La preferida de quienes no les gusta su autor

Podría parecer que ya en el título, 'Parábola del náufrago', hay rareza, pero no hay tanta. 'Náufrago' se aplica a quien ha padecido naufragio, bien en el sentido marítimo o fluvial (el del náufrago que se que se hunde con su barco, en la profundidad del océano y queda atrapado en una sala con oxígeno), o bien, como también ocurre en esta novela, a quien ha sufrido una pérdida o una desgracia grandes.

Puede parecer extraña la historia, aunque si tomamos en cuenta lo que tantas veces se ha dicho, que la andadura literaria de Delibes se caracteriza porque se fue haciendo, como el camino machadiano, «al andar», al hilo de su trayectoria vital, sabemos que el detonante motivador que le impulsó a escribir esta novela fue un viaje con su mujer a la antigua Checoslovaquia en 1968 para impartir unas conferencias. Allí coincidió con un momento de florecimiento de la esperanza y el optimismo (la Primavera de Praga) y tuvo ocasión de contar lo que había de verdad sobre los países comunistas y lo que era invención de la propaganda franquista. Pero el intento de democratizar el país duró bien poco, hasta su invasión en agosto por tropas de cinco países socialistas miembros del Pacto de Varsovia.

Menos extraña resulta la manera en que está construido el texto, al menos para quien haya leído otras novelas de Delibes, especialmente en lo relativo a la habilidad con la que maneja el estilo indirecto libre, un recurso que le permite al autor economizar medios expresivos y esconder la presencia del narrador. Este recurso consigue como ningún otro la empatía del autor con sus personajes y también que los lectores empaticemos con ellos. Tremendo pase maestro que inclina al lector a sentir compasión por el Genaro Martín metamorfoseado en perro y por el Jacinto San José que se marea al trazar ceros; y aversión hacia la magnificencia y ostentación de don Abdón, el amo supremo, que reúne todos los defectos típicos del tirano. El otro recurso, muy bien trabajado por Delibes en otras novelas, como 'Cinco horas con Mario', es el monólogo interior: aquí recurre espacialmente al espejo, tipográficamente a la letra cursiva y gramaticalmente a la segunda persona del singular.

Sí es totalmente rompedora la «factura del relato» en una parte de la novela, la que recoge la degradación infrahumana del personaje Genaro: «Tras la verja coma a la derecha de la cancela coma junto al alerce coma se hallaba la caseta de Genaro abrir paréntesis al que ahora llamaban Gen dos puntos ¡Toma Gen; ven, Gen! cerrar paréntesis coma como de muñecas coma blanca también coma el tejado de pizarra gris». A mí aquello de saltarse la puntuación convencional me encantó porque siempre me han gustado estos experimentos lingüísticos con gaseosa, bien con sentido puramente estético o con propósito definido (aquí para acompañar la pérdida de cualquier rastro de humanidad).

Pueden leer la novela en clave política. «Yo traslado a mis personajes los problemas y las angustias que me atosigan: los expongo por sus bocas». El autor se posicionó contra la autocracia, el culto a la personalidad, la crueldad gratuita, la crisis de los derechos humanos. Noten su gran habilidad para colar a los censores su mensaje contra la dictadura, algo que practicó muchas veces como periodista y como director de este periódico.

[Viene del principio] porque me gustaría que la leyeran, la novela preferida de la gente a la que no le gusta Delibes.