Arqueología de un país
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El libro ahonda en el conflicto entre un equipo de investigadores de un castro celta y los desconfiados naturales del pueblo al que pertenece el hallazgoLas novelas ·
El libro ahonda en el conflicto entre un equipo de investigadores de un castro celta y los desconfiados naturales del pueblo al que pertenece el hallazgoEn el último tramo de su producción novelística Miguel Delibes hizo más explícito el nudo autobiográfico de sus argumentos: la revisión de su participación en la Guerra Civil en 'Madera de héroe', o el final de la vida de su mujer en 'Señora de ... rojo sobre fondo gris'. 'El tesoro', que vio la luz en 1985, descubre sus fuentes en la dedicatoria a su hijo Germán, que acababa de obtener la Cátedra de Prehistoria en la Universidad de Córdoba. Es fácil inferir la permeabilidad familiar de las excavaciones arqueológicas en las que participaba Germán, alguna de ellas en las cercanías de Sedano. El equipo investigador de la novela, y la desenvoltura con la que se usan términos técnicos de materiales y estratificaciones, inducen a pensar en una consulta frecuente de padre a hijo.
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'El tesoro' es una novela breve, directa, ceñida a un descubrimiento arqueológico que se desembucha desde el título. La narración no pierde el tiempo en trasladar al lector la novedad del hallazgo: con una estrategia de arranque in medias res nos topamos con Jero, un joven arqueólogo que debe viajar con urgencia a un norte impreciso de la meseta castellana para cotejar una vasija surgida de la tierra y llena de joyas de la época celta.
Jorge Praga
La trama fluye con rapidez por el cauce de un realismo ajustado, que carga sobre el minucioso lenguaje de Delibes la riqueza de los detalles que engrosan hechos y personajes. A estos, parapetados en la elección de sus nombres, como es costumbre en el autor (don Escolástico, Subdirector General, el Papo…), les pone un collar personal que les identifica: avergonzarse por el vitíligo que colorea el rostro, comer caramelos, cerrar las frases con un «majo». Añádase la horma de los adjetivos con los que los describe: «rostro pigre», «buida nariz», «aspaventero». Y envuélvase el marco rural de desconfianza con las palabras exclusivas que pintan el paisaje: «En el ensanchamiento de una cambera, junto a un pequeño molino, reposaba una máquina esquemática para hilerar alfalfa».
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El enfrentamiento entre el equipo de investigadores y los naturales del pueblo al que pertenece el castro celta va alimentando el fondo de la novela y tensando su desarrollo. Un desarrollo de regusto cada vez más amargo y pesimista. En los principios de los ochenta en que se intuye el tiempo narrado, tras la reciente victoria electoral del PSOE en 1982, los políticos que empujan el descubrimiento del tesoro se retratan en su mediocridad de trepadores por la escala del servilismo cínico. Incluso uno de ellos, el Director Provincial, se recrea en homenajes al régimen franquista: «Este lamentable episodio no hubiera ocurrido en vida de don Francisco». Del otro lado, los garrulos del pueblo, vistos sin la comprensión y cercanía que media en otras muchas novelas de Delibes, componen un grupo tribal y gregario que solo sabe de amenazas y violencia. Y en el medio de la tensión, el grupo de arqueólogos, obsesionado con su trabajo e incapaz de tender puentes. La catástrofe está servida, y en ella se hunde el final de la novela. Entre líneas hay que pescar el lenitivo que señala con reiteración uno de los arqueólogos: «Como todo en el país, esto es un problema de escuelas».
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