Son muchos los estímulos que a todo lector medianamente atento le concita la lectura de 'El hereje.' A ninguno se le escapará, por ejemplo, el sobresaliente empeño del escritor al embarcarse en una aventura literaria de semejante envergadura, manejando una cantidad enorme de documentación y ... apuntes previos que la sirvieron para ambientar toda una época y juntar personajes históricos y ficticios. Trataré de sintetizar en unas líneas lo que a mí me sucede con esta novela, que, con todas mis limitaciones, tuve el honor de estudiar a fondo, gracias a la Fundación Miguel Delibes, en la edición que publicó en 2019 Letras Hispánicas, de Cátedra.
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Persiste, lo primero, un sentimiento de admiración ante tamaño esfuerzo del escritor, ya veterano, consolidado y premiado. Un letrado cansado y ya de retirada es el verdadero protagonista de la obra, en una suerte de estar más que nunca dentro de ella, escribiéndola desde las afueras del autor omnisciente. El empleo de los materiales históricos para la peripecia argumental adquiere aquí una maestría que ha abierto la puerta a lo que comúnmente, y quizá con ligereza, lleva la marca de 'novela histórica', aunque sobre decir que la novela recreada sobre épocas pretéritas no sea un invento de Delibes (baste recordar, por ejemplo, la serie de 'Episodios nacionales', de Galdós). La imbricación de los hechos y personajes históricos en la ficción se realiza en 'El hereje' a través de muy distintos caminos, desde la intervención de personajes reales hasta las conversaciones sobre sucesos que están ocurriendo en el tiempo de la obra o el sutil reflejo de los hechos en las decisiones de los protagonistas. Y sin embargo el escritor necesitó inventarse un personaje protagonista, un Cipriano Salcedo que encarnara sus propias preocupaciones: ninguno de los históricos le hubiese servido.
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Prevenido por sus propios reparos sobre las informaciones manejadas, Delibes nunca consideró 'El hereje' una novela histórica, seguramente por alejarse de la soberbia de haber recreado a la perfección una época tan aparentemente ajena a la actual y para no convertirse en pasto de voraces exploradores de anacronismos. Por mucho que el historiador indague en los acontecimientos perfectamente reconocibles que aparecen en la obra, estos se acaban subordinando a la ficción. Ninguna novela histórica es un tratado de historiografía, ni mucho menos aquella (hay muchas así) que solo presenta una pátina de barniz histórico que acaba deformando una expectación en la impostura, pero que lo mismo hubiese dado que se hubiera ambientado en el imperio cartaginés que en el azteca.
Delibes fue impelido en su propia honestidad de lector por un capítulo de la 'Historia de los heterodoxos españoles' de Menéndez Pelayo. Le impresionó primero lo narrado, aquellos autos de fe de su Valladolid de 1559 que cerraban la máxima represión institucional sobre la lectura y la transmisión del pensamiento. Pero también le impresionó la poderosa prosa («muscular», decía Sánchez Ferlosio) del polígrafo santanderino: quien había sido católico a machamartillo, defensor de la Inquisición en su contexto, quien había puesto en el campo de plumas de los investigadores a tantos heterodoxos de nuestra historia (no sin elogios hacia algunos de ellos) hasta entonces casi desconocidos, resultaba ser la base para una creación sobre la libertad de conciencia al borde del siglo XXI, cuando parte de la Iglesia hacía su acto de contrición sobre su pasado pirómano. Marañón consideraba un liberal a Menéndez Pelayo. Y bien creo que, en su ciclópeo esfuerzo humanístico, se ha ganado un puesto entre los perdedores de nuestra España. Delibes en cierta manera también le rescata.
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Es perdedor en nuestra España quien sigue unos principios éticos, intenta superar sus escrúpulos y busca la verdad, aunque nunca la encuentre. Es perdedor en nuestra España quien está siempre en minoría, como los judeoconversos que acogieron el erasmismo o el luteranismo y que, hallándose en el meollo de la propia Iglesia, se vieron en el Índice de libros prohibidos o tuvieron que esconder su biblioteca ante el temor del Santo Oficio, como hizo un médico temeroso en el pueblo pacense de Barcarrota. Los documentos y creaciones de esas primeras décadas del siglo XVI nos siguen informando hoy en día de una época vital para la configuración del ser humano moderno, que entonces se asomaba al vértigo de la cultura y la lectura con la extensión de un invento revolucionario, la imprenta, y la consiguiente expansión imparable de las ideas.
Cipriano Salcedo está marcado por su infancia triste y sus remordimientos; frente a su exitosa carrera de comerciante atento a las coyunturas europeas, su valentía empresarial, su visión sobre una Castilla ya empobrecida, es un hombre en búsqueda, no contento consigo mismo ni con el ceremonial solo aparentemente consolador ni con su propia fe. Sigue al borde del peligro su libre albedrío, aunque luego se vea abocado a tener cada vez menos opciones y finalmente escoja la más sacrificial y extrema, pero a la vez la más coherente: el griterío de la muchedumbre frente al silencio de Dios y la falta de respuestas que enfrían a todo ser humano. El hereje nos inquiere en su radical pesimismo y en su canto a la libertad pese a todo, pero también en la actualidad de una Inquisición que hoy en día adopta diversas formas y castigos. Ahí radica, a mi juicio, el ahora, difícilmente disimulable, de esta 'novela histórica'.
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