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Sergio Perela
Segovia
Miércoles, 25 de noviembre 2020
Dos equipos en trayectorias bien diferentes pisaban el Gpabellón de Nava de la Asunción. Los segovianos, en busca de una victoria que alimentase el ánimo de un equipo que se ha llevado suficientes aldabonazos en este tremendo mes. Los oscenses, al contrario, llegaban de ... seis victorias consecutivas convirtiendo lo que en la primera jornada podría haber sido un partido de igual a igual en el sentido de pretensiones, a uno bien diferente con Bada Huesca peleando por abrir un hueco en la parte alta de la tabla.
Y para eso, plantearon una defensa adelantada y firme que comenzó sin saber leer para nada Balonmano Nava. Es más, moviendo la bola por fuera para ver si alguien tenía alguna idea brillante para encontrar un resquicio hacia la portería rival, terminaron cediendo hasta dos contras que pusieron el 0-2 en la pista, y eso porque Yerai Lamariano entró rápido en calor. Más de cinco minutos tardó en anotar Nava. Superados esos primeros minutos dubitativos, otro pequeño palo en la rueda navera: Álvaro Seabra se dolía del hombro, en el que está teniendo muchos problemas, y pedía el cambio.
Y en esos momentos, mediada la primera parte, Nava comenzó a hacer de la necesidad virtud. Como le estaba resultando imposible abrir el centro de la defensa de Huesca, una zona en la que los segovianos son tremendamente productivos en ataque, intentaron meterle velocidad. Para eso era clave Lamariano, que respondía con paradas y salidas rápidas para contras que no daban lugar a que se cerrara la defensa. Plan perfecto. Lástima que solo saliera una vez porque, estrellados de nuevo contra el muro y los bloqueos, las contras en vez de lanzarlas, las encajaban los naveros. Tiempo muerto con la máxima distancia hasta el momento en el marcador, tres goles a favor de los oscenses. Ritmo bajo en defensa y nulas ideas en ataque. Fantasmas de otros partidos.
¿Sirvió de algo aquel tiempo muerto? No. De hecho, menos de cinco minutos después hubo que pedir otro. Nava no hizo un gol, seguía obcecado en ataque, bajo de ritmo en defensa. Las paradas de Lamariano no se veían refrendadas por sus compañeros, que de nuevo perdían la bola hasta en media cancha. Y luego por Huesca entraría en juego Sergio Pérez, que parece que juega con un motor como el de esas bicicletas de ciudad que estimulan el pedaleo. Un motor que insufló verticalidad, velocidad y goles. Seis goles por debajo, Diego Dorado tuvo que pedir otro tiempo muerto en el que elevó la voz para ver si así lograba estimular aunque fuera el gesto de los suyos. Porque la palidez y las caras largas llegaban hasta el suelo. No había ideas, el atasco mental era evidente.
Al descanso, la sensación era mala. No necesitaba Bada Huesca ayudas para ser un equipo armado y peligroso. Si encima no defiendes bien prácticamente ninguna acción, por muy bien que lo haga tu portero, que Lamariano detuvo un 16% de los lanzamientos, es imposible estar en partido. Por mirar el vaso medio lleno, dos detalles: Jorge Silva sí estaba encontrando las opciones para evitar los bloqueos y las defensas; se llevó tres goles al descanso. Otro estaba en que cada vez que se podía correr, se corría y se anotaba, pero sólo hubo tres contras en los primeros 30 minutos.
El descanso fue productivo para curarse las heridas y salir con otras perspectivas y otros bríos. Para empezar, portería para Patotski, que cumplió con varias paradas que propiciaron contras. En ataque, riesgo total jugando sin portero para buscar superioridad. Luego, defender y correr. Y así, ya en los primeros cinco minutos, parcial de 3 a 1 y diferencia por debajo de cinco. Otro momento para echar de menos al público, porque en Nava con momentos de juego como esos, hubieran incendiado la pista y el ánimo de los jugadores segovianos. Primera vez en el partido que los de Diego Dorado hicieron que José Nolasco tuviera que pedir tiempo para varias cosas.
El fuego de los Guerreros, tras diez minutos de acortar distancias, incendió demasiado los corazones. Al final, llevar teas encendidas por casa puede servir para quemar al rival o para que se te quemen las cortinas, y empezó a pasar esto último: buenas defensas visitantes, robos de nuevo rápidos y goles sencillos sin portero y sin correr. Las prisas y la pasión descontrolada juntas, no son nada buenas consejeras.
Con el partido roto, entrábamos en minutos de descontrol. Espinha repelía balones a los postes, sobre todo los lanzamientos que Nava empezó a buscar con los extremos, porque el centro se volvía a convertir en territorio minado. Luego, el partido entraba en momentos, como un tobogán. Que si Sergio Pérez fallaba y se permitía una contra navera. Que si el propio Pérez se volvía a enchufar y volvía de nuevo la diferencia a cuatro goles. El caso es que, salvo los minutos iniciales del segundo periodo, nunca se vio que la resurrección fuera a ser contundente.
Está pasando en los últimos partidos en el Viveros Herol. Hay momentos en los cuales hay que subir los brazos y falla un poco la fe, pero también se penalizan arbitralmente ciertas acciones en las que, si cabe duda, cabe del lado segoviano y se pita. Y en dos de esas, una defensiva y otra en la que Darío Ajo se había revuelto bien y sí parecía que cabía pitar algo por un agarrón, se fueron las esperanzas. Contra tras contra, goles a portería vacía entre medias, todo se terminó acabando. La diferencia no crecía pero no disminuía y estaba claro que todos los naveros habían bajado los brazos.
Diego Dorado lo intentaba todo. Meter otra vez a Lamariano para ver si había otra opción de revulsivo; pero no. Huesca había agarrado en la primera parte la opción de partido y no la había vuelto a soltar a pesar de los golpes contundentes y desesperados del Balonmano Nava. Sexta derrota consecutiva y, aunque es verdad que ya han pasado muchos de los equipos grandes por el calendario, los daños tras estas batallas habrá que ver hasta qué punto son reparables.
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