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César Pérez Gellida. Gabriel Villamil
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César Pérez Gellida: «Soy consciente de haber adquirido una deuda imposible de saldar, dado que Miguel Delibes nos había dejado tres años antes de que 'Memento mori' viera la luz»

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:45

No soy yo de esos lectores que esté dispuesto a leer más de una vez una novela. Es una cuestión de optimización de recursos. El tiempo es un bien limitado que nunca vuelve y hay tanto por leer que no me planteo repetir inversiones literarias por mucho que el disfrute esté garantizado.

Dicho esto, con el único autor que recuerdo haber hecho una excepción fue con Miguel Delibes. Sucedió tras devorar 'El hereje', calculo, rondando el cambio de milenio. Era esta la primera novela de mi paisano de la que disfrutaba plenamente tras los fracasos cosechados con 'El príncipe destronado' y 'El camino', leídas ambas, si la memoria no me falla, por obligación académica. Conservaba de aquellos años la segunda, y un domingo me propuse averiguar cómo era posible que no me hubiera gustado una novela escrita por el mismo autor que había firmado algo tan maravilloso como 'El hereje'. No tardé en reconocer su prosa y menos aún en empatizar con unos personajes tan bien dibujados como Daniel el Mochuelo, Roque o el malogrado Germán. Y tanto me había metido en la trama que –atención 'spoiler'– cuando Germán cae al río y muere, odié a Delibes sobre todas las cosas y creo que estuve rebotado con él –como si lo conociera– hasta que llegué a la última página y caí rendido ante su inmarcesible talento narrativo.

Ese día aprendí la diferencia entre leer por obligación y leer por devoción, pero, años después, atrapado yo en el intento de dedicarme profesionalmente al oficio, recordé aquella sensación y me planteé emular al maestro buscando crear similares emociones a las que yo había experimentado ante la muerte de un personaje que solo vive en el papel. Contra todo pronóstico funcionó, y desde entonces soy consciente de haber adquirido una deuda imposible de saldar, dado que Miguel Delibes nos había dejado tres años antes de que 'Memento mori' viera la luz.

Sirvan estas palabras como pago –tardío y muy insuficiente– de una deuda adquirida a perpetuidad.

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