Crónica de una guerra (in)civil
Las novelas ·
El autor retrata en este libro cómo la vida moderna se iba adueñando de la capital vallisoletana a principios del siglo pasadoLas novelas ·
El autor retrata en este libro cómo la vida moderna se iba adueñando de la capital vallisoletana a principios del siglo pasadoCasi tres años tardó Delibes en acabar 'Mi idolatrado hijo Sisí', mucho tiempo comparado con el «mes y pico» que le llevó escribir 'El camino': junto con 'El hereje', es esta, sin duda, la obra más compleja del escritor vallisoletano. Ambientada en el Valladolid comprendido entre 1917 y 1938, al tratarse de una novela histórica, Delibes acudió a los archivos de El Norte de Castilla para documentarse, incluyendo hasta los anuncios, el ocio de la época –el cine y el teatro que estaba de moda en aquellos años– y otros usos y costumbres, como un texto que rescata del periódico de la víspera de Navidad de 1917: «En las bronquitis agudas y crónicas y en la dilatación de los bronquios, las Cápsulas Serafón, de guayacol yodoformado y de guayacol eucaliptol yodoformado consiguen la curación, secan los bronquios y hacen desaparecer la fetidez de los esputos» o «Hermosee sus senos con Pilules Orientales».
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Delibes retrata cómo la vida moderna se iba adueñando de la ciudad castellana, y ese contraste, con Cecilio Rubes como protagonista de los cambios, constituye uno de los grandes hallazgos de esta novela. «El hombre en su ciudad se agarraba de una manera patética a la tradición», escribe. Más pendiente de los avances técnicos e higiénicos que de los políticos, Cecilio es un hombre atrapado entre la vetustez carpetovetónica de la Castilla tradicionalísima, y el del modernismo cosmopolita que practica solo en sus formas, materializadas en las modernas e inmaculadas bañeras que trata de vender en todas las casas vallisoletanas. Su mayor enemigo, pues, es el constructor que sigue edificando nuevas viviendas a la antigua usanza: sin cuartos de baño. Incluso, su temperamento conservador sigue las rutinas de la alta burguesía hasta el punto de ponerle un pisito a la modistilla Paulina, su amante. Preocupado por el movimiento bolchevique, en especial por su alcance en sus empleados –no tanto por su aspecto geopolítico–, Rubes es un españolito bien casado y desconfiado, que padece un exceso de sensibilidad y que, sin vocación paternal y siendo ferviente defensor del malthusianismo, decide finalmente tener un niño, hijo único, Cécil (al que llama cariñosamente Sisí). A él le dedica todos sus desvelos y en la criatura proyecta y se va cristalizando una cierta debilidad de carácter frente a, por ejemplo, la familia nacionalcatólica de los vecinos Sendín, ejemplo de la galvanización de una épica en aquella Valladolid que, como escribe Umbral, se obstinaba más que otras ciudades «en vivir de sueños imperiales y pasiones medievales». Delibes recoge la historia de una familia cómoda, cuyo único fruto caerá en la contienda, víctima de una bala perdida. Y detrás de cada historia, descansa la realidad: la muerte en Quijorna, en primera línea de fuego, del hijo de Francisco de Cossío que Delibes escuchó de labios de su buen amigo, y en la que se apoyó para legarnos el trágico fresco de aquellos terribles momentos.
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