Lorenzo Silva: «Un día me contó Pilar Lucas, entonces responsable de prensa de Destino, que Delibes se leía las novelas de Bevilacqua apenas salían y que le decía que se lo pasaba pipa. Entonces empecé a creer un poco, solo un poco, en mis propios libros»
Conocí a Miguel Delibes como muchos otros, en las páginas de 'El camino', prescrito en mi Bachillerato como lectura escolar. El encuentro con sus páginas pronto apartó el fastidio del deber para reemplazarlo por el placer de lo apetecido. Más allá de los avatares de Daniel, el Mochuelo, que remitían a una España rural que ya no era ni la mía ni la de mis padres, sino la de mis abuelos, me ganó al instante la voz que sonaba en mi oído, como suenan las palabras de los narradores verdaderos, y como no suenan, y así se los distingue, las letras de los cuentistas vanos e impostados. El texto de Delibes te envolvía, y amén de trasladar las sensaciones y las ideas, le hacía llegar al lector la humanidad radical de su autor.
Luego vinieron muchos más. Recuerdo los primeros, en la menuda edición de tapas duras y camisa de colores de la primitiva colección Áncora y Delfín, de Destino, donde salió todo lo suyo. Recuerdo el último, 'El hereje'. Y sus libros menos leídos: los de viajes, en los que se ufanaba de su mirada un poco paleta, o el que escruta a 'Castilla, lo castellano y los castellanos', que tan bien conoció y contó a otros.
Andando el tiempo, mis libros, en los que leyendo a Delibes me resultaba casi imposible creer, aparecieron en esa misma colección, Áncora y Delfín. Un día me contó Pilar Lucas, entonces responsable de prensa de Destino, que Delibes se leía las novelas de Bevilacqua apenas salían y que le decía que se lo pasaba pipa. Entonces empecé a creer un poco, solo un poco, en mis propios libros.
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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