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Se trata de una obra «muy cuajada, que requiere un lector, si no avisado, al menos atento»Fermín Herrero
Valladolid
Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:47
Nada más publicarse 'El camino' en el quicio, justo a mitad, del siglo XX, la escritora Carmen Laforet, que había precedido, como primera ganadora, a Miguel Delibes en el palmarés del Nadal, se congratulaba de la aparición de la novela, pero al tiempo mostraba unas prevenciones que al cabo no han supuesto ni hándicap ni inconveniente para su difusión y éxito: «Yo deseo a este libro la suerte de caer en manos acostumbradas a manejar libros para que puedan apreciar su fuerza y su belleza».
Sin embargo, el recelo de Laforet pienso que tenía su razón de ser, sin duda nos encontramos ante una novela muy cuajada, que requiere un lector, si no avisado, al menos atento. Por eso, año tras año, me sorprendo, sin dejar de alegrarme como si fuese siempre la primera vez, de que los alumnos de Enseñanza Secundaria sigan disfrutando tanto con ella. Cada vez menos, en honor a la verdad, la mayoría la lee, de hacerlo, en sus dispositivos móviles y sin la mínima y necesaria concentración ni comprensión, pero aun así a la inmensa minoría juanramoniana de toda la vida, aun menguada, que mantiene viva la llama del pensamiento y del saber, y de la inteligencia, la sensibilidad y la ética, pese a la ventolera pedagógica del allanamiento por abajo y del todo vale por ser opinable, les resulta de provecho y una experiencia placentera. Y por mi parte, cada año descubro algún aspecto que me había pasado desapercibido.
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Cuando me tocó como estudiante, allá por los albores de la democracia, era natural que la novela gustase, porque Delibes daba voz, relato dirían ahora los más puestos, a una civilización campesina en la que muchos nos habíamos criado y crecido. Cómo no identificarme con aquel rapaz al que apodaban el Mochuelo por su manera, como la del autor, de encanarse mirando el mundo, asombrado y asustadizo, atento, concienzudo e insaciable, si aún recuerdo, al cabo de más de 40 años, la noche anterior de mi marcha a Soria para seguir los estudios e intentar «ser algo en la vida». Pero que siga gustando hoy es un misterio. Tal vez se deba a su condición, enhebrada en lo simbólico del título, de novela de formación, de despertar a la adolescencia, con sus trastadas y fechorías en pandilla de tres, sus ritos de paso e iniciáticos, enamoriscamiento de Mica la indiana y tragedia mortal en el desenlace incluidos.
No me voy a extender en las incontables virtudes de la narración, glosadas por infinidad de críticos, simplemente señalaré con brevedad aquello que curso tras curso sigue dejándome pasmado como lector a pie llano, sobre todo cómo refleja a través de sus páginas la manera de ser castellana, desde lo más puro de su lenguaje, y el carácter de sus gentes, lo que ha determinado en gran manera mi mirada sobre el mundo, pues creo que la visión general delibesiana de Castilla, muchos años después expuesta en el ensayo de encargo 'Castilla, lo castellano y los castellanos', especie de autoantología comentada, se conforma ya en 'El Camino': el sentimiento de la naturaleza unamuniano volcado en un paisaje, el de Molledo Portolín, en el Valle de Iguña, por las estribaciones cántabras, para Delibes cuna y parte de la Castilla mesetaria; el individualismo, la pobreza, la laboriosidad, su recelo y desconfianza no exentos de señorío y hospitalidad, el fatalismo de su paisanaje, que retrató como nadie. Y siempre, como digo, mediante un castellano cernido, limpio de polvo y paja, neto.
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