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Sergio Perela
Segovia
Miércoles, 9 de diciembre 2020, 23:12
El duelo era de igual a igual, pero parecía que la victoria del domingo podía ser el primer paso de algo mayor para Viveros Herol Balonmano Nava. Porque el Villa de Aranda llegaba como último, con su entrenador, el asturiano Alberto Suárez, cuestionado desde el ... minuto uno de la temporada y viviendo unos meses en vilo por completo. Pero parece claro que, con afición o sin ella, los Guerreros Naveros andan justos de fuelle. El calvario de la covid y el devastador, por partidos, minutos y tensión, mes de diciembre les está dejando muy tocados. Dieron vida a un rival directo y aún les queda calvario antes del mes largo de parón que sufrirá la competición.
El encuentro empezaba un poco como una película del oeste de las de los últimos tiempos, cuando el cine ya era en color pero los cineastas se empeñaban en envejecerlo y dejarlo en blanco y negro. Los protagonistas, dos pistoleros inesperados, o quizá no tanto: envestía el brasileño Guilherme por los visitantes anotando una impoluta estadística de cinco goles en cinco intentos. Respondía Simenas, que venía de hacer siete el domingo y quería sangre elevándose como le gusta por la zona central. Pero cuando se empezó a agotar el cargador de la escopeta de Simenas, nadie cogía el relevo anotador y empezaban a fraguarse las primeras ventajas. Primero, cortitas, de dos goles, como cuando pierdes un poco la brida de tu montura pero sabes que mantienes el control. El problema es que todo se desbocó ya en el minuto 17 de la primera parte.
El primer problema físico lo sufrió Balonmano Nava con Yerai Lamariano, que estaba bien pero muscularmente no podía seguir. Entraba Patotski en su lugar y tuvo momentos muy buenos, sobre todo en la segunda mitad, cuando parecía que podría haber una ligera remontada. No obstante, la baja lo que suponía era un hombre menos en rotación en un partido en el que se estaba notando el cansancio y se iba a notar más con el paso de los minutos. En el primer tiempo pedido por Diego Dorado, el entrenador navero evidenciaba algo que la afición también pide, que es intensidad defensiva. A los 17 minutos, todavía perdiendo por tres tantos, pedía a los hombres que cerraban por medio que cometieran alguna falta, que no habían sido penalizados con ninguna. Esa debilidad es lo que más estaba penalizando al equipo en los últimos partidos y si le sumamos la endeblez defensiva la física, con Simenas también tocándose el hombro ostensiblemente, y el cansancio acumulado, llegaba la tragedia.
Precisamente tras el tiempo muerto, Alberto Suárez ponía en la cancha a Javi García, un pivot de kilos que iba a hacer todavía más daño a la defensa navera. Y tanto que se lo hizo. Terminaría con siete goles en ocho intentos y consumiendo la paciencia de todos los hombres que probaron a jugar por la zona. Moyano, Jorge Silva o el propio Simenas, todos terminarían pagando con dos minutos de exclusión los intentos de endurecer la defensa. Minutos que, al contrario que en otros encuentros, los rivales sí iban a aprovechar.
Desde el primer gol del partido también había un lenguaje gestual diferente en los dos equipos. Los visitantes, últimos clasificados, celebraban cada gol como un triunfo en sí mismo. Y contaron con un aliado básico como fue su portero, Luis de Vega. En los momentos fundamentales del encuentro, cuando la diferencia se iba ampliando o cuando, por el contrario, se achicaba porque los naveros daban señales de vida, emergía él con paradas salvadoras. Terminó el encuentro por encima del 40% de paradas, un dato extraordinario que contrasta con el estado de la portería rival. Y aquí no se trata de que Patotski tuviera culpa alguna, sino de que la lesión de Lamariano caló anímicamente en el equipo de una forma inusitada. Sin Bernabeu, roto el domingo, las rotaciones en este mes van disminuyendo como las hojas de los árboles en otoño y eso se nota en pista. Además, da la sensación de que las soluciones que el cuerpo técnico intenta trabajar partido a partido no calan, quizá y seguramente porque no está habiendo tiempo apenas para trabajar, sino sólo para ir encadenando un encuentro tras otro.
Una derrota dolorosísima no sólo por la diferencia, ni siquiera por no haber sido capaces de marcar más que once goles en la primera parte y diez en la segunda. Duele porque en lo anímico se apodera del equipo, duele porque revives a un equipo que estaba abocado a la última posición y porque en los últimos partidos no has sido capaz de ganar a ninguno de los que están peleándose junto a ti por permanecer la próxima temporada en Asobal. Ahora ya no quedan encuentros este año en casa, todos los que quedan son fuera y hay todavía dos semanas exigentes por delante. El equipo debe sacar corazón y pescar algo fuera si no se quiere pensar en que, a la vuelta de la competición, en febrero, todo se haga más cuesta arriba.
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