más larga de Segovia era la San Silvestre, de cinco kilómetros. Para él fue otro reenganche en una trayectoria de casi cuatro décadas. Habla de carreras largas con tradición. Y en Segovia. En la primera edición (2007) fue décimo. Ha corrido todas las ediciones menos una, gripe mediante, precisamente la que mejor cartel tuvo, con José Luis Capitán o Fabián Roncero. En 2011 fue quinto de la general, primer español y primer segoviano.
La media supuso un reconocimiento público a aquellos pioneros del atletismo popular. «Los que corríamos a oscuras por Nueva Segovia cuando no había edificios. Los locos que íbamos por el arcén de la carretera de La Granja, que nos podía llevar por delante cualquier coche. Fue el reconocimiento de todo ese trabajo oscuro que hacíamos cada uno en nuestro interior, desde profesionales como Paco Guerra a corredores populares como yo». Los que buscan un hueco para entrenar antes o después de trabajar.
La clave de su longevidad es la transparencia consigo mismo, un equilibrio entre su realidad y sus metas. «Hay una decadencia física evidente, pero mi fortaleza mental para entrenar y competir es lo que me hace permanecer en el tiempo». Su cuerpo aguanta porque no se mata a entrenar; intensidad el sábado, fondo el domingo y sesiones sencillas durante la semana, con sus hijos en bicicleta, descansando. No suele superar los 50 kilómetros semanales y solo usa el reloj para los entrenamientos intensos. «Mi principal argumento es que yo creo que lo que hago me sirve». Su nutrición sigue el objetivo ejemplarizante. «Soy un modelo para mis hijos y comer bien es muy importante». Nada radical, habla de una dieta amplia que incluye un trozo de bizcocho en el desayuno. «Lo que no hago es comerme ocho pasteles».
La ansiedad sigue ahí, pero este educador familiar –también trata las emociones deportivas y el alto rendimiento– la ha transformado. «Es una respuesta del cuerpo ante algo que te importa. No la tendría si voy a llegar a meta y ya está. Va unida a que tengo un objetivo y no estoy seguro de que vaya a cumplirlo. Mi cuerpo se está preparando para competir bien». El domingo espera otro podio. Y quedan muchos.
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David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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